miércoles, 2 de septiembre de 2009

SE TRATA DE HACER FORZOSA LA VIDA INMUNDA

En la contraportada del libro "El triple salto mortal" que publiqué hace un año mencionaba que había publicado en internet un ensayo sobre el destino nefasto que se le ofrecía a Colombia a principios del año 2002 cuando Uribe Vélez había sido perfilado atronadoramente por los medios masivos colombianos como la "solución final" a los problemas de orden social en Colombia. Ese ensayo, que titulé "Colombia hacia el abismo", fue inicialmente una carta a un amigo que ejerce como dirigente cultural. Por sugerencia suya cambié la forma de aquel escrito y lo convertí en un ensayo que le envié el 15 de febrero de 2002. Jorge Rojas de CODHES lo publicó en el sitio web http://www.codhes.org.co/ durante más de un año. He decidido publicarlo nuevamente tal como lo produje aquella vez porque me parece que vale la pena considerar lo que trataba de decir a la luz de la experiencia que ha vivido Colombia desde mayo de 2002.

COLOMBIA HACIA EL ABISMO
Diego Tascón
Febrero 6 de 2002

I

La inmensa mayoría de los colombianos está siendo creciente y sistemáticamente cautivada a unos niveles demasiado peligrosos. El salto de Uribe Vélez, y lo que representa, en las encuestas, cuantifica este fenómeno. Cuando Uribe Vélez tiene una opinión favorable del 72% es porque su demagogia ha sido efectiva (¿de qué modo?) en la opinión pública. Esto puede ser leído como que el «Proceso de paz» tiene una opinión desfavorable del 72%, porque Uribe denigra el «Proceso de paz». Significa que si de la cautiva opinión dependiera la tregua y el futuro del «Proceso de paz», éste, categóricamente, no sería viable el próximo 7 de abril. Significa la guerra y el abandono de los diálogos y la posibilidad de tratar fundamentalmente las raíces del malestar social y la crisis profunda en Colombia, es decir, significa que todo un país sería conducido a legitimar una orientación política incompatible con sus intereses racionales. ¿Cuáles serían los intereses racionales de los colombianos? “Que el 40% de la población no se acueste con hambre”, “que buena parte del 20% de desempleados obtengan empleo”, que la juventud no sea empleada como soldadesca y buena parte muera estúpidamente o termine mutilada o enloquecida en una aterradora disciplina guerrera” y así podríamos seguir enumerando los que serían verdaderos intereses de un país cuya profunda crisis no puede ser clausurada ideológicamente en un relato de un terrorismo de izquierda que, o ha causado nuestros males, o nos impide salir de ellos. ¿En qué consiste la profunda crisis de Colombia y cuáles son sus males? La tremenda violencia es el síntoma de una enfermedad más profunda: "25 de los 40 millones de colombianos sumidos en extrema pobreza, dos millones de desplazados, un millón trescientos mil exiliados, nueve millones en situación de miseria, 20.4% de individuos en capacidad de trabajar desempleados y 34% subempleados, 25 millones de personas al margen de los servicios públicos esenciales, dos millones y medio de familias sin vivienda ni hospitales ni educación ni seguridad social adecuados... quince años sometidos a la política neoliberal... en la década del 90 el producto nacional creció a la tasa más baja del siglo y el desempleo llegó a la más alta, la relación entre el ingreso del 10% más rico y el 10% más pobre pasó de 40:1 a 80:1, la pobreza superó el 60%, el área cultivada decreció en un 35% y el empleo en la industria disminuyó en un 25%, el PIB cayó en un 4.5%, la recesión lleva cinco años ininterrumpidos, en los últimos cuatro años el crecimiento ha sido cero, la venta de las empresas públicas significó su traslado al sector privado por una tercera parte de su valor, y una elevación espectacular de las tarifas; la privatización de la seguridad social y del sistema de salud significó la reducción de la cobertura pensional, el deterioro de los servicios de salubridad y el traslado de una elevada proporción del gasto social a los intermediarios... la deuda externa se triplicó: la pública alcanzó a ser de 34 mil millones de dólares y la interna, centrada sobre el pasivo laboral de los entes oficiales, llegó a 47 billones de pesos..."[1]

