
¡DOBLE PLAY!: (Febrero 26 de 2005) Ricky, no sé si sabes que estoy dirigiendo una revista de béisbol y sóftbol desde hace un año. Publiqué 14 números el año pasado y quiero publicar el número 15 la otra semana. Hoy recordé que desde el año pasado había pensado en hacerte una entrevista acerca de toda tu experiencia, que yo mismo quiero conocer, para publicarla allí. Es decir, luego de que te firmaron me parece que viniste un par de veces, pero después del año 1990 no supe mucho de ti. Esta revista la leen todas las personas de béisbol y sóftbol y la gente de los medios de comunicación y los directivos del deporte departamental. Como vos fuiste el primer vallecaucano firmado para el béisbol profesional, es casi forzoso que esta revista registre tu experiencia para que la conozcan las mil personas que frecuentan estos deportes y para que quede registrado en la memoria colectiva. Para tantos niños sería sumamente instructivo conocer tu recorrido, pues obviamente muchos sueñan con jugar béisbol profesional. A mí me gustaría mucho profundizar bastante en tus experiencias porque son cosas que le conciernen al deporte vallecaucano y estoy seguro de que es una historia fecunda e interesante. ¿Qué te parece la idea?
DONEY ENRIQUE IBARGÜEN: (Febrero 28) No tenía ni idea que estabas dirigiendo una revista; nunca, ninguna de las personas con las que de una u otra manera me he mantenido en contacto todos estos años me había comentado nada al respecto. ¡Me parece muy interesante y te felicito! Ahora, en lo que hace referencia a la entrevista, yo no le veo ningún problema; me parece que la manera más cómoda de hacerla, tanto para ti como para mí, sería que tú me preguntaras por email y que yo conteste a las preguntas por correo electrónico también, y de acuerdo con mis respuestas tú preguntas nuevamente, hasta que agotemos el tema más o menos satisfactoriamente. Déjame saber por favor para cuándo necesitas que te empiece a escribir.
¡DP!: (Febrero 28) Necesito tus respuestas ya. La verdad es que pensaba publicar el número 15 este fin de semana, pero sería muy apresurado, de modo que puedo dejarlo para la otra semana, lo cual implicaría que tendríamos una semana para elaborar el texto. Quisiera que me contaras desde el principio, es decir: cuándo llegaste a la Liga de béisbol del Valle. Porqué fuiste a béisbol. Quién fue tu primer entrenador. Cuál fue tu primer equipo. Cuántos años tenías. Tus logros y fracasos durante esos comienzos. En qué posición o posiciones te desempeñabas. Cómo fue el proceso con las selecciones Valle. Qué consecuencias tuvo la enseñanza de Curtis Wallace para tu carrera. Cómo fue el proceso de tu firma con los Tigres de Detroit. Luego cómo fueron tus inicios en el béisbol profesional y el resto de la historia que yo desconozco por completo.
Ricky: (Marzo 1) Déjame decirte que nunca pensé estar escribiendo sobre mi experiencia en el béisbol profesional, y mucho menos que, el siquiera pensarlo, me produciría esta mezcla de sentimientos que estoy experimentando; ya antes he hablado con varias personas sobre ello, pero quizás por ser la primera vez que lo escribo, esta mezcla de sentimientos se acentúa; pero en fin, a lo que vamos. Ya son las 10:45 AM; tengo un par de horas antes de irme a trabajar.
La primera vez que el béisbol pasó por mi cabeza fue a la edad de 13 años cuando estaba en colegio Rafael Uribe Uribe, en 1980, donde propusieron que aquellas personas que no quisieran acudir a la clase de educación física, podían hacerse miembros de alguna disciplina deportiva. Obviamente, la mayoría escogió fútbol, pero en el grupo de amigos del que yo formaba parte ya había alguno en la Liga de Béisbol, así que la decisión fue fácil.
El primer día de entrenamiento fue con el señor Iván Tenorio. Iván realizó una especie de examen que consistió en tirar unas cuantas bolas desde segunda base hasta home plate. Él consideró que yo tenía “buen brazo”, por lo cual mi posición sería la de “pitcher”. Yo no “creía en nadie” puesto que de todo este nuevo grupo, procedente del Uribe Uribe, yo había sido escogido como “pitcher”.
No recuerdo exactamente cuánto tiempo transcurrió hasta que me comunicaron que podía asistir a los entrenamientos de las tardes con la Categoría Junior, (13-15 años) en la que estaba “la rosca”, que no era otra cosa que los muchachos que habían representado al Valle uno o dos anos atrás; estoy hablando de Álvaro Bueno, John Rodas, John Cárdenas, y otros como Walter Carvajal, Héctor Céspedes “Panda”, Jaime Rodríguez, Néstor Sandoval hijo, Carlos Cobo “Rayita” y tantos más que ya tenían cierto tiempo jugando. Esto fue bastante emocionante, pues aparte de tener oportunidad de alternar con la rosca, también iba a estar bajo la dirección del entrenador oficial de la Liga del Valle, el señor Néstor Sandoval padre, conocido como “Sambomba”.
Después de unos cuantos meses de entrenamiento al lado de este grupo, con el que interiormente yo siempre estaba compitiendo, ya que eran los mejores, se dio inicio al primer torneo local en la Categoría Junior, en el que yo tendría oportunidad de participar. Para esta época, ya unos cuantos de los compañeros del colegio que iniciaron conmigo no acudían más a las prácticas; unos porque decidieron que el béisbol no era lo de ellos y otros porque, después de unos cuantos golpes se amedrentaron.
Para este torneo Junior seleccionaron los diferentes equipos, cuatro para ser exacto; a mí me correspondió el equipo ”LOS PUMAS”, dirigido por Jezer Possú Dinas. Demás está decir que en este equipo no había uno solo de los de “la rosca”, la mayoría éramos novatos que de una u otra forma habíamos logrado hacernos notar, como Luis Rojas “Mazamorra”, los hermanos Adames, Diego y Andrés, Iván Ballesteros, Luis Felipe Ochoa y otros más que en estos momentos no recuerdo.
Pues con este grupo, no sólo dimos la batalla, sino que terminamos jugando la final contra “Los Atléticos de Palmira”, es decir, contra ”la rosca”. Desafortunadamente perdimos y coseché mis primeras lágrimas a causa del béisbol.
Los torneos locales continuaron en la misma categoría Junior, y unos cuantos años más tarde en la categoría Juvenil (15-18 años), pero lo que todos queríamos era asistir a un campeonato nacional, que es donde se da cita la crema y nata del béisbol colombiano, para poder medirnos a nivel de selección (ya para este entonces yo también era parte de “la rosca”, aun cuando no sabía lo que era lucir una camiseta de la Selección Valle) con seleccionados como Bolívar, Sucre y Córdoba, pero durante tres años no pudimos asistir a los torneos nacionales de la categoría Juvenil porque después de entrenar duramente al final nos decían: “la Liga no tiene fondos”, que era lo que siempre escuchábamos. ”El presupuesto no alcaza para béisbol” era la frase escuchada año tras año cuando se avecinaba la fecha del Campeonato Nacional Juvenil de Béisbol, de modo que el Valle no asistió a los Torneos Nacionales Juveniles de Medellín en 1981 y Bogotá en 1982. Lo mismo iba a ocurrir para el torneo que se llevaría a cabo en Barrancabermeja en diciembre de 1983. Habíamos entrenado con la ilusión de viajar y ya nos tenían lista la frase de los directivos que no hacen gestión, pero afortunadamente para el béisbol, no sólo del Valle sino de Colombia, desde septiembre de 1983 el señor Carlos Puente González se había acercado a la Liga de Béisbol del Valle y ya estaba masificando este deporte con la colaboración de Jezer Possú e Iván Tenorio. Además de esa labor, que hacía sin ser todavía miembro del Comité Ejecutivo de la Liga, se interesó por nuestra categoría y le comunicó a la Liga de Béisbol que a él, junto con un grupo de amigos, les gustaría auspiciar y patrocinar a la selección Juvenil que se estaba preparando en esos momentos con miras a asistir al Torneo Nacional de Barrancabermeja.
Aunque escépticos por todas las veces que a última hora se nos había comunicado que el Valle no viajaría al Campeonato Nacional, pero con una nueva esperanza depositada en la persona de Carlos Puente, continuamos nuestra preparación a nivel de selección. Fue entonces, poco antes de viajar a Barrancabermeja, que se nos comunicó que el señor Curtis Wallace, para ese entonces Entrenador de la Selección Colombia, estaría en Cali unos cuantos días llevando a cabo clínicas de instrucción, incluyendo entrenamientos con la selección juvenil del Valle.
Curtis Wallace había jugado béisbol profesional, no sólo en Colombia, sino también en USA con la organización de los Reales de Kansas City.
Diego, te dejo ahí por ahora, pues tengo que ir a trabajar; esta noche, dependiendo a qué hora llegue, ya que estamos en época de nieve, escribo un poco más. Esto toma tiempo; ahora lo sé.
¡DP!: (Marzo 1) Ricky, me parece excelente tu relato. Yo recuerdo todo lo que narras desde enero de 1981, que fue cuando yo llegué a la Liga de Béisbol del Valle. En los primeros meses de ese año organizaron un torneo Juvenil con cuatro equipos: Calimas, Piratas, Vallunos y Atléticos de Palmira. Tú pertenecías a Calimas, junto con Mazamorra, Álvaro Bueno, John Palacios, y otros que no recuerdo, y los dirigía Jezer Possú. Eras pitcher y lanzabas duro. En 1981 nos dejaron plantados y no pudimos ir al Torneo Nacional. El año 1982 fue la misma situación y el torneo se realizó en Bogotá. Curtis Wallace era el seleccionador de la categoría y llevaría a Colombia a un Mundial Juvenil al año siguiente. Wallace tenía muchas ganas de conocer Cali, pues le habían hablado mucho del ambiente caleño y eso lo atraía. En 1983 éramos juveniles pero participamos localmente en un torneo Departamental de mayores con unos equipos llamados: Vallunos, Orioles, Piratas y Calimas. En Orioles jugaba Marcos Chaquea. Creo que tú jugabas en Calimas, donde también jugaban los mellizos Benítez. Quisiera que me hablaras de ese año si lo recuerdas. Yo recuerdo muy bien que tú eras lanzador y que fuiste firmado como short stop en 1987 y no sé si tu cambio de posición fue idea de Curtis Wallace. ¿A Barrancabermeja fuiste como lanzador o short stop? También sé que Curtis Wallace te puso a batear “ambas manos” porque sólo bateabas a la derecha y fue Wallace quien en el segundo semestre de 1984 o en el primero de 1985, cuando vino a trabajar a la liga de béisbol del Valle, puso a varios jugadores a batear “ambas manos”, entre ellos Triana, Adames, los Prado, Fredy Ayala y otros más. ¿En qué momento Wallace introdujo estas variaciones defensiva y ofensiva en tu desempeño como beisbolista?
Una nota periodística de “El País” de julio 19 de 1984 dice: “La Asamblea Extraordinaria de la Liga de Béisbol del Valle, reunida la semana anterior, reeligió por unanimidad a Carlos Puente González en el cargo de Presidente, reconociendo sus méritos y labor en el poco tiempo que lleva al frente de esta entidad. Todos los asambleístas estuvieron de acuerdo en entregarle un voto de confianza a Puente González, quien le está cambiando paulatinamente la imagen al béisbol en el Valle del Cauca. Fue el encargado de gestionar los intercambios con equipos de Antioquia y la costa. Los infantiles del Valle lograron una histórica victoria frente a su similar de Bolívar, lo que nunca antes se había alcanzado. Los demás cargos quedaron distribuidos así: Vicepresidente, Jorge Bayter; Secretario, Rafael Cardona; Tesorero, Óscar Fischer; Vocales Principales: José Luis Ugarriza, Luis Hurtado y Edgar Balanta; Revisor Fiscal: Ernesto González, con suplencia de Efraín Chávez...”. Es decir, que entre diciembre de 1983 y julio de 1984, Carlos Puente había reemplazado al Presidente anterior Jairo Estarita, y fue reelegido a principios de Julio por Asamblea Extraordinaria. Carlos Puente fue Presidente de la Liga hasta 1996, cuando renunció para ser Presidente del América de Cali.
Carlos Puente González haciendo entrega del Champion Pitcher a Raúl López del Valle el 10 de diciembre de 2005 cuando el Valle del Cauca se coronó
Campeón Nacional de Béisbol Juvenil.