Tal como se presentan las cosas, la voluntad de la mayoría de los Colombianos que votan o son encuestados, elegirá como próximo presidente de Colombia al candidato que ofrece una altísima dosis de autoridad como solución, porque a la mayoría le han hecho creer que tres años de un proceso de paz que no ha prosperado significa que ya no lo necesitamos, porque le han hecho creer que la guerrilla es simplemente un nido de narcoterroristas, porque le han hecho creer que el exterminio de la guerrilla es su interés más razonable, en vista de lo cual personalizan en Uribe Vélez al caudillo que requiere Colombia; también circula la peregrina convicción de que él habla claro y representa un cambio con respecto a Serpa y a los demás representantes de lo mismo que tienen a Colombia en esta situación. Ésta parece ser la voluntad democrática de Colombia, y en una democracia se hace lo que la mayoría dice. Por todas partes se interpreta claramente lo que significa una democracia que elige sin atenuantes su destino político: la guerra total, el repudio al «proceso de paz» porque es una farsa, exterminar a la guerrilla que no permite que el «proceso de paz» arroje resultados concretos. Si el interés más razonable de la mayoría es que se lleve a cabo un proceso de paz que transforme nuestra terrible realidad, la demagogia fascista ha conseguido mediante técnicas de propaganda y manipulación de la psicología de las masas, y con el monopolio de los medios, imponer un interés político irracional a la mayoría. El objetivo político del fascismo es articular por boca de la mayoría lo que quiere una minoría. La importancia de una teoría del fascismo en el orden neoliberal estaría en su capacidad de mostrar cómo una élite engendra el discurso necesario para disimular la suspensión de la democracia, simulando la democracia misma y cuidando de que aquella suspensión no desemboque en su abolición completa. Esta estrategia haría del orden neoliberal algo perdurable y presuntamente democrático. La regresión fascista es un recurso de los grupos dominantes en un orden injusto para acallar reivindicaciones democráticas.

II

Ya un alto dignatario del Estado ha sugerido una consulta popular para conseguir que la manipulada voluntad democrática desapruebe la continuidad del «Proceso de paz», de modo que no tendrían que esperar hasta el 7 de abril para liquidarlo. Algunos lugartenientes de los intereses más fuertes en los medios se han apresurado a dar un parte de victoria (y con razón); alguno proclama en Uribe al führer de Colombia: "El país necesitaba un líder capaz de llevarlo por un nuevo camino, más realista y valeroso, y parece haberlo encontrado", y encuentra en el «¡No más!» el punto de acolchado ideológico que no deja más alternativa que la guerra total: “No más debilidad, no más engaños, no más farsa del Caguán”. Para ellos los embajadores de los diez países amigos del «Proceso de paz» son un kinder de bobitos, junto a Pastrana y el delegado de la ONU, engañados todos por la “cínica e inmoral” guerrilla. Lo que dicen a los cuatro vientos, sin embargo, es lo que piensa la mayoría democrática en Colombia. Estos instigadores dentro del monopolio de los medios que elaboran la opinión, como una mercancía más, han fabricado el consenso que gobierna hoy la conciencia pública y que ve a Uribe Vélez como la solución política a nuestra crisis. Existen otras opiniones, pero son aplastadas por el monopolio de los agitadores fascistas en los medios. "Los propósitos objetivos del fascismo son en alto grado irracionales puesto que contradicen los intereses materiales de vastos sectores de aquellos a los que pretende abrazar. Puesto que al fascismo le resultaría imposible ganarse a las masas mediante argumentos racionales, su propaganda se tiene que desviar del pensamiento discursivo; se debe orientar psicológicamente, y tiene que movilizar procesos regresivos, irracionales e inconscientes. La llamada psicología del fascismo se engendra, en gran parte, por la manipulación. Técnicas calculadas racionalmente provocan lo que de manera simplista se considera la irracionalidad “natural” de las masas."[2]

El discurso monocorde de Uribe Vélez dice cosas muy graves no sólo sobre la guerra, sino sobre el terrorismo de estado y paramilitar que solidariamente se silencia en los medios, sobre su ferviente adhesión al neoliberalismo, sobre su enfermiza orientación autoritaria hacia la doctrina de «la seguridad del ciudadano» y a dejar los problemas fundamentales librados a las leyes del mercado, confiando en el monopolio y fortalecimiento de la violencia del Estado para someter la proliferación de violencias que genera nuestro orden social. A ello deberíamos objetar que el problema en Colombia no puede reducirse a una cuestión de autoridad, como lo arguyen los autoritarios. No se trata de hacer forzosa la vida inmunda. Otra cosa, si con la afirmación de que las Farc son el jefe de la campaña de Uribe, se quiere significar el enorme apoyo que la guerrilla presta a ese candidato para convertirse en el presidente de Colombia por una reacción refleja de defensa, con ello se encubre que Uribe Vélez es el candidato de los grupos dominantes en el país, el candidato de aquellos que monopolizan los medios, de aquellos que elaboran la propaganda fascista, y vinculan astutamente con el caso de subversión en Colombia la leyenda del terrorismo internacional que amenaza nuestra civilización. Sin estos agitadores, la lectura del terrorismo de izquierda sería más profunda y no aquella que deja a la opinión atrincherada en la paranoia: “Uribe Vélez es el caudillo que necesita Colombia para acabar con los violentos”.

III

El «Proceso de Paz» no ha sido todavía un proceso de paz, pero su forma potencialmente podría contener un proceso de paz, que es lo único que sirve a Colombia. A través de las instituciones democráticas legítimamente constituidas en Colombia, no se ha podido abrir paso el interés de la mayoría en la historia reciente de la Nación. La agenda de negociación del «proceso de paz» contiene el principio de las reformas políticas y sociales largamente postergadas en Colombia. La desesperada alternativa de un «proceso de paz» que podría abrirse paso en algún momento ha desatado toda clase de furias, angustias, bajezas y dispositivos manipuladores de sus enemigos. Ahora, por estos días, la coartada para repudiarlo, que se refleja en la mayoritaria opinión favorable hacia Uribe Vélez, son las acciones terroristas de las últimas semanas, pero antes de eso encontraban los enemigos del «Proceso de paz» cualquier recurso para desacreditarlo, denigrarlo o maldecirlo. Es necesario reconocer que así como el «Proceso de paz» tiene amigos en los países facilitadores, en un sector no engañado de la población, en instituciones como la ONU y algunas ONG, en un sector del gobierno y una parte de la Iglesia, el «Proceso de paz» tiene muy fuertes enemigos en la élite colombiana, con sus grupos económicos poderosos y sus senadores y congresistas, en los medios masivos de comunicación bajo el control de la élite, en las Fuerzas Armadas, en un sector de la Iglesia y, sobre todo, en una política exterior perversa de los Estados Unidos. El anuncio en primera página dominical: «E.U. protegerá sus intereses en Colombia» es para erizarse.

Son elocuentes la angustia y la irritación que el incipiente «Proceso de paz» producía en el Señor Rodrigo Lloreda cuando era Ministro de Defensa al comienzo del gobierno de Pastrana, tanto así que renunció y se hizo pública su radical diferencia con la intención del gobierno. No es difícil imaginar que ese representante de la élite al oponerse ferozmente al proceso de paz interpretaba el sentir de los militares y paramilitares y de aquellos que desean preservar la tremenda desigualdad económica y el régimen de exclusión en Colombia. Otro ilustre representante de la élite colombiana, de los terratenientes, de la tradición de cínicos gobernantes, que salvaguarda con sus opiniones dominicales los intereses de los más fuertes y los suyos propios, ha bombardeado el «Proceso de paz» de todas las formas imaginables durante estos años: López Michelsen, expresidente de Colombia, quien en una entrevista que publicó el periódico «El Universal» de Cartagena, afirmó: “En Colombia no existe un proceso de paz”. Sus declaraciones se publicaron el 21 de Octubre del año anterior, y con el objetivo de desacreditar el «Proceso de paz» declaro: «Con el nombre "Proceso de paz" se designa la vía escogida por Pastrana con “Marulanda”, consistente en una relación personal bastante íntima, una empatía; eso es lo que llaman “Proceso de paz”... término que es simplemente una manera de describir la “química” existente entre el Presidente Pastrana y “Tirofijo”... con el nombre de “Proceso de paz” han puesto en la mente del 90% de los colombianos la idea de que hay un proceso andando. Proceso que se renueva, se rejuvenece, con una visita de Pastrana al Caguán, con una entrevista, o con un fotografía". Esas declaraciones son una muestra de la abundante propaganda sistemática que emplea la élite colombiana para socavar en la opinión la posibilidad de un proceso de paz, al eludir la necesidad real que la mayoría de los colombianos tiene de un tal proceso, al restarle seriedad política a toda una serie de esfuerzos que se llaman “proceso de paz”. La aberrante artimaña de López pretende que los intereses objetivos y razonables que toda una nación tiene en el «Proceso de paz» se reducen a un capricho íntimo de un par de sujetos, con lo cual aspira a despolitizarlo y banalizarlo. Este tipo de falsedades compulsivamente repetidas han resultado muy efectivas en las masas populares precisamente más necesitadas de un “proceso de paz”. Ese es precisamente el trabajo que cumple la mayoría de los formadores de opinión al servicio de las fabricas de falsa conciencia en Colombia: velan por los intereses más fuertes en todo momento. Incluso un estudio no muy a fondo de todos los noticiarios televisivos y radiales, de los columnistas abanderados, arrojaría conclusiones categóricas no sólo de la monotonía y el limitado inventario de recursos para emitir sus interminables repeticiones del mismo mensaje (“El «Proceso de paz» es una farsa”, “Paz significa exterminar a la guerrilla”), sino de que la elaboración de la opinión pública por parte de los oligopolios, propiedad de la élite colombiana, consiste en la administración consciente del inconsciente de las grandes mayorías de este país; es decir, el discurso de la élite, la ubicua voz del amo en estéreo, no sólo no invita a pensar y examinar juiciosamente por sí mismas a sus víctimas, no sólo encubre los verdaderos elementos de juicio y no revela los argumentos de un lado y del otro, sino que insistentemente instala en la conciencia e inconsciencia de los consumidores forzados de opinión un conjunto mínimo de estúpidas ideas. Los ha hechizado.