Durante esos 12 años el béisbol del Valle se desarrolló como nunca lo había hecho, obteniendo títulos, subtítulos y grandes participaciones a nivel nacional e internacional. El factor principal de ese desarrollo fue la masificación desde la categoría Pony (Preparatoria) con niños desde los 5 años y esta labor fructificó de muchas maneras, una de las cuales fue el puñado de jugadores vallecaucanos firmados para las organizaciones de grandes ligas, de los cuales tú fuiste el primero. De no haber sido por Carlos Puente, no habrías tenido esa oportunidad que tan bien aprovechaste, puesto que él consiguió recursos no sólo para masificar el béisbol sino para que quienes ya éramos peloteros pudiéramos jugar localmente y asistir a los torneos nacionales. Y un factor clave de este desarrollo, creo yo, fue que Carlos Puente se preocupó por traer a Cali a los mejores entrenadores de béisbol que había en Colombia, y esa iniciativa hizo que Curtis Wallace viniera a trabajar a Cali varios años, y creo que Wallace fue fundamental en el desarrollo de tu carrera. Quisiera que me hablaras sobre eso.
Ricky: (Marzo 2). Sí, cuando estaba en la categoría juvenil mi posición era ya la de “short-stop” o paracortos; lo que no recuerdo con exactitud es cuándo se dio este cambio de posición. Debe haber sido poco después de terminado el primer torneo local de la categoría Junior. Lo que sí sé es que cuando Curtis Wallace llegó a Cali por primera vez yo ya no era pitcher; entonces debe haber sido idea de Iván Tenorio, pues ya para esa época Néstor Sandoval (“Sambomba”) estaba desconectado del béisbol y a cargo de la Liga de sóftbol.
La llegada de Wallace a Cali fue todo un espectáculo; la mitad de lo que decía no se le entendía, pero en la primera ocasión en que se colocó un guante de béisbol y se situó en tercera base a recibir “rolas”, creo que para todos el mensaje fue muy claro: “esto es béisbol de verdad, lo que yo, Curtis Wallace les puedo enseñar”. A partir de ese momento, y aun cuando nadie aún me había mencionado que jugar béisbol profesional podía ser una posibilidad para mí, pensé que debía ser muy “chévere” poder jugar béisbol algún día a ese nivel exhibido por Wallace. Esa fue la primera vez que vi en vivo algo o a alguien relacionado con “Professional Baseball”. La segunda ocasión fue cuando, ya con la idea en mente de impulsar el béisbol en el Valle, se gestionó la realización, en el diamante de Cali, de un juego de la Liga Profesional Colombiana de Béisbol. Uno de los equipos participantes era Cerveza Águila donde militaba el ex-grandes ligas Joaquín Gutiérrez, Manuel “Manny” Villa y otros peloteros jóvenes (grandes prospectos) que dos años más tarde estarían en grandes ligas. Pude alternar con “Manny Villa” y con Joaquín Gutiérrez, a quien años más tarde alguien volvió a presentarme en Cartagena, y de hecho él no me recordaba. Después de este juego, nos reunimos Álvaro Bueno y yo en casa de mis viejos, y fue entonces que lo mencioné por vez primera: “Álvaro, algún día yo voy a jugar béisbol profesional”. Él, decente como siempre y mirándome entre burlón e incrédulo, lo primero que dijo fue: ”¿Es que no viste a qué velocidad tiran esos salvajes?”
Después de unos cuantos días en Cali dando clínicas a los monitores y entrenadores, así como también practicando con la selección juvenil, Curtis Wallace se despidió de todos diciendo: “nos vemos en Barrancabermeja”, lo cual, en el interior de todos nosotros no era muy seguro, pues estábamos tan acostumbrados a oír a ultima hora: “el viaje se canceló”, que no pudimos creer que iríamos a “Barranca” sino hasta cuando abordamos el bus aquella noche y nos despedíamos de nuestros familiares y novias a través de las ventanillas, mientras el conductor ponía el bus en marcha.
¡Increíble! Carlos Puente estaba haciendo realidad un sueño de tantos años.
Iván Tenorio en Miami en 2004 junto a algunos de los trofeos que obtuvo como entrenador. Tenorio estuvo 19 años en la Florida enseñando béisbol y regresó a Cali en octubre de 2009. Tenorio tuvo mucho que ver con la formación y fundamentación de "Ricky". De las palabras de Ricky se deduce que hubo cuatro personas que contribuyeron a llevarlo al béisbol profesional: Jezer Possú Dinas, Iván Tenorio, Carlos Puente González y Curtis Wallace, aunque también reconoce que aprendió detalles importantes de "Many" Villa.
Jezer Possú Dinas
Íbamos bajo la dirección técnica de Iván Tenorio y Jezer Possú, quienes desde que nos pusimos en marcha, y hasta que nos dejó el bus de regreso en el estadio de béisbol, tuvieron que batirse “como huevo pa’ tortilla” para poder lidiar y controlar toda la “poca” patanería y relajo que se le pudo ocurrir a un grupo de más de 20 muchachos entre 16 y 18 años; casi nada.
Llegados a Barrancabermeja, nos tocó ver en acción, en el juego inaugural, a la Selección de Sucre, uno de los seleccionados fuertes del béisbol colombiano, del cual hacían parte Ricardo y Carlos Cardales, tío y sobrino respectivamente. Estoy casi seguro que en la memoria de todos los vallunos que presenciamos ese juego, por siempre estará una jugada de Carlos Cardales, quien era short-stop también, en la cual recibió una bola como relevo a medio camino entre la pared del “center field” y la almohadilla de segunda base, tiró a “home”, y la bola llego al “catcher” a la misma altura que la soltó Carlos, para poner “out” a quien trataba de anotar. Todos los espectadores se pararon a aplaudir, menos unos cuantos de la selección Valle, que aún no dábamos crédito a lo que acabábamos de presenciar. Recuerdo que alguien preguntó: “¿y nosotros tenemos que jugar contra estos bárbaros? Aún ahora, después de tantos años, me causa risa el recordar ese comentario a estilo de pregunta.
Nuestro primer juego fue contra el equipo local; yo recuerdo haber estado nervioso, pero también ansioso de entrar al campo de juego a competir por primera vez con lanzadores diferentes a los Diego Tascón, los Néstor Sandoval, los Carlos Cobo, etc. No recuerdo con exactitud cuantos ponches me llevé, pero el balance no fue muy positivo. Perdimos ese primer juego, y el segundo, y el tercero, y todos los que siguieron durante ese campeonato.
Hubo un juego en especial durante este Nacional de Béisbol que jamás olvidare: fue el juego del Valle contra la selección de San Andrés y Providencia; creo que fue durante el tercer o cuarto “inning”, en el cual cada uno de los jugadores de San Andrés tuvo por lo menos tres turnos al bate antes de nosotros poder sacar los tres “out”. Fue una de esas derrotas desmoralizantes, aplastantes, que después tratamos de hacer a un lado pensando que fue producto de un mal día. Creo que fue mi compadre, –como nos llamaba Wallace- Álvaro Bueno, quien también es negro como yo, el que comentó durante ese “inning”: “estos negros trogloditas son unos brutos, ni bates usan, lo que usan son unos mazos”, refiriéndose a los Easton de 36” y 36 onzas que usaba este equipo; los bates más grandes que yo había visto en mi corta experiencia.
A Curtis Wallace, estando presente durante este Nacional de Béisbol como Entrenador Nacional, un periodista local, ya casi terminando el campeonato, le pidió un balance del nivel técnico que se había visto, a lo cual Curtis respondió por escrito, y añadió una nota sobre las selecciones del interior donde mencionó a Molina de Antioquia y a Enrique Ibargüen del Valle entre otros, con calificativos como “prospecto en ciernes”, “tremendo brazo”.
Yo siempre supe que tenía buen brazo y también lo había escuchado en el Valle, pero viniendo de Curtis Wallace, antecedido de “prospecto en ciernes”, era lo mejor que yo había escuchado en lo que llevaba de jugar béisbol, alrededor de cuatro años.
Fue inmediatamente después del Nacional de Barrancabermeja que Carlos Puente Gonzáles, quizás apenado por ser valluno también por las palizas que recibió el Valle, decidió que ya era hora de meterle la mano en firme al béisbol vallecaucano para llevarlo algún día a competir de tú a tú con los grandes del béisbol colombiano. Inició buscando patrocinadores y entrenadores traídos de la costa.
Recuerdo una llamada de Jezer Possú comunicándome que el señor Carlos Puente quería patrocinar un equipo en la categoría juvenil en 1984, equipo que Possú debía conformar, patrocinado por el Bar y Restaurante Toro Negro; Jezer estaba tratando de contactar a todos los miembros del equipo, pero cuando me leyó la lista no era ni más ni menos que tres cuartos de la selección Valle; en otras palabras, la, tan odiada por unos y codiciada por otros, “rosca”. Para completar, uno de los primeros entrenadores que Carlos Puente llevo a Cali fue Manuel “Manny” Villa, expelotero profesional, quien aparte de tener asignada la preparación de la selección Valle, sería el “coach” del equipo de la categoría juvenil de Toro Negro.
De “Manny” Villa aprendimos, los que quisimos escuchar y nos atraía la idea, que un pelotero debe lucir como pelotero; que incluso el vestirse para salir a un campo de béisbol debe ser tanto o más que vestirse para salir a la calle a un evento especial. En ese tiempo, aunque me agradó la idea de verme bien vestido, me parecía más “chicanería” que otra cosa, pero lo cierto era (modestia aparte) que lucía bien con mis pantalones apretados, guantines y muñequeras. Después me convencí, llegado el momento, del que hablaré más tarde, que eso que yo catalogaba de “chicanería”, tiene su razón de ser y va acompañada de otros detalles, aunque no de la forma que “Manny “ Villa nos lo expuso; se llama Profesionalismo; ya hablaré de ello.
¡DP!: (Marzo 1) Ricky, tu relato me parece cada vez mejor. En 1984 se organizó un buen Torneo Departamental Juvenil con cinco equipos; fue cuando salió Toro Negro en la juvenil, que como dices, tenía a los mejores jugadores, y sin embargo el torneo fue parejo y quedó campeón La Rivera. Yo jugaba para Astros de Gonzalo Paz y luego de ganar unos buenos juegos tuve que ir a pagar servicio militar desde julio de 1984 hasta julio de 1985. Estando en el ejército supe que habías ido al Torneo Nacional de Medellín con la Selección Valle, y creo que esa participación fue mejor que la del año anterior. No sé si recuerdo bien pero creo que al volver del ejército me contaron que llegaste a jugar de receptor en ese torneo y en una jugada te tumbaron un diente. Pero no estoy seguro si eras tú, pues yo estaba pagando servicio militar con otros tres peloteros: John Rodas, Roberto Londoño Córdoba y Fabián Chávez, los cuales jugamos en un torneo representando a la Armada Nacional. Te cuento esto para introducir un tema (y refrescarte la memoria tal vez) respecto al equipo Toro Negro en la categoría mayores, que salió en 1985, y para el cual jugamos juntos. Cuando volví del ejército jugué para Toro Negro y disputamos la serie final con Astros de Gonzalo Paz, que era un buen equipo y había traído al cartagenero Eladio Blanquicet como refuerzo, que era realmente un jugador muy talentoso. Astros quedó campeón ganando la serie 3 juegos a 2. En 1985 no representamos al Valle porque éramos mayores y el Valle no asistió al torneo de esa categoría, mientras que el Torneo Juvenil se realizó en Cali. Y en 1986 Toro Negro fue campeón ante la Selección Juvenil dirigida por Wallace y asistimos al Torneo Nacional Mayores en Sincelejo. El Valle llevaba muchos años sin asistir a un torneo nacional de esa categoría, y la última vez que lo había hecho, realmente más de 10 años atrás, la mayoría de sus jugadores eran costeños. En 1987, hasta el mes de octubre, también jugaste para Toro Negro y asistimos al Torneo Nacional en Bogotá, que era clasificatorio para los Juegos Nacionales de 1988. Ése fue un torneo muy accidentado para nosotros en una época lluviosa, fría y de magnicidios en la capital de la República, pero en el que afortunadamente se concretó el evento tal vez más decisivo no sólo de tu vida deportiva sino de tu vida en general...
El Espectador en Octubre de 1986 destaca a dos peloteros vallecaucanos en el Torneo
Nacional de Mayores.
Ricky: (Marzo 3). Efectivamente, después del torneo local de 1984, donde personalmente había tenido un muy buen desempeño, nos preparamos para asistir al Campeonato Nacional en Medellín, en el cual yo esperaba realizar una buena labor por la actuación que había tenido en el campeonato de Cali, donde obtuve la mayoría de los premios: campeón de bateo, de carreras impulsadas, dobles, y triples y Jugador más valioso del torneo. Aún recuerdo que cuando iba de vuelta para la casa con mi hermana Mabel, que no se perdía un juego, cargando todos esos trofeos, la gente me gritaba de los carros; “¿Dónde compraste esos trofeos?”.
Déjame decirte que como selección, sin lugar a dudas, en Medellín lucimos mucho mejor que en Barrancabermeja; el duro trabajo realizado nos hizo lucir mucho mejor, pues incluso en el juego contra Bolívar estuvimos ganándoles por un par de carreras producidas con un “homerun” de John Palacios. No nos duró mucho la dicha, pero nunca habíamos estado más felices que en esos momentos en que le ganábamos a los “monstruos del béisbol colombiano”...nada menos que Valle ganándole a Bolívar. No lo pudimos hacer nosotros, pero unos cuantos años mas tarde lo lograría la Selección Infantil del Valle. Ese triunfo de los “pelaos” me lo goce tanto como si hubiera sido yo el que hubiese jugado. Fue increíble.
En lo personal, el Campeonato Nacional Juvenil de Béisbol en Medellín fue una de las experiencias mas amargas que tuve como amateur, pues no solamente no fui ni sombra de lo que mostré durante el campeonato en Cali, más bien todo lo contrario, sino que además en un juego contra Bolívar, en el que Iván Tenorio me alineó de “catcher”, Jamir
de Aguas me tumbó un diente en una jugada apretada donde lleve la peor parte. De hecho, él se disculpó poco después, pero su nombre jamás lo pude olvidar, ni lo olvidaré aunque no le guardo rencor; lo que sí sé es que si ello hubiera sido béisbol profesional, él también recordaría ese juego muy bien. Ya sabrán porqué. Ése fue mi ultimo juego en ese campeonato; el resto del tiempo lo pasé como espectador, ya que además del diente, que me pegaron con resina, me habían cogido seis o siete puntos en el labio superior. Según Carlos Puente, me habían hecho un favor porque me veía hasta “pinta” con la boca hinchada.
Medellín fue oficialmente mi despedida del béisbol nacional a nivel juvenil, ya que tenía entonces 18 años, pero Wallace seguía tratando de promover e impulsar el béisbol del interior del país, y para ello tenia la idea de escoger un seleccionado entre los departamentos de Antioquia, Bogota, Santander y Valle para llevarlo a enfrentar los mejores seleccionados de la costa; desafortunadamente esta idea nunca se materializo.
No obstante la desilusión personal por lo acontecido en Medellín, seguí jugando y preparándome para ser parte también de la selección en la categoría Mayores.
Fue al año siguiente, en 1985, durante el Nacional de Cali, que escuche por primera vez la palabra “SCOUT” relacionada conmigo. Antes de un juego de la Selección Valle, la cual ya estaba dirigida por Curtis Wallace, Iván Tenorio y Jezer Possú, alguien me comunicó que Wallace e Iván querían hablarme. Cuando me presenté ante ellos, me dijeron que al día siguiente asistiría al estadio un “scout” de los Mellizos de Minnesota que quería conocerme y hacerme unas pruebas en las horas de la tarde, antes de viajar, porque ese mismo día abandonaba el país; por lo tanto debía venir preparado. Esa noche no pude dormir, pues no hacía más que mirar por la ventana esperando que amaneciera. Cuando amaneció, yo hacía mucho rato estaba en pie. Recuerdo que llegue al estadio de béisbol más temprano que de costumbre y aunque el cielo estaba bastante oscuro, para mí era la mañana más hermosa que había visto en mi vida.
Llegadas las horas de la tarde, toda la lluvia que iba a caer sobre Cali en los próximos diez años, o al menos así me pareció, cayó después de las 3:30 PM. Adiós “scout”; adiós ilusión de ser firmado, pensaba para mis adentros; no podía creerlo, pero allí estaba el campo de béisbol inundado de agua y la lluvia no cesaba, por si me quedaba alguna duda.
Desde antes de Wallace llegar oficialmente a Cali como entrenador, ya el había sugerido que nuestro béisbol, el del Valle, debía ser desarrollado de una manera estratégica, elaborada y metódica. Uno de sus primeros objetivos fue hacer de la mayoría de nosotros bateadores ambidiestros, lo cual estaba designado a facilitarnos las cosas y a complicarlas a nuestros contendientes. Recuerdo que esto creo mucha polémica, sobre todo por parte de los detractores que nunca faltan, pero los planes continuaron y a medida que pasaba el tiempo hasta el más incrédulo iba convenciéndose de que el “gringo” sabía de pelota.
En 1986, dirigidos por Wallace y con la asesoria de Iván Tenorio, nos preparamos para asistir al Campeonato Nacional de Sincelejo, donde pondríamos a prueba nuestra nueva escuela.
Como tú dices, Diego, el Valle llevaba diez años sin asistir a un Campeonato Nacional en la categoría Mayores, por lo tanto nadie nos pronosticaba nada positivo, pues si bien es cierto que las selecciones de la costa del país son fuertes en todas las categorías en general, en esta categoría en particular contaban con unos individuos que eran dignos de todo respeto. Me refiero a gente como Bartolo Gaviria de Bolívar, Matute de las Fuerzas Armadas y otros tantos por el estilo.
La Selección Valle llegó a Sincelejo con un grupo muy peculiar por lo heterogéneo; teníamos desde jugadores tan jóvenes como Alejandro Rancruel, de escasos 17 anos si mal no recuerdo, hasta veteranos como “Pupy” Eastmond y Alcibíades Jaramillo (“pitcher” glorioso de muchas Selecciones Colombia contratado por la Liga del Valle presidida por Carlos Puente como instructor de lanzadores para la categoría infantil), que para ese entonces ya tenían más de los 40. Ahí me gané por lo menos un madrazo del “Pupy” y un “eche no joda” de Alcibíades.
Estoy casi seguro de no equivocarme al decir que, a pesar de haber ganado sólo un juego a Antioquia 10 a 4, sorprendimos a mucha gente, ya que la verdad sea dicha, jugamos un béisbol de calidad, con fundamento y con mucha garra. Selecciones como la de Atlántico y San Andrés tuvieron que batirse “como huevo pa’ tortilla” para ganarnos. Y claro, los espectadores nos felicitaban en la calle por el béisbol que estábamos jugando y hacían comentarios sobre los bateadores ambidiestros de la Selección.
Yo me enteré después de haber sido firmado, de lo cual hablare pronto, que Curtis Wallace le había afirmado a Carlos Puente en 1985 que si le daba libertad de acción, en dos años el llevaría una selección Valle de la categoría Infantil a ser campeon nacional y conseguiría que por lo menos un valluno fuera firmado por el béisbol organizado; un plan del cual yo sería el protagonista principal.
Unos cuantos meses después del Campeonato Nacional de Sincelejo, continuamos nuestro torneo local en Mayores; yo seguía en “la rosca” o mejor conocido como Toro Negro, equipo del que sólo salí después de haber sido firmado. Ahora recuerdo que también alternaba el jugar béisbol con dirigir un equipo de niños entre 8 y 10 años durante una campaña de promoción que realizo la Liga por todas las escuelas de Cali. Este equipo era “Los Osos”, del que recuerdo a muchos de sus integrantes, como Mañunga, Fredy, Carlitos, Múnera, pero en especial a uno de mis pupilos, pues me enteré que había fallecido a causa de un accidente...Abadía era su apellido
En 1987, la Selección Valle dio inicio a su preparación con miras a asistir al Campeonato Nacional de Béisbol en Bogotá, que sería, como bien lo describiste, el evento más significativo, no solo de mi vida deportiva, sino de mi vida en general.
Cuarta Parte
Ricky: Aquí vamos de nuevo... son las10:40AM, Marzo 03....
Este Nacional fue tan significativo para mí que aún hoy en día, después de casi 17 años, sigue dándome frutos.
Ya para 1987, las nuevas técnicas que Wallace trato de introducir desde su llegada a Cali estaban mas arraigadas y para la mayoría de nosotros era una cuestión muy natural batear a ambos manos (ambidiestros). El objetivo principal del Valle en este Nacional era clasificarse para los Juegos Nacionales del año siguiente, para lo cual debíamos ganar un mínimo de dos juegos. Dentro de la estrategia a seguir, después de analizados por nuestro cuerpo técnico los diferentes seleccionados que asistirían a Bogota, se determinó que muy bien podíamos ganar hasta tres juegos y con un poco de suerte quizás cuatro. Wallace nos comunicó que con los seleccionados de Bogotá y el Cesar NO PODIAMOS PERDER, había que ganar o ganar; que a Antioquia había una muy buena posibilidad de ganarle y quizás sorprender a algún seleccionado como el del Atlántico o el de San Andrés, a quienes les habíamos dado tan buena pelea en Sincelejo el año anterior.
La presión estaba en nosotros, el Valle, porque ahora se trataba de ir a ganar por lo menos dos juegos en un Nacional, cuando sólo habíamos logrado ganar uno en los tres anteriores, contando los torneos juveniles. Pero ello no me afectó ni a mí, ni al resto del seleccionado; por el contrario, nos servía de motivación y estímulo para trabajar y prepararnos más fuerte aún.
En esta época yo estaba terminando mi último año de bachillerato nocturno, después del cual debía ir a prestar el servicio militar obligatorio, idea que no me agradaba en lo absoluto, ya que no solo me impediría ir al Nacional de Bogotá, sino que además sería en una de las épocas más violentas que ha vivido Colombia en los últimos 25 años...nada halagador...mas bien espantoso según yo lo veía. Poco antes de terminar el bachillerato, después de haber realizado los exámenes de ICFES en el que saqué una buena calificación, yo tenia en mente dos planes a seguir: uno era presentar el examen de admisión en el SENA, como alternativa en caso que no pasara los de la Universidad. El segundo, presentar el examen para la Universidad del Valle, tras mi retorno de Bogotá, en la que pensaba estudiar Ingeniería Industrial.. Pero véase claro que en ninguno de mis planes encajaba el ir a prestar servicio militar y mucho menos irme a pelear, ni con “Tiro-fijo”, ni con nadie que se le pareciera.
Mientras todo esto pasaba por mi cabeza y ajeno aun a lo que se traía Curtis Wallace entre manos, un día cualquiera me dijo que tenía una idea que quería exponerme; yo pensé que se trataría de alguna otra estrategia a poner en práctica y relacionada con la Selección. Sí lo fue en parte, pero algo totalmente inesperado para mí. Cuando entré en su oficina, me preguntó “¿te gustaría que te firmaran para jugar béisbol profesional en Estados Unidos”? Creo que lo único que atine a decir fue ¡AHHH!
Después de calmarme un poco le pregunté qué se debía hacer para ello, a lo que él me contestó que tenía en mente escribir unas tres o cuatro cartas y enviarlas a diferentes organizaciones en USA. En esas cartas el describiría no sólo mi habilidad para jugar béisbol, sino también mis condiciones físicas y mis dotes atléticos, como mi estatura, mi peso y también el hecho de que además practicaba basketball y soccer, lo que me haría parecer ante los ojos del lector (el “scout”) mas atlético aún.
Curtis escribió tres cartas dirigidas a tres organizaciones diferentes, pero yo sólo recuerdo la que iba dirigida a los Tigres de Detroit. Mr Wallace, “duro del codo” como siempre, esto para los que hemos tenido el honor de conocerlo, me dio las cartas a mí, no sólo para que leyera lo que en ellas había escrito, sino más bien para que yo tuviera que pagar el costo del envío. No recuerdo de dónde saqué el dinero, pero sé que cuando fui a la oficina de Avianca, pedí el servicio mas rápido.
Al día siguiente le dije a Wallace que las cartas iban en camino...y “¿ahora qué?” le pregunté. “A esperar”, me dijo, “pero quédate tranquilo que alguna de esas organizaciones ha de contestarnos”. OK, a esperar.