Se podría decir que estamos ante un creciente fenómeno tremendo de paramilitarización de la “cosa” pública. El 72% de los colombianos tiene una opinión favorable del candidato que detesta el “proceso de paz” y que asegura que sólo quiere exterminar a la guerrilla, ni más ni menos que lo que dice el alguacil tolerado por muchos y patrocinado por la élite: Carlos Castaño.

Es decir, los agitadores fascistas y un numeroso cortejo de dispositivos (como los formatos mismos de los noticieros) repiten monótonamente este mensaje (entre otros): “El «Proceso de paz» es una farsa porque la guerrilla es un grupo de terroristas que no quieren la paz” y si un día el “proceso de paz” concluye dirán: "¿si ven? Les advertimos que no existía un «Proceso de paz». Pero la verdad sería que ellos contribuyeron a su propio éxito, porque ellos han impedido que la opinión pública vea un “proceso de paz” en vez de una farsa, han impedido que los receptores de su reiterado mensaje piensen críticamente y comprendan la importancia de un esfuerzo político orientado a debatir profundamente en la mesa de diálogo acerca de las reformas fundamentales mínimas que pueden conjurar la insoportable crisis económica que padece la mayoría de los colombianos, acerca de las reformas fundamentales mínimas que pueden redistribuir los recursos para la reactivación y la reconciliación. En conclusión, un “proceso de paz” es impedido sistemáticamente por unos agitadores en Colombia, quienes se concentran en todos los aspectos relacionados, o pseudo relacionados, con el proceso que desvían la atención fuera de lo esencial al «proceso de paz»: las transformaciones fundamentales. Su objetivo primordial es tautológico y consiste en conseguir que no se llegue a un proceso de paz enumerando todas las razones y anécdotas que prueban que no existe un “proceso de paz”, y conspirando todas las provocaciones y propiciando todas las alianzas necesarias para forzar un escenario de guerra. Es evidente que este batallón de instigadores que paramilitarizan la opinión pública se basa en cálculos psicológicos más que en la intención de ganar adeptos mediante la formulación racional de propósitos racionales. Han persuadido a la opinión de que esto es cuestión de bayonetas.

IV
En los últimos días se ha podido observar en los medios el mecanismo de defensa que despliegan los enemigos del “proceso de paz”. Luego de las tremendas dificultades en que lo habían sumido sus maquiavélicos enemigos, y cuando parecía muerto, el “proceso de paz” ha alcanzado momentos de resurrección gracias a la comunidad internacional, lo cual ha generado expresiones de angustia y rechazo.

En la semana del 14 al 21 de enero, el “proceso de paz” se salvo por los pelos gracias a la gestión de la comunidad internacional. La comunidad internacional es la única que escapa por completo a la manipulación de los enemigos del proceso. La sociedad colombiana está excluida del «proceso de paz» e integrada a su difamación, pues su aproximación a éste se lleva a cabo mediante los prejuicios que fomentan los enemigos del proceso con su monopolio de los medios y sus dispositivos psicotécnicos.