Terminado mi último año de bachillerato, presenté el examen del SENA, el cual pasé sin ningún problema; ya estaba en marcha el primero de mis planes. El segundo, presentarme a la Univalle, sería al volver de Bogota.
Faltaba poco más de un mes para viajar al Nacional de Bogota, habrían transcurrido unas tres semanas desde que enviara las cartas, cuando Curtis Wallace me dijo que había recibido respuesta de los Tigres de Detroit, organización ésta que estaba interesada en verme y para ello había encargado al “scout” Ramón Peña, dominicano de nacimiento y ex-pelotero profesional que militó con los Piratas de Pitsburgh, encargado por Detroit de toda el área del Caribe, incluyendo, claro está, a Colombia.
Ramón Peña debía contactar a Curtis Wallace para ultimar dónde sería posible verme y llevar a cabo las pruebas correspondientes. Acordaron entre ellos algo que a mí, aunque no dije una sola silaba al respecto, me pareció la peor de las ideas; acordaron que fuera en Bogotá, durante el Campeonato Nacional, donde Ramón Pena me viera, así no solo podría realizar las pruebas, sino que también podría verme en acción en situaciones reales de juego. “Voy a estar jugando bajo mucha presión”, me imaginé, pero nada ...pa’ ‘lante.
Hubo algo que estuvo a punto de dar al traste con todos estos planes: El Servicio Militar Obligatorio. Recuerdo que mi último juego en Cali, antes de ser firmado, fue contra el equipo Los Astros, estando lanzando Alcibíades Jaramillo, a quien le batee el único “humerun” que di en Cali durante un juego oficial, por encima del tablero de anotaciones (otro “eche”, no joda, tenía que mencionar eso el carajo éste pue’); algo que sólo se había visto muchos años atrás durante los Juegos Panamericanos, cortesía de Bartolo Gaviria. El Lunes siguiente, después de este juego, debía presentarme en el Batallón Pichincha para ser enlistado...No podía creerlo...primero un aguacero de madre y ahora el servicio militar me iban a impedir tener la oportunidad de firmar para jugar béisbol organizado.
Dentro del Pichincha me hicieron los exámenes físicos correspondientes que pasé sin problema alguno; luego me sacaron a un campo inmenso en compañía de cientos de muchachos. Mientras esperábamos al oficial de reclutamiento, a algún inteligente se le ocurrió realizar practicas de polígono a una distancia de unas doscientas yardas de donde yo me encontraba. Esto acabó de convencerme... lo mejor que el Ejército podía hacer por Colombia era exonerarme del Servicio Militar, porque si alguien pretendía que yo, después de haber escuchado cómo sonaba ese fusil que aquel soldado estaba disparando y ver lo que le hacía a la carrocería del carro que tenía como objetivo, me expusiera a estar bajo la mira de uno de esos fusiles, estaba muy equivocado. Ya me veía enfrentando un Consejo de Guerra por cobarde.
Cuando llego el oficial de reclutamiento, preguntó quién quería ir voluntariamente; muchos se movieron, yo no; quién sabía tocar algún instrumento musical, la misma reacción; quién jugaba fútbol, baloncesto o practicaba algún deporte. El negro continuaba sin inmutarse. Ahora, cuando dijo “aquellos que por cualquier razón no puedan prestar el Servicio Militar, háganse a la derecha”, nadie me ganó la salida, fui el primero en moverme.
Iniciaron preguntándole a uno por uno cual era la causa de ese impedimento y muchas de las respuestas eran del tipo: yo soy único hijo y trabajo para sostener a mi madre...hágase para allá!; mi papá es invalido y no tiene quien lo cuide...hágase para allá!; yo estoy recién operado de una hernia!...hágase para alla!
Llegó mi turno: “¡A ver negro!...usted está muy bueno para PM...¿cuál es su problema?” ”Oficial”, empecé, “yo no tengo ningún impedimento físico, yo soy beisbolista y se me ha presentado una oportunidad que se le da una sola vez en la vida a muy poca gente y que aquí en Cali jamás ha ocurrido, la cual es la de firmar para jugar béisbol profesional en USA”, y claro, le agregué lo del “scout” que me vería en Bogotá, además de enseñarle las cartas que llevaba con el membrete de la Liga del Valle, firmadas por Carlos Puente, Miguel Chávez y creo que hasta “Comecaña” había firmado alguna...”Oiga, esta disculpa es nueva, esta no la había oído nunca”, me contestó el oficial; “quédese allí hasta que venga mi capitán”. De más de trescientos “impedidos”, solo quedamos alrededor de cuarenta en este grupo. Cuando llegó “mi capitán” le conté la misma historia y también hubo de admitir que para el era totalmente nueva; así la conté una vez más a otro de más rango me imagino, quien después de darme un apretón de manos y desearme buena suerte, me mandó a recoger botellas de gaseosa que estaban esparcidas por todas partes y me dijo que cuando llenara una canasta podía irme a casa y volver en dos semanas a buscar mi libreta militar; creo que llené como cuatro canastas...NO PODÍA CREERLO...LA SUERTE ME SONREÍA ESTA VEZ.
Estando ya en Bogotá, me enteré que el juego durante el cual Ramón Pena me vería en acción, era, ni más ni menos, que contra la Selección de Bogotá... uno de los que teníamos que ganar o ganar. Como si no fuera ya suficiente presión!.
¡DP!: (Marzo 3) Ricky, Esto está perfecto. Olvidaste que le dimos una paliza a Antioquia en el último o penúltimo juego en un pueblo durante el Nacional de Sincelejo. Recuerdo muy bien que volvimos en el bus muy contentos, haciendo alboroto. Durante el juego, Wallace parecía un árbitro de fútbol haciendo gestos y dando señas desde la caja de coach de tercera base, ordenando “hit and run”, robos de base, falsos toques, etcétera. Estoy muy pendiente del resto de tu magnífica narración. Sigue, por favor...
Diego, si he de ser sincero, tengo que decir que de todos los juegos en los que participamos en Bogotá, el que recuerdo con algo de claridad, es el que le ganamos a los locales; ni siquiera recuerdo el juego contra Cesar, el cual sé que ganamos también. Ya te imaginarás la presión que llevaba encima, aun cuando nunca mencioné nada al respecto. De este juego recuerdo unas cuantas cosas, en especial porque Ramón Peña me las recordó dos años más tarde durante una conversación que sostuvimos en República Dominicana.
Cuando llegamos ese día al estadio, Wallace me dijo: “hoy es el día, ya el hombre está en Bogotá –refiriéndose a Ramón Peña-, ¿cómo te sientes?” automáticamente contesté que bien, pero estaba más nervioso que cucaracha en fiesta de gallinas. A pesar de ello, lo que deseaba era que empezara el juego cuanto antes, pues sabía, por la experiencia de los Nacionales anteriores, que una vez que el juego da comienzo, todo lo demás se olvida...pero esta vez no fue tan sencillo como eso.
Estando aun en las afueras del estadio, vi como se acercaba un tipo vistiendo un “jacket” azul con la insignia de Detroit, de los que hasta ese momento sólo había visto en televisión que usaban los grandes ligas; saludo a Wallace en inglés y después de una corta conversación que nadie más pudo entender, me hizo señas Wallace para que me acercara. Ya Curtis me había instruido sobre lo importante que sería la primera impresión, por lo que me recomendó que al serme presentado “el hombre”, le diera un apretón de manos fuerte y lo mirara a los ojos...creo que del nerviosismo, se me fue la mano con lo del apretón fuerte, porque después del saludo, “el hombre” se sacudía la mano. Me hizo unas cuantas preguntas relacionadas con los juegos anteriores y con el que se avecinaba, me deseó suerte y escuché por primera vez un término muy usado en pelota “mete mano”.
Cuando el “umpire” gritó “Play ball”, me dije para mis adentros: “bueno negro, ahora es cuando es”. En el “line-up” yo estaba como tercer bate, seguido de Javier Torres, y aunque lo único que recuerdo con exactitud de los primeros “innings” es el color del “jacket” que vestía Ramón Peña y el cronómetro que tenía en la mano para medir cuánto tiempo me tomaba llegar de “home” a primera base, no se me olvida que como en el quinto inning, con el juego empatado, yo sería el primer bateador por el Valle. El lanzador por Bogotá era derecho, por lo tanto yo había estado bateando a la izquierda. Para enfrentarme en ese inning, el coach bogotano trajo un zurdo, pensando tal vez que yo sólo bateaba a la izquierda, con lo que obviamente le resultaría mas fácil a un zurdo deshacerse de mí. Error garrafal por su parte, pues me cambié a la derecha (producto de la enseñanza de Wallace) y le conecté un sencillo al jardín central. Trataba de volar más que correr, pues sabía que estaba siendo cronometrado. Por lo que Curtis me había indicado, no importaba si bateaba un “fly” dentro del “infield”, debía correr como si de ello dependiera mi vida, y así lo hice.
Yo estoy casi seguro que no había llegado aún a la almohadilla de primera base, cuando ya Wallace me estaba dando seña de robo de base. Me robé la segunda con “slide” de cabeza y todo. Como salí con un buen brinco, ya sabía, mientras rodaba de cabeza, que esa base estaba robada y me dije para mí: ”¡esto va bien negro!”, pero no había acabado de sacudirme la tierra de los pantalones, cuando ya Wallace estaba dando seña de “hit and run”. Aunque pude tomar un buen brinco al salir para tercera base, no lo necesite, ya que Javier Torres conectó un imparable y yo anoté sin dificultad.
Esto es, unido a la ropa y al cronómetro de Peña, y al hecho de que ese juego lo ganó el Valle, lo único que recuerdo; no atino a recordar si cometí algún error o si me ponché; no recuerdo nada. Ni siquiera recuerdo el marcador final. Sé que al final del juego, cuando aún estábamos brincando y celebrando nuestro triunfo, Wallace se me acercó, me dio la mano y me dijo “buen trabajo”.
Recuerdo que después del juego, Wallace, Ramón Peña y yo, nos dirigimos hacia la parte de atrás del estadio, donde Ramón midió una distancia de 60 yardas y me ordenó que me situara a uno de los extremos; cuando él me diera la señal, yo debía correr esa distancia en el menor tiempo posible; 7.12 segundos; nada halagador este tiempo para un short stop, y así me lo dejó saber. Me ordenó correr de nuevo; el mismo resultado, y ahora tenía la lengua afuera, que Wallace trató de justificar aduciendo la altura de la Capital.
Me dijo a continuación que buscara mi guante porque quería verme tirar “un par de bolas”. Yo empecé a aparar con Wallace, pero después de unos cuantos minutos, Peña le pidió el guante a Wallace para él enseñarme cómo yo debía tratar de lucir en adelante, como un profesional. “Un short-stop profesional”, me dijo, “no puede permitir que una bola tirada a la distancia a la que nos encontramos” (unas treinta yardas) “no vaya en línea recta; además siempre debe mostrar pimienta.” “Déjame enseñarte”, añadió, y empezó a tirar conmigo. Wallace, que estaba cerca de mí, me decía entre dientes “tírale duro”. Como a la tercera bola que le “solté” y que le dio en el mismo medio del guante, llamó a Wallace para devolverle el guante. Wallace me comentó después que le había dicho: “ése lo que tiene es un cañón”.
Después de estas pruebas, iríamos a comer invitados por Peña, pero debíamos esperar un poco a que llegara alguien más; no tenía ni idea que se trataba de Fredy Padilla, segunda base de la Selección Bolívar, a quien ya Peña había contactado también.
Fuimos a un restaurante en algún sitio de Bogotá, donde después de comer, Ramón me llamó a una mesa aparte para comunicarme que él creía que yo tenía el potencial suficiente para jugar algún día en grandes ligas, y que quería firmarme para los Tigres de Detroit. Extendió un contrato sobre la mesa y me indicó que mi bonificación por firmar sería de 1.500 dólares si yo aceptaba, lo cual no dudé ni un segundo. Después le tocó el turno a Fredy.
Por cuestión de disponibilidad de visas, ya que cada año el Servicio Nacional de Inmigración (INS, por sus siglas en Ingles) otorga un número limitado de visas a cada organización, solo uno de los dos (Fredy o yo) podría viajar en el próximo mes de Marzo de 1988 al Spring Training (Entrenamientos de Primavera) en Lakeland, Florida; el otro jugaría en la Liga de Verano de la República Dominicana y viajaría al año siguiente, en 1989, para los Estados Unidos.
Obviamente, Fredy estaba mejor preparado que yo, pues él creció jugando un béisbol muy competitivo en Bolívar desde temprana edad, mientras que yo crecí hasta los 13 anos jugando futbolito en las calles del Guabal, y de vez en cuando en las canchas de las dos escuelas del barrio (Colegio Carvajal y la Escuela Blanca), si el vigilante se quedaba dormido. Así quedó decidido que Fredy Padilla viajaría primero.
No obstante, como aún faltaban casi seis meses hasta la hora de reportarnos a nuestros respectivos destinos, Ramón Peña y Curtis Wallace estuvieron de acuerdo en que la manera más efectiva de mantenernos activos, dentro de un nivel de competición aceptable que nos sirviera de fogueo para cuando llegara el momento de reportarnos a los campos de entrenamiento, no sería participando en los campeonatos locales amateur de nuestras respectivas ciudades, sino en el Campeonato de Béisbol Profesional de Colombia, que se iniciaría un mes más tarde en la Costa Norte del País. Además, este roce con profesionales, no sólo colombianos, sino también venezolanos, norteamericanos, dominicanos, puertorriqueños y arubenos, nos serviría, aparte de lo ya descrito, para vivir en carne propia la experiencia del profesionalismo. Así pues, quedaron en que contactarían a algunos dirigentes del Béisbol Profesional en Cartagena para concretar cuál sería el equipo que nos daría la oportunidad de hacer nuestro debut en el Béisbol Profesional.
Con esto en mente, abandonamos el restaurante; Peña se despidió del grupo con un “nos vemos en Cartagena”. Cuando Wallace y yo regresamos al hotel donde estaba hospedada la Selección Valle, ya todos sabían que me habían firmado, incluyendo hasta los meseros del restaurante del hotel; incluso cuando llamé a la casa de mis viejos a darles la noticia, me dijeron que ya la habían escuchado, dada por una emisora de radio. Empezaron las felicitaciones, los deseos de buena suerte, los “¡Uy negro!, me imagino cuando te veamos jugando por televisión...” de Fredy Ayala, seguido de los “¡Uff! Ácido hermano” de John Palacios, y los “pa’ lante, negro” de Antonio Tejada, sin olvidar los “Te felicito de corazón mi negro, lo lograste” de Iván Tenorio, ni el “entonces que Quiri, congratulations” de Jezer Possú y los “¡Uy negro! ¿No le preguntaste a Peña si necesitaba un center fielder?” de Alejandro Rancruel.
No sé cuántos días pasaron hasta que regresamos a Cali, pero recuerdo que un par de días después de firmar me enfermé, me dio gripe con fiebre, que muchos achacaron al clima de Bogotá, pero yo estoy casi seguro que lo que me enfermó fue, irónicamente, el stress vivido desde antes de salir de Cali, del que para esos momentos ya me había liberado.
Llegó la hora de volver a la casa; Misión Cumplida; el plan trazado por Mr. Wallace había sido ejecutado a cabalidad: La Selección Valle había logrado clasificarse para los Juegos Nacionales, y el Valle tenía su primer prospecto de grandes ligas con un producto netamente valluno, nacido, entrenado y criado en Cali: yo, Doney Enrique Ibargüen Cuesta.
Una vez en Cali, ya conocida la noticia de mi contratación por parte de los Tigres de Detroit, se le dio más empuje a la campaña que ya se venía realizando en el Valle, que era la de atraer la mayor cantidad de niños posible e inculcarles el béisbol como disciplina deportiva. Se quería fomentar el béisbol y para ello, entre otras muchas actividades que realizaba la Liga de Béisbol, se llevó a cabo una serie de entrevistas por radio, televisión y prensa, que era algo a lo que obviamente yo no estaba acostumbrado.
Bien, ahora la pregunta que todos me hacían era “¿Cuándo vas a viajar para USA?”, a lo que siempre respondía con el plan que ya se había trazado en Bogotá: primero jugaría en la Liga Profesional de Colombia, en la ciudad de Cartagena entre finales de 1987 y comienzos de 1988; segundo, a mediados de 1988 debía reportarme en la Republica Dominicana para formar parte en La Vega, región de El Cibao, de un equipo sucursal de los Tigres de Detroit. En RD la temporada duraría hasta mediados de Septiembre, luego yo debía regresar a Colombia por dos meses, es decir, hasta finales de Noviembre para, de forma inmediata, reportarme nuevamente en República Dominicana desde el 1ro de Diciembre hasta mediados de Febrero. Tendría oportunidad de estar en casa poco menos de un mes, y luego debía viajar a los Estados Unidos a mi primer Spring Training en Marzo 12 de 1989 a Tigertown, en Lakeland, Florida.
¡DP!: (Marzo 4) Ricky, recuerdo que le ganamos a Bogotá 4 a 3 el martes 6 de octubre, Chaquea lanzó todo el juego, a Cesar le ganamos 5 a 3 el lunes 11 de octubre, y tú fuiste el héroe por tu bate. Jugamos 5 juegos: habíamos debutado el domingo 4 de octubre perdiendo 7 a 0 contra Sucre, que a la postre fue el campeón. El lunes 5 de octubre Bolívar nos apaleó en el campo de la Universidad Nacional 21 a 1. Nos lanzó por Bolívar Johny Pantoja y el Mello le bateó de 4-4. El martes jugamos a las 8 AM contra Bogotá. Según eso, a ti te firmaron el 6 de octubre. Recuerdo las fechas porque el martes 13 de octubre mataron a Rodrigo Lara Bonilla, militarizaron la ciudad, perdimos 20 a 4 con Córdoba, cayó un aguacero impresionante y por la noche hasta cogieron presos a varios por no tener documentos. Acuérdate que estábamos alojados en el Hotel Tundama, en el centro. A rayita, y de pronto a ti también, los detuvo la policía. Nosotros teníamos varios juegos programados en la Universidad Nacional, y esa Universidad la cerraron por disturbios y protestas de los estudiantes, creo que al otro día del juego contra Bogotá, además todos los días llovía de un modo despiadado, de modo que estuvimos como una semana sin jugar, vagabundeando por allí. A ese torneo fueron 10 ligas y sólo podían jugar 6 equipos en el salitre en un día porque no había iluminación nocturna. Pero lo más importante que no recuerdas es que el miércoles 14 de octubre, ya clasificados por haber ganado los dos juegos claves, jugábamos contra Fuerzas Armadas en el Salitre, y como de costumbre había llovido mucho. Nosotros éramos locales contra FA y yo estaba calentando con el catcher, cuando el umpire, después de llamarle la atención a Wallace porque se demoraba mucho en llevar el line-up, nos cantó forfeit y nos echaron del torneo y nos eliminaron de los Juegos Nacionales. Lo recuerdo perfectamente. Carlos Puente habló por la radio, furioso con Hermes Barros, que nos había hecho la mala jugada (Hermes Barros murió el 4 de julio pasado). Wallace tal vez se equivocó al subestimar al umpire, y al desafiarlo. Eso fue desafortunado. Un equipo que pierda por forfeit en un torneo nacional queda expulsado, y esa fue la que nos aplicaron suciamente. Así que volvimos temprano de Bogotá. Sigue por favor, que la historia es cautivante...
Ricky: (5 de Marzo 5; 1:00AM) Hacia finales del mes de Octubre de 1987, Curtis Wallace ya estaba en contacto con los directivos del equipo Kola Roman de Cartagena, quienes decidieron inscribir en su nomina a Fredy Padilla y a mí. Debíamos reportarnos, si mal no recuerdo, el 14 de Noviembre, pero Wallace decidió que sería mucho mejor para mí llegar al menos una semana antes de lo acordado, ya que así tendría la oportunidad, no sólo de practicar en el Estadio “Once de Noviembre”, donde se llevaría a cabo la mayoría de los juegos, sino también de alternar con peloteros profesionales residentes de esa ciudad y sus alrededores; peloteros que estaban en ese entonces militando en el béisbol organizado norteamericano. Estoy hablando de William Díaz que estaba con los Marineros de Seattle, William Morales con los Yankees de Nueva York y Édinson Rentería (hermano mayor del grandes ligas Édgar Rentería) con los Astros de Houston; también tendría el gustazo de conocer y ser compañero de equipo del legendario Eusebio Moreno, quien logro alcanzar el titulo de campeón de bateo en un campeonato internacional representando a Colombia.
Recuerdo que llegamos a Cartagena a un par de días de iniciarse el certamen más representativo de la Heroica, la celebración de su independencia, el cual incluye el Reinado Nacional de la Belleza. Todo era fiesta y jolgorio, pero a pesar de eso, yo no me movía de donde estábamos hospedados, al menos en horas de la noche, pues dentro de toda esta celebración, la gente acostumbraba lanzar lo que en Cali llamamos silbadores y en Cartagena “buscapiés”; estos últimos, a diferencia de los silbadores, aparte de salir volando sin control en cualquier dirección, al final del recorrido explotan; si a mí no me gustan, habría que ver a Wallace cuando un “buscapiés” le pasaba por el lado; nunca había visto a un hombre tan grande como él dar saltos tan altos y decir tanta “palabrota”.
Al día siguiente de estar en Cartagena, Wallace me dijo que en la tarde iríamos a practicar al “Once de Noviembre”, para que de paso conociera a unos cuantos peloteros. Esta sesión de entrenamiento estaba abierta para todos aquellos que fueran a participar en el Campeonato Profesional de Béisbol, así que allí estarían todos los profesionales colombianos, sin importar en qué equipo formarían parte dos semanas mas tarde. Cuando entramos al campo, aún no había dado inicio la practica, todos estaban reunidos en una especie de semicírculo, conversando. Sólo bastó que uno de ellos viera a Wallace y enseguida empezaron a mirar hacia el sitio del cual procedíamos nosotros. No hubo uno que no supiera quien era Curtis Wallace y al que éste no saludara por su nombre y viceversa; algunos incluso le llamaban por su apodo de cuando jugó béisbol profesional con Indios de Cartagena, “la araña” Wallace. Yo obviamente me rezagué un poco, pues además esta gente había encerrado a Wallace en un círculo donde todos querían hablar a la vez, algunos hasta en inglés. Mientras ellos hablaban con Wallace, yo los reparaba de los pies a la cabeza, uno por uno. La mayoría con “spikes” de marca nike o mizuno, camisetas en cuyos reversos se podía leer “Rentería”, “Morales”, “De Horta”, “Ramírez” y “Díaz”; guantines nuevos en los bolsillos de los pantalones y bates en el piso con apellidos iguales a los de las camisetas; además esas espaldas se veían anchas y fuertes, así como los brazos; para darme ánimo pensé que en el reverso de mi camiseta también se podía leer “Ibargüen”.
Después de intercambiar saludos con ellos, Wallace empezó a presentármelos uno por uno, incluyendo al ex-grandes ligas Orlando “el Ñato” Ramírez, quien sería el “coach” de los Indios, otro de los equipos a participar en el campeonato que se avecinaba. Todos me felicitaron por mi contratación y me desearon suerte de diferentes maneras: “mete mano coño”...”fajao todo el tiempo”, “buena suerte cachaco”, etc. Mientras los iba saludando, ahora de frente, pude leer, en la parte delantera de las camisetas y en las gorras que lucían, los nombres de por lo menos cinco organizaciones diferentes. Ellos, por su parte, leerían “Valle” en mi camiseta y en mi gorra, pero tendrían que esperar a que me volteara de espaldas para poder leer “Ibargüen”.
Iniciada la sesión de calentamiento, estábamos todos en un solo grupo en el que se hablaba de todo, pero en especial de béisbol; me llamó mucho la atención el hecho de que nadie me tratara como a un extraño, por el contrario, me trataban como si nos conociéramos de siempre, lo cual me agradó mucho y me hizo sentirme más a gusto. Cuando llegó la hora de aparar o de calentar brazo, yo no me atrevía a insinuarle a nadie que aparara conmigo, pero no sería necesario porque Rentería gritó: “¡Hey Ibargüen, vente!”.
Luego “El nato” Ramírez silbó para que nos acercáramos y nos ordenó que cada quien fuera a su posición. De Horta, Rentería (aunque jugaba segunda base) y yo nos fuimos al campo corto, mientras que William Díaz se fue a la tercera y William Morales se paró al lado del “Ñato” y Wallace en “home plate”. No recuerdo los nombres de los que estaban en primera y segunda base.