La mayoría de candidatos presidenciales celebraron la reciente resurrección del proceso con declaraciones bien razonadas mientras que los candidatos de ultraderecha rechazaron el acuerdo y se dedicaron a denigrar al proceso como fraude y a los actores como farsantes, con su monótono discurso que enumera los crímenes de la guerrilla. Es interesante, después de examinar decenas de declaraciones nacionales e internacionales que celebraban el acuerdo salvador del «Proceso de paz», indagar porqué las declaraciones de Álvaro Uribe y Harold Bedoya y las provenientes del Departamento de Estado de los Estados Unidos, rechazando el acuerdo, son las que han monopolizado el imaginario político de la mayoría de los colombianos, mayoría reflejada en el 72% de opinión favorable hacia Uribe Vélez, el doble de Castaño en la escena política. La explicación de que ello es consecuencia de la escalada terrorista realizada por las FARC no es satisfactoria.

El “salto tan significativo de Uribe Vélez” no se explica por la causa que dan los formadores de opinión (de que el repunte de Uribe es producto del terrorismo de las Farc), porque esa falsa causa es parte de la distorsión de la realidad y continúa la labor de condicionamiento de las masas. Para decirlo mediante un tropo, con una sinécdoque, es decir, expresando el todo por una de sus partes, formularé que “El salto tan significativo de Uribe Vélez” obedece esencialmente (no superficialmente o coyunturalmente) a que es el candidato de «Noticias RCN», es el representante de una pluralidad: la élite en Colombia, los grupos dominantes. Uribe personaliza[3] las ideas conductoras de la demagogia fascista: el odio hacia el «proceso de paz» y la leyenda del terrorismo como el enemigo de nuestra civilización, ideas que los medios han cultivado en las masas, de modo que cuando él denigra de los violentos de la zona de distensión y ensalza la autoridad y llama a la guerra total, las masas condicionadas por los medios se identifican con aquél que interpreta su sentir. En este proceso participan ciertos fenómenos que la psicología profunda de Freud describe con mucha precisión: pulsión destructiva, narcisismo, yo debilitado por las frustraciones y la aflicción psicológica provocadas por razones socioeconómicas, todo lo cual predispone a los individuos a rendirse, sin discusiones, ante las poderosas instancias colectivas que lo circundan. Lo coyuntural, como la escalada terrorista, simplemente ha anticipado el resultado de una labor sistemática de administración consciente de la opinión mediante dispositivos técnicos de propaganda encaminados a manipular el inconsciente de las masas a merced de los medios masivos.

Es más, no se trata de si existe o no “inmadurez política”, sino que no están dadas las condiciones de manejo de la información para propiciar la existencia de conciencia profundamente política. La categoría de madurez política presupone la existencia de sujetos de la política , es decir, individuos autónomos, diferenciados, que han recibido los suficientes elementos de juicio para realizar un examen crítico de una situación y tomar una decisión política. La gente ha sido conducida a una falsa disyuntiva en la que elige lo que le ha machacado el mundo virtual de la información. No están dadas las condiciones de manejo de la información, porque la información que se ofrece es completamente interesada, peor aún, lo que se ofrece es desinformación, encubrimiento y distorsión abundante de la realidad. Ahora, cuando se reclama que los electores no deben guiarse por las coyunturas sino por los programas de gobierno de los candidatos, se está de hecho predicando en el desierto, se le están pidiendo peras al olmo, después de toda esa estrategia sistemática de condicionar a los alienados sujetos políticos a decidir con base en coyunturas. Lo mismo podría argumentarse con respecto al consejo de que los electores no deben guiarse por sus emociones. Todo esto es monserga, como si la conciencia de los presuntos sujetos políticos no hubiese sido ya preparada a reaccionar de acuerdo a emociones y anulada en sus facultades críticas debido a la desinformación, repetición, distorsión y manipulación de su psicología de masa.

Por lo tanto, si no hay sujeto de conciencia, si nuestro elector ha sido despojado de su capacidad crítica y preparado para reaccionar ante emociones y decidir políticamente con base en coyunturas, inclinándose irracionalmente hacia la opción indicada por el discurso monótono, no deja de ser irónico que se atribuya a estos electores, sistemáticamente embrutecidos, una cualidad positiva cuando le otorgan su opinión favorable a Uribe Vélez porque “parecerían no conformarse más con posiciones dubitativas y cambiantes, y quieren que les hablen claro, que ha sido en la norma de Uribe, se esté o no de acuerdo con él”. Esta formulación sería completamente válida, pero además nos daría cualitativamente y en profundidad la tremenda consecuencia política que se deriva de ella, si la aplicamos, como de hecho lo fue, a la opinión favorable que obtuvo Adolfo Hittler en la Alemania prenazi porque los Alemanes no parecían conformarse más con posiciones dubitativas y cambiantes, y querían que les hablasen claro, se estuviera o no de acuerdo con él. Después de eso es bien conocido lo que ocurrió; por ejemplo “Hay que deshacerse de los judíos definitivamente porque nos impiden la prosperidad, y de los viejos y de los enfermos incurables porque son un lastre para la Nación” y todos estaban de acuerdo porque se les hablaba claro sin detenerse en más consideraciones.[4]