Desde cuando estaba aparando con Rentería me pareció que el soltaba la bola con muy poco esfuerzo, pero esta caminaba como si la hubieran disparado con un cañón. Después, cuando estaba al lado de él, cogiendo roletas y tirando a primera base, lo pude comprobar. Igualmente con De Horta, quien tampoco hacia esfuerzo alguno al soltar la bola, pero le caminaba de lo lindo. Pude observar en William Díaz lo mismo, y de verdad que eso me llamó mucho la atención; cuando me tocó recibirle un tiro a William Morales en segunda base, el cual realizó con el mismo esfuerzo mínimo que mostraban los otros, me llegó como si viniera de una bazuca, eso acabó por desbordar mi curiosidad; no veía la hora que terminara la práctica para correr a preguntarle a Wallace cuál era el secreto de esta gente. Recuerdo que cuando llegó el momento de hacer “doble play”, cada short stop y segunda base tenía una técnica y estilo diferentes, por pertenecer a organizaciones diferentes, pero a cual más digna de admirarse; yo estaba fascinado, por decir lo menos. Yo tenía muy buen brazo, y ¡claro! No quería desentonar del todo; así que tiraba tan duro como podía, pero no se podía comparar al despliegue técnico de esta gente, quienes tiraban tanto o más duro que yo, pero con un mínimo esfuerzo. Y en lo que se refería al fildeo, ni hablar, ¡qué clase de manos!
Tan pronto terminó la práctica, en la que no hubo bateo, tuve la oportunidad de hablar a solas con Wallace, y él me preguntó cómo me había parecido mi primera práctica como profesional. Le respondí con la pregunta que ya tenía en la cabeza hacía más de dos horas. El “gringo” se hecho a reír y no paraba de hacerlo, como si alguien le estuviera haciendo cosquillas, lo cual a mí no me hacía mucha gracia. Cuando terminó de reírse, me contestó, “esos son beisbolistas profesionales, no te preocupes, date tiempo hombre, no quieras hacerlo todo en un sólo día”. Como esa respuesta no me satisfizo, arremetí de nuevo; “¿cómo es posible que Rentería tire una bola desde ‘el hueco’ y en vez de ir descendiendo, esta parece más bien que va ascendiendo?”... Más risas por parte de Wallace, y otro ”no te preocupes, tú vas a aprender a hacer lo mismo, todo a su tiempo”.
Ni modo, tuve que conformarme, era Curtis Wallace quien me estaba hablando.
Una semana antes de empezar el Campeonato Profesional, comenzaron a llegar los miembros del Kola Roman, gente que había jugado hasta triple A, pero que nunca tuvieron la oportunidad de jugar grandes ligas. Por este tiempo llego también Fredy Padilla, quien seria mi “room-mate” (compañero de cuarto), con el que tendría la oportunidad de celebrar buenos momentos, y también de ventilar frustraciones. Parados a la ventana de nuestra habitación, observábamos los pequeños grupos de peloteros que iban llegando; después de haber visto pasar al menos una docena, Padilla comentó: “¡Oiga cachaco! Vamos a tener que meternos al gimnasio y decirle a Ramón Peña que nos mande vitaminas o algo así, porque esta gente es tan fuerte ¡no joda...eche! Yo no he visto a ninguno que este flaco como nosotros”.
A dos días del campeonato, tuvimos el primer meeting como equipo, durante el cual nos presentamos unos a otros y se nos comunicó que esa tarde habría práctica; estaríamos bajo la dirección técnica de Remigio Hermoso, ex-grandes ligas venezolano...
El meeting fue poco antes de la hora del almuerzo, después del cual debíamos prepararnos porque a las 2:00 PM el bus del equipo nos llevaría primero a la oficina de unos de los dueños del club para que cada uno escogiera sus bates (cuatro por pelotero), y después, para el Once de Noviembre.
Ya desde el meeting se podía apreciar un ambiente muy diferente al que yo estaba acostumbrado y esto lo pude comprobar tan pronto pisamos el campo de juego. Uno de los peloteros venezolano (de apellido Heredia), quien a partir de ese momento seria visto por todos como uno de los líderes del equipo, reclamo la atención del grupo entero; a continuación dijo: “aquí empezamos, señores, a meter mano y suerte para todos”...”let’s go” añadió, y arrancó a trotar hacia la línea de “foul” en el “right field”; unas treinta yardas después de la almohadilla de primera base se detuvo, esperó por el último y arranco a trotar de nuevo, esta vez hacia el “center field”. Con el grupo siguiéndole de cerca, hicimos este recorrido unas tres veces. Luego se situó cerca de la línea de “foul” y el resto del grupo frente a él, en seis filas de cuatro en fondo; y empezó la sesión de estiramiento diciendo “right arm across your chest” (en el momento no supe que era eso lo que había dicho) y cruzó su brazo derecho sobre el pecho donde lo mantuvo por unos ocho segundos...Fredy y yo intercambiamos una mirada como queriendo decir “¿qué carajo fue lo que dijo éste?”, pero también cruzamos nuestros brazos derechos sobre el pecho; “left arm across your chest” continuó, y cruzó el brazo izquierdo sobre el pecho. Después del estiramiento, hicimos unos diez “sprints” (piques) de treinta yardas y empezamos a aparar. Fredy y yo no tuvimos ni qué hablarlo, ya sabíamos que íbamos a tirar juntos. En el equipo había otros colombianos, entre los que recuerdo a Melo, “outfielder”, y a Amaury Pau, pitcher, pero Fredy y yo casi siempre andábamos juntos, tal vez anticipando, sin proponérnoslo, lo que nos esperaba cuando viajáramos a los Estados Unidos.
***
Al cabo de unos minutos de estar tirando, Heredia preguntó si estábamos “ready”, a lo que todos dijimos que sí; “OK, let’s go” dijo y arrancó a trotar hacia “home plate”, donde nos esperaba el “coach” Remigio Hermoso, quien nos ordenó ir a nuestras respectivas posiciones. Yo sabía que a mí me habían enviado a Cartagena para que me fuera acostumbrando a lo que es el Béisbol Profesional, a foguearme al lado de todos estos veteranos; también sabía que, acabando de salir de una Selección Valle, no iba a ser el short stop titular en un equipo de profesionales ni mucho menos, pero sí esperaba jugar de vez en cuando. Sin embargo, cuando Remigio dijo: “vayan a sus posiciones” y vi que Heredia, a quien los otros venezolanos apodaban “payasito”, se dirigió al campo corto, me dije para mis adentros, va a estar difícil la vaina, pero después de ver la calidad técnica de este “short stop”, me di cuenta que la vaina no iba a estar difícil sino imposible; ese hombre no usaba guante, lo que usaba era una aspiradora gigantesca. Como de treinta roletas que nos dieron a cada uno, no le vi fallar una sola, y la verdad sea dicha, era de admirar la soltura con que fildeaba. Además de Heredia, con los venezolanos llegó un muchacho de unos 19 años al que todos llamaban “rookie” (novato), quien vino a Colombia con la esperanza de ser firmado por alguna organización y también era short stop. Nunca entendí por que no estaba firmado, pues tenia un “cañón” por brazo y corría bastante bien; el hecho es que como a un mes de iniciado el campeonato, escuché por primera vez, cuando pregunte por él, la palabra “released”. Uno de sus paisanos me dijo “le dieron released”; yo contesté, “¿y eso qué es?”, a lo que él respondió: “pues que lo botaron, vale”.
Después de unos treinta minutos recibiendo roletas, Remigio llamó a un grupo de tres, entre ellos a Heredia; los otros dos eran: un puertorriqueño de apellido Rivera y Eusebio Moreno, nuestro campeón de bateo; mientras unos recibíamos roletas o “fly-balls” de acuerdo a nuestras posiciones, uno de los asistentes del “coach” tiraba la práctica de bateo. Heredia no era un bateador de poder, pero sí muy buen chocador de bola. Rivera le daba a la bola bastante duro; “nada extraordinario”, pensaba yo, mientras seguía recibiendo mis roletas, pero cuando le tocó el turno a don Eusebio Moreno, no solamente a mí, que era solo un novato al fin y al cabo, sino a los que ya contaban con experiencia, les pareció que a muchos se le durmieron los papeles al no haber firmado a Eusebio Moreno en sus años mozos; siempre me quedé con las ganas de preguntarle si alguna vez alguien le ofreció la oportunidad.
Así fueron pasando por home plate, de tres en tres, todos los integrantes del equipo. Cuando me tocó el turno a mí, no motivé ningún “ooooh” de admiración, pero creo que tampoco me fue del todo mal; choqué un par de bolas a ambas manos, lo cual para mí fue suficientemente satisfactorio, aun cuando me dio la impresión de que la bola no corría, ya que nunca antes había usado un bate de madera. A Fredy le fue mejor que a mí, pues recostó un par de bolas contra la cerca, lo cual no era de extrañar si se tiene en cuenta que ya con la Selección Bolívar había demostrado ser muy buen bateador. En el béisbol del Valle yo estaba acostumbrado a escuchar la palabra “caballo” para referirse a Marco Chaquea, que se la pasaba corriendo como tal dentro del diamante. En el Béisbol Profesional se usa a manera de cumplido; por lo general los peloteros latinos se saludan llamándose así, ¿cómo estás caballo? Ser llamado caballo en Béisbol Profesional es un elogio; se les llama caballos no solo a los peloteros que tienen poder al bate, sino también a los que juegan la pelota de una manera agresiva (joseadores, en el argot de la pelota). Es aún más usual oírlo durante un juego, después de una buena jugada, de un batazo oportuno o después de romper un doble play. En el equipo había unos cuantos caballos que yo pude identificar. A mí, obviamente nadie me llamaba caballo, me saludaban con frases como “¿Cómo estamos novato?”.
Una vez iniciado el campeonato, se que pasaron unos cuanto días antes de mi primer juego y mi primer turno al bate en el Béisbol Profesional. Ya Fredy Padilla había jugado un par de veces, pero yo no. Esa tarde la recuerdo bien, no porque hubiese hecho nada extraordinario, sino porque el “umpire” de tercera base nos regaño, a Fredy y a mí. En el Béisbol Amateur, después de sacar un out, sin hombres en base, se acostumbra “jugar la bola” pasándola por todo el “infield”, y cuando esta llega a tercera base es devuelta al short stop y de nuevo a tercera, para entregarla finalmente al pitcher. Bueno, Fredy y yo hicimos exactamente eso, lo que motivó que el arbitro de tercera base nos gritara: “¡Hey, Ibargüen, Padilla, ustedes se creen que están jugando algún Nacional de Béisbol?, esto es profesional coño; dejen la pasadera y así que la bola llegue a tercera, la entregan al pitcher”. Cuando terminó el “inning”, Remigio nos preguntó qué había dicho el “umpire”; cuando le contestamos, dijo que lo mismo nos iba a decir él, y añadió que teníamos que empezar a lucir como profesionales dentro y fuera del campo de juego.
Esa tarde, aunque realicé una buena jugada con una roleta que iba por encima de segunda base, me chupé dos ponches y no pude dar mi primer hit en profesional, el cual logré, si mal no recuerdo, en mi tercer juego, bateando a la izquierda una bola que a duras penas pasó por encima del campo corto; no olvido que el “coach” reclamó la bola para mí como souvenir.
Trascendental para mí fue verme sentado en el banco tan a menudo y tener que aceptarlo, pues esto no era ni Toro Negro ni la Selección Valle, donde sin importar las circunstancias, yo sabía de antemano que en el “line up” siempre estaría yo. Creo habérselo comentado a Wallace antes de un juego que tendríamos contra los Indios de Cartagena, que ya para ese entonces estaban bajo su dirección técnica. En pocas palabras, su consejo fue que no me preocupara, ya que esto sólo era un fogueo para mí; que cuando viajara a República Dominicana iba a tener oportunidad de jugar todos los días, porque ese sería un equipo perteneciente a los Tigres de Detroit y ellos querían que yo jugara a diario.
Durante uno de estos juegos, después de haber cometido un error en el campo que le costó al Kola Roman un par de carreras, me tocó a mi ser el primer bateador del “inning”; di una roleta débil por segunda base y fui puesto “out” en primera. Cuando iba de vuelta para el “dogout”, un fanático “un tanto” disgustado me grito “¡mierda, no joda cachaco, vete a jugar fútbol al América o al Cali, marica!”.