Si la gente está sistemáticamente indignada contra la guerrilla y fastidiada con una farsa que le hacen pasar por un “Proceso de Paz”, entonces, el candidato que interprete en su discurso, necesariamente monotemático, esas emociones de indignación y repudio, obtendrá mecánicamente la mayor opinión favorable. "El salto tan significativo de Uribe Vélez" está simbólicamente predeterminado. Éste sería un signo desfavorable para la posibilidad de la tregua, del porvenir del «Proceso de paz» y obviamente del destino de la Nación, puesto que aún descifrando el modelo de la propaganda fascista, la élite colombiana monopoliza los medios masivos y está apoyada por la política exterior de los Estados Unidos, que son enemigos de todos los procesos de paz en sus dominios, es más, “proceso de paz” significa para ellos toda actividad pública o secreta que contribuya a la persecución de sus intereses de Estado. Y sus intereses de Estado son enemigos de la pacificación social y la búsqueda de igualdad aproximativa.

La élite colombiana y sus secuaces imperialistas sueñan con liquidar el «proceso de paz» y con ello la alternativa que ofrece de llevar a cabo reformas profundas, manipulando a las víctimas de sus privilegios históricos y su régimen de exclusión para llevar a cabo una guerra total contra aquellos que los han desafiado en los últimos 40 años. Sueñan con estabilizar su dominio y burlar las reivindicaciones razonables de la gran mayoría. Una sentencia de Gilles Deleuze sugiere el peligro de no despertar oportunamente de ese sueño: “Si vous êtes pris dans le rêve de l’autre, vous êtes foutu” (“Si usted está atrapado en el sueño del otro, usted está perdido”.)






[1] Fernando Garavito (El Señor de las moscas), «La razón de la guerra», Columna de opinión, El Espectador, enero de 2002.
[2] Theodor Adorno, La teoría freudiana y el patrón de la propaganda fascista, Revista Argumentos, p. 91; traducción de Roberto Perry Carrasco. Ver también «Psicología de las masas y análisis del yo» de Sigmund Freud.
[3] Freud describe este fenómeno psicológico en «Psicología de las masas y análisis del yo» (Biblioteca Nueva, 1973, Tomo III, p. 2579). En la exposición de Freud se han delineado punto por punto todos los recursos estándar de los agitadores que han formado la estructura básica de la demagogia fascista: la técnica de la personalización y la idea del gran hombrecito, que trata la relación entre las ideas conductoras y las personalidades de los caudillos, donde define como "líderes secundarios" aquellas ideas irracionales que mantienen la cohesión de las masas. En la civilización tecnológica no es posible una transferencia inmediata al líder, que en realidad resulta desconocido y distante. Lo que sucede es, más bien, una re-personalización regresiva de poderes sociales impersonales y fríos. Freud imaginó con claridad esta situación. "Una tendencia o un deseo susceptibles de ser compartidos por un gran número de personas... podrían constituir... tal sustitución. La abstracción podría, a su vez, encarnar más o menos completamente en la figura de lo que podríamos llamar un líder secundario". (Biblioteca Nueva, Tomo III, p. 2582).
[4] Albert Speer, el arquitecto de Hittler y su ministro de armamentos durante los tres últimos años de la guerra, dio la siguiente declaración al tribunal Internacional de Nüremberg sobre lo que él consideraba que había sido la cuestión fundamental del fascismo alemán: "La dictadura de Hittler difirió de todas las que le precedieron en la historia en un punto fundamental: fue la suya la primera dictadura del período contemporáneo de desarrollo de la técnica moderna, una dictadura que hizo un uso integral de todos los medios técnicos para la dominación de su propio país. Con el empleo de medios técnicos tales como la radio y los altavoces, ochenta millones de seres fueron privados de su independencia mental. Así fue posible someterlos a la voluntad de un solo hombre. Los dictadores en el sistema totalitario correspondiente al período de desarrollo de la técnica moderna pueden prescindir de intermediarios. Los medios de comunicación permiten mecanizar la jefatura en los estratos más modestos; como resultado de esta situación surge el nuevo tipo del receptor de órdenes carente de capacidad crítica."

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