Ya más resignado al hecho de que no sería mucho lo que iba a jugar, me propuse sacarle el mayor provecho posible a esta experiencia. Empecé por aprender inglés. Los únicos norteamericanos que participaban en este campeonato, formaban parte del Kola Roman; También “hablaba” en inglés con un venezolano de apellido Leyva.
Para mí esta experiencia fue bastante positiva, a pesar de no haber tenido la oportunidad de jugar regularmente. De esto no podía sino beneficiarme, ya que cuando fuera la hora de viajar para Republica Dominicana, al menos no llegaría tan inexperto como cuando salí de Cali, donde para ver una recta de 85 millas por hora había que esperar a enfrentar a Marco Chaquea cada dos semanas y se nos hacía a todos que la bola de Marco llegaba demasiado de rápido. Sin embargo, después de unas semanas en Cartagena y ver pasar unas cuantas rectas entre 85 y 90 millas por hora, la vista se fue acostumbrando hasta ver esta velocidad como algo normal, lo cual me ayudo muchísimo cuando llegué a República Dominicana.
7 de marzo
Por entonces decidí tratar de aprender lo más que pudiera de toda esta gente, así que cada vez que tenía la oportunidad me les “pegaba”, sea que fuera durante una sesión extra de bateo o mientras se sentaban en las afueras del hotel a intercambiar anécdotas de cuando militaron en el béisbol de los Estados Unidos. Siempre escuchaba con atención cualquier sugerencia de los caballos y del mismo Remigio Hermoso en todo lo que se refería a técnicas de fildeo, de bateo y a los fundamentos del béisbol en general. Aprendí la importancia que se le da en el Béisbol Profesional al termino “hacer el trabajo”, el cual implica cosas tan sencillas como sacrificar un turno al bate para asegurarse de mover un corredor de segunda a tercera o romper un “double play”, cualquiera de las cuales se la celebran a uno al llegar al “dogout”, como si hubiera bateado un hit. Aprendí a reconocer que el manager del equipo tiene control absoluto sobre casi todo lo que concierne a sus peloteros, aun la dieta alimenticia de éstos. Puedo anotar por lo menos una ocasión, algo jocosa, en la que el “coach” interfirió directamente en nuestra dieta. A la entrada de los estadios de béisbol de la Costa Atlantica se venden diferentes tipos de comida y “mecato” como arepas con huevo, butifarra y huevos de iguana entre otras cosas. Yo nunca había comido huevos de iguana, pero una vez que los probé me gustaron, igual que a muchos del equipo, pero estos huevos producían alguno que otro gas. Aquella noche íbamos de regreso a Cartagena desde Barranquilla, donde habíamos perdido un juego contra Cerveza Águila, así que el “coach” no estaba de muy buenas pulgas y cuando desde todos los rincones del bus, a la gente empezó a escapársele gases, se puso de peor humor el hombre, hasta el punto que mandó a detener el autobús y nos dijo: “a partir de este momento les queda terminantemente prohibido comer los huevos del coño ésos y al que le quede alguno, me lo vota por la ventana ya mismo; yo no tengo porqué aguantarme tanta hediondez coño, y que no vea a nadie mañana comprando huevos de iguana”. Ya desde que había empezado a hablar, habíamos unos cuanto tratando de ahogar la risa, pero para cuando dijo “los huevos de coňo”, éramos muchos lo que acabamos por reventar. En la parte de atrás se podía escuchar al caballo Eusebio Moreno diciendo ”eche, que gente puerca, no joda”.
Mi primera incursión en el Béisbol Profesional terminó para mí hacia mediados del mes de febrero de 1988, sin bombos ni platillos, ya que no habíamos logrado entrar a la fase final del campeonato que, si mal no recuerdo, se disputó entre los Indios de Cartagena, dirigidos por Wallace, y Cerveza Águila de Barranquilla. Además, a nivel personal no había nada digno de ser destacado.
Ya de vuelta en Cali, continué practicando en la Liga del Valle mientras esperaba noticias de Ramón Peña, con quien había hablado en Cartagena cuando estuvo de visita en el mes de Enero para chequear el progreso de sus prospectos Fredy Padilla y “Ricky” Ibargüen. En esa ocasión nos llevó a regalar, tanto a Fredy como a mí, un uniforme blanco de los Detroit Tigers, con el que nos presentamos a una entrevista que nos hicieron en La Heroica con fotos y todo. No creíamos en nadie luciendo el uniforme de Detroit. Durante esa visita, Peña me informó que La Liga de Verano del Cibao, donde yo iba a jugar, empezaría en Junio, pero que él iba a ver si podía hacer que yo viajara al menos con un mes de anticipación para que me pusiera “ready”. De manera que iba a tener como tres meses en Cali antes de ir para Republica Dominicana. Me dediqué entonces a mi preparación física, que alternaba con clases de inglés que el senor Harris, dueño del Instituto de Ingles Harris, por intermedio de Jezer Possú, quien también las estaba recibiendo, me ofreció tan amablemente. Recuerdo que durante estas practicas en Cali, después de mi incursión en el profesionalismo, pasaba algún tiempo con los muchachos de la Liga contándoles algunas de las experiencias que acababa de vivir. Ya entonces, trataba de utilizar sólo bates de madera (de los que usaba Cartagena) para no desacostumbrarme.
Por fin, al cabo no de tres meses como había anticipado Peña, sino de cuatro, recibí la tan anhelada noticia. Viajaría a la capital dominicana, Santo Domingo, en el mes de Junio de 1988 en compañía de Gaspar Palacios, un cartagenero que Ramón Peña acababa de firmar y quien había ganado, si la memoria no me falla, el campeonato de bateo en el Nacional Juvenil de San Andrés. Gaspar Palacios, Curtis Wallace, que había logrado ser contratado por Ramón Peña para ser el coach de Los Indios de la Vega en el Cibao (los Indios era el nombre que se le había dado al equipo en el que yo jugaría) y yo, debíamos reportarnos ante Peña el día 25 de Junio de 1988 en la ciudad de Santo Domingo. Gaspar y yo viajamos juntos desde Cartagena, pero Wallace lo hizo por separado. En Santo Domingo nos recibió Peña y del aeropuerto salimos para La Vega. Estaba anocheciendo cuando llegamos al Hotel Guaricano, donde pudimos ver desde las ventanillas del pequeño autobús que nos transporto, un grupo bastante numeroso de muchachos, unos veinte, calculé yo.
Cuando nos aproximamos al grupo, se adelantó un señor que se identificó como Félix Nivar, asistente de Ramón Peña, y quien sería el “coach” de primera base de Wallace. Este se presentó a su vez y luego lo hizo con Palacios y conmigo, que fuimos saludando a todos uno por uno, y de paso comparándonos, al menos yo. La mayoría eran, si no de la estatura mía, más altos, pero eran muy pocos los que puedo decir que fueran más bajos que yo. Pude notar también que estos no se parecían a aquellos que, al lado de Padilla, vi llegar desde la ventana del hotel en Cartagena; estos lucían altos, pero también delgados, como yo; “está la cosa mas pareja”, pensé.
Al día siguiente sería mi primera práctica vistiendo el uniforme de los Tigres de Detroit. Recuerdo que me vi observado por todos con algo de incredulidad; incredulidad que enseguida me aclaró uno de mis “team-mates” (compañero de equipo) a qué se debía, quizás el mas locuaz del equipo, con una pregunta que me extraño; me dijo “ven acá loco, y ¿cómo es que tu tienes ese uniforme blanco?, ¿tú ya viajaste a New York? (queriendo significar USA). Entonces fue que me di cuanta que todos tenían el uniforme gris, el cual es el color oficial durante los días de entrenamiento y que yo tendría el gusto de lucir unos meses más tarde en mi primer “Spring Training” en Estados Unidos. Contesté diciendo que me lo había regalado Peña durante una visita que me había hecho en Colombia, lo que al parecer calmó la curiosidad. Gaspar Palacios lucía uno gris, igual que el resto del equipo.
Nos dirigimos hacia el que sería nuestro estadio por casi tres meses. Recuerdo esta práctica de una forma especial, pues creo que fue la primera vez que me sentí realmente un beisblolista profesional. Aparte del uniforme blanco, tenía puestos unos “spikes” blancos de marca Adidas que me había regalado Luis (“lucho”) Díaz en Cali, los cuales me quedaban bastante apretados, pero eran tan bonitos y lucían tan bien con mi uniforme blanco, que me rehusé al hecho de no poder usarlos; así que me aguante el apretón, pero les di “palo” hasta que dijeron no más. En esta primera práctica, Wallace puso durante la sesión de bateo a un pitcher zurdo dominicano de nombre Eddie Rodríguez para que lanzara una parte de la práctica, que tiraba una “piedra”. Yo estaba en el campo corto recibiendo roletas entre lanzamiento y lanzamiento. Cuando Eddie estaba por finalizar, le quedarían unos quince lanzamientos por hacer, Wallace me llamó a batear. Vi pasar los dos primeros lanzamientos para cogerle el tiempo y la verdad es que este zurdo la ponía “pequeñita”, pero como dije anteriormente, ya no era igual que cuando salí de Cali; esto era una velocidad “normal”. Le conecté un par de líneas sólidas hacia el “right field”, con Wallace detrás de la jaula de bateo monitoreando a todos los que pasaban por ella. Cuando me tiró una bola pegada, le di por encima del tercera base en una forma contundente, lo cual me hizo acreedor a mi primer “caballo”, pues finalizado el número de lanzamientos que Eddie debía hacer, Wallace le ordenó ir a correr y trajo otro pitcher, un derecho venezolano de nombre Luis Salazar, pero cuando Eddie me pasó cerca, me dijo “bien bateado caballo”, lo cual me hizo sentir muy orgulloso y me dio esa sensación de pertenencia: esto es lo mío, el béisbol.
Con Salazar me fue bastante bien también; esta vez bateando a la izquierda, hice buen contacto con la bola.
Así pues, después de unos cuantos días de practicar, llegó el día de inauguración de La Liga de Verano del Cibao, que se abriría con cuatro equipos de Moca, Santiago, Puerto Plata y La Vega. En esta Liga, creo que Los Indios de La Vega, como se llamaba mi equipo, era el único que estaba conformado en su totalidad por miembros de una sola organización (Detroit); otros, como Los Plataneros de Moca, estaban formados por miembros de hasta tres organizaciones diferentes.
En Los Indios, al inicio de la temporada que constaría de alrededor de setenta juegos, había dos paracortos, un muchacho dominicano de nombre Domingo a quien sus compatriotas apodaban “guinea”, y del que hablaré más adelante por algo que me impactó mucho por lo duro y triste, y yo, que a diferencia de cuando fui a Cartagena, ya sabía que iniciaría jugando.
Ninguno de los fanáticos que presenció ese juego pudo haberse imaginado que estaban viendo en acción a tres futuros grandes ligas; un catcher de apellido Devares y Manuel “Manny” Alexander, short stop de Los Plataneros de Moca, llegaron a grandes ligas con los Orioles de Baltimore, y Rudy Pemberton de Los Indios, quien subió con Detroit aunque después fue cambiado a los Medias Rojas de Boston.
Si mal no recuerdo, para este primer juego aparecía de sexto bate en el “line up”, que por cierto estaba bastante fuerte; había tres que ya habían estado en USA, Pemberton entre ellos, que le daban a la bola en la mismísima madre; los otros dos eran un outfielder de apellido Gonzáles a quien apodaban“Gonzo” y un primera base llamado Joaquín de la Cruz, el cuarto bate del equipo. En mi primer juego di dos hits, no muy convincentes, ya que uno de ellos fue un machucón al short stop que anotaron “infield hit”, y en el otro le dejé la bola en la mano al primera base con un toque sorpresa en el que le gané la salida al pitcher, pero hits que al fin y al cabo me dejaron con un average de .500, de 4-2.
Pronto nos convertimos en el equipo a vencer, pues la verdad es que, aparte del “gringo” que es un lince dirigiendo, teníamos un trabuco de respeto, incluyendo a Gaspar Palacios, que tuvo una muy buena temporada. Nos mantuvimos todo el tiempo en la pelea por el primer lugar y yo “feliz de la panela” porque no solamente estaba jugando todos los días, sino que además me estaban saliendo bien las cosas y me sentía progresar. Llevaríamos unas tres semanas de estar jugando cuando durante una conversación entre Peña y Wallace escuché que iba a llegar un short stop dominicano desde los Estados Unidos al que no querían darle “released” (botarlo) a pesar de que no había logrado hacer parte del equipo clase A, porque lo había firmado Mr. McDonald, que no era nada más ni nada menos que el jefe de jefes en lo que a las divisiones menores (desde rookie hasta triple A) se refería. No solamente existía el peligro de que éste que regresaban era ya un “caballito”, sino que además, según Peña, la orden era que había que ponerlo a jugar. “¡Qué mala suerte!” fue lo primero que pensé, y ahora que todo iba tan bien. Lo que escuché a continuación, y que ya había mencionado, fue algo que, como dije, me impactó muchísimo; Wallace preguntó que si la orden era poner a Francisco Enríquez (así se llamaba) a jugar, entonces qué pasaría conmigo y con Domingo “guinea”, el otro short stop; Peña respondió que la orden era ponerlo a jugar sin especificar en qué posición, así que yo seguiría jugando regularmente como short stop y Francisco jugaría todo el infield, pero quedaba claro que la posición aún era mía. Luego Wallace preguntó que qué iba a hacer con Domingo, a lo que Peña respondió: “déjalo que se pudra en el banco, a ese no lo firmé yo”. Aun hoy, casi 17 años después, estas palabras las recuerdo con tristeza, aunque estaban destinadas a beneficiarme a mí personalmente.
A dos días de esta conversación llegó Francisco Enríquez, a quien apodaban “el dreif”, según escuché de mis “team-mates”. Yo nunca había visto a nadie pavonearse tanto al caminar; el negro más “chicanero” que yo he visto en mi vida (y eso que ya conocía a Álvaro Bueno y al Dr. “chocolate”). Estábamos en el “dogout” esperando a que saliera Wallace, cuando llego Enríquez, a quien John Reyes, mi llave en la segunda base, lo saludó muy al estilo de los dominicanos diciendo: “dímelo ‘dreif’” y “¿qué te pasó loco?; Enríquez contesto diciendo: “No me joda John que estoy encojonado, dizque mandarme a mi pa’cá a jugar con estos muertos (peloteros malos) coño”. Todos se lo celebraron como chiste, menos Gaspar y yo que no nos reímos, ni John que le replicó: “por muerto te devolvieron a ti coňo”, y antes de lo que nadie pudiera esperar, ya estaban agarrados dándose trompadas. Así se nos presento “el dreif”.
A la hora de ir a recibir roletas a nuestras respectivas posiciones, yo llegué al short stop primero que él, pero eso no le importó para situarse delante de mí; luego se volvió y mirándome de los pies a la cabeza como a un bicho raro, me preguntó “¿y tú quien eres loco?” Ricky, conteste dándole la mano que apretó sin mucha efusión, preguntando a mi vez “¿y tú?”, “Yo soy el “dreif”, me contestó petulantemente.
Seguimos luego Diego...son las 2:20 AM...del Lunes..
Lunes...9: AM...puedo escribirte un poco mas mientras lavo un poco de ropa y me llega la hora de alistarme para ir al trabajo.
Creo que sobra decir que “el dreif” no era precisamente el santo de mi devoción, pero sí debo anotar que aunque no tenía mejores manos que las mías, lo que sí tenía era una BAZUCA por brazo. ¡Dios mío! Ese bárbaro tiraba como a 90 millas por hora para primera base; una bazuca ni más ni menos; yo no le hice ningún comentario, sólo tragué entero; además, en su ego no creo que hubiera espacio para almacenar algo más. Esa tarde, como todos los días, habíamos llegado al campo cuatro horas antes del juego. Por estos días yo andaba de muy buena racha (.345 de average de bateo) y le estaba dando a la bola bastante bien desde ambos lados del plato. Wallace nos llamó a “el dreif’ y a mí a batear en el mismo grupo; el bateó primero y conectó unas cuantas líneas sólidas, gritando algo cada vez que le daba bien a la bola: ”párate ahí coño, que es “el dreif” el que está bateando”, o “¡diablo! qué clase de línea” y otras cosas por el estilo. Cuando me tocó mi turno, como el pitcher era derecho, empecé a la izquierda y no sé si fue que el tal “dreif” había despertado en mi interior algo desconocido, pero ese día le di a la bola mejor que nunca; recosté tres contra la cerca y Wallace enseguida me dijo que me pusiera a la derecha (para restregárselo a “el dreif” en la cara, estoy seguro), lado desde el cual pegué una en la pared que no salió del campo por muy poco, lo que motivó que Wallace me dijera después, cuando nadie más podía escucharlo, “hey Ricky, parece que lo de Enríquez te ayuda, vamos a tener que cargar con él hasta que llegues a grandes ligas”.
Esa noche, “el dreif” jugó short stop y en su primer turno al bate dio tremenda línea entre dos, un doble; luego, alguien lo remolcó y cuando llegó a home, pavoneándose como siempre, dijo en voz alta para que todos lo escucháramos: “dizque mandar al dreif pa’ esta liguita coño, esto no es liga pa’ mí, aquí hay mucho muerto; voy a quemar esta liga” (que quiere decir que “abusaría” de todos los pitchers). En los dos turnos siguientes recibió sendos ponches y eso le frenó la lengua un poco, lo que casi ocasiona otra pelea con John cuando éste le preguntó: “¿y es así como vas a quemar la liga, muerto?”.
Al día siguiente llegó Ramón Peña y nos dijo que ese día, antes de iniciar la rutina pre-juego, íbamos todos a correr las 60 yardas, igual que en Bogotá el día que me firmaron. Yo estaba corriendo un poco mejor, pero nada del otro mundo; nos tocaba correr en parejas, y claro, a mí me tocó con “el dreif”, quien afortunadamente era tan lento como yo y no me hizo lucir mal, me lo gané por una cabeza, pero lo importante aquí no era ganar, sino el tiempo empleado: 6.97 segundos; mejor que los 7.12 segundos en Bogotá, pero no lo suficientemente bueno para un short stop. Un paracortos debía ser un tipo rápido, por consiguiente, más de 6.8 segundos era considerado un tiempo mediocre.
Así pues, continuó el campeonato, “el dreif” y yo alternando juegos, pero yo jugaba dos juegos en short stop y él uno. Paulatinamente esto fue variando; yo jugaba tres y él uno, uno en el short y otro en tercera base, hasta que nos anunciaron que pronto recibiríamos la visita de Mr. McDonald, el jefe de jefes.
Diego, todos los días, en Béisbol Profesional, se hace práctica de “infield” una media hora antes de empezar el juego, en la que cada pelotero recibe dos o tres roletas simulando posibles situaciones de juego, y la bola se pasea por todo el infield en un despliegue técnico digno de ser visto. Bien, cuando se recibía una visita de este calibre, nosotros teníamos que hacer exactamente lo mismo, pero teniendo en cuenta que el visitante viene a ver quien le sirve y quien no, para tomar la decisión correspondiente, sobre la cual ni Peña ni Wallace tenían ningún control. En este tipo de situación todo el mundo da lo más que se pueda, se está uno jugando su futuro; la presión era considerable, pero diferente a la que sentí en Bogotá por cuanto yo ya era parte activa en este sistema. Se trataba ahora de lucir bien, de lucir como un profesional, y eso ya lo había venido aprendiendo desde Cartagena, y, en Dominicana bajo las órdenes de Wallace y jugando a diario, había tenido la oportunidad de ir puliéndome poco a poco. Me sentía más cómodo y tenía más confianza en mí mismo.
El grupo entero lució bien, incluido “el dreif” con su bazuca, pero éste, a diferencia del resto del equipo, tenía que lucir mejor que todos para poder justificar el enviarlo de nuevo a USA. Mr. McDonald presenció el juego de esa noche, en el que yo jugué short stop hasta el sexto inning y “el dreif’ tercera base. En el sexto me sacaron (había bateado de 3-1 y jugué buena defensiva), movieron a Enríquez para el short y pusieron a “guinea” en tercera. Enríquez bateo de 3-1 también y recibió una base por bolas.
Al otro día me enteré que habían botado unos cuanto peloteros, entre ellos a “el dreif”, a quien escuché que le propusieron hacerlo pitcher para aprovechar ese brazo prodigioso que tenía, pero mandó a todo el mundo para el carajo diciendo: “qué pitcher del coño, ni qué pitcher, yo soy el dreif y soy short stop”. Después alguien mencionó que lo había firmado Toronto, pero nunca supe más de él.
Volví a ser dueño absoluto del campo corto y seguimos ganando, pero mi average de bateo había desminuido considerablemente; estaba bateando alrededor de .225. Un día cualquiera, creo que era domingo ya que el juego era de día, estaba yo calentando brazo minutos antes de empezar el juego, cuando Wallace me mandó a llamar para que viera a alguien de Cali que quería saludarme; resultó ser Gonzalo Paz, con quien no había tenido nunca una amistad muy cercana, pero esa tarde me dio muchísimo gusto verlo porque enseguida lo asocié con la Liga del Valle. Me saludó efusivamente y después de hablar un poco me deseó buena suerte. No lo volví a ver. Después me comentó Wallace que si en vez de Gonzalo Paz hubiera sido Carlos Puente, por lo menos esa noche nos hubiera invitado a cenar, pero no el tacaño de Gonzalo Paz.
Los Indios de La Vega (división de los Tigres de Detroit) ganaron la Liga de Verano de Béisbol Profesional del Cibao en 1988 conmigo, el vallecaucano “Ricky” Ibargüen como su short stop titular. Terminé bateando solo .198, con un “homerun” y no recuerdo cuántas carreras impulsadas ni cuantas bases robadas, pero recuerdo que me sentía muy contento porque además de haber ganado esta liga en un apretado play-off, ahora íbamos a jugar contra el campeón de la parte Este del país, que fue el equipo de los Dodgers de Los Ángeles. Jugamos dos juegos apretadísimos, con pelea y todo en el primero de ellos, que a la final perdimos, pero aún así la gente por las calles nos felicitaba.
Finalizada oficialmente la temporada y a un par de días de regresar a Cali, de 25 peloteros que iniciamos la temporada, cinco habían sido botados, entre ellos lastimosamente mi compatriota Gaspar Palacios (ahora recuerdo que le debo como US $60.00), a quien Wallace había tenido que darle la mala noticia.
Volví a Cali el 3 de Septiembre, pero ya Peña me había dicho que el 1 de Diciembre debía reportarme nuevamente, esta vez en la capital dominicana, Santo Domingo, para ser parte de un programa que él tenía organizado allá, llamado Liga Instruccional, destinado a mantener a sus prospectos activos antes de reportarse al “Spring Training” en el mes de Marzo. Esta Liga Instruccional duraría desde el 1 de Diciembre de 1988 hasta el 19 de Enero de 1989.
Ahí te dejo un par de paginas más, en la noche te cuento que pasó durante esta Liga Instruccional.
¡DP!: El campeón de bateo en el Torneo Nacional Juvenil de San Andrés de 1987 fue Diego Adames.
Ricky: (12:00 AM Marzo 8) ¡Uff! ¡Qué pena con Diego Adames! Ahí me disculpará.
Efectivamente, el 1 de Diciembre salí de Cali rumbo a la capital dominicana; allí me encontré con Fredy Padilla, al que enseguida empecé a bombardear con preguntas sobre su primer año en Estados Unidos. Me contó muchas cosas que un par de meses más tarde tendría la oportunidad de experimentar por mí mismo, y de lo que hablaré luego, no quiero adelantarme.
Yo llegué a Santo Domingo ya bastante entrada la noche, por lo que no pude ver a todos los muchachos con los que había terminado la temporada un par de meses atrás, ni los vería; no a todos. Al día siguiente, durante el desayuno, noté que había muchas caras nuevas, al menos para mí, y muy pocas de las conocidas, tan solo once. Sólo quedábamos once de los veinticinco que conformamos inicialmente el equipo campeón de la Liga de Verano. Ni siquiera estaba Wallace, quien ya para entonces estaba en negociaciones con otra organización. Este era un grupo más numeroso que el que teníamos en la Vega, formado por nuevas contrataciones de Ramón Pena, entre ellas José “el loco” Lima, pitcher derecho dominicano aun activo en las grandes ligas. También había en este grupo peloteros que acababan de terminar su temporada en Estados Unidos, como era el caso de Fredy Padilla. En esta Liga Instruccional, al igual que durante la temporada en La Vega, también jugábamos a diario, pero la diferencia radicaba en que en las cuatro horas previas al juego, se dedicaba más tiempo a tratar de mejorar en algún área determinada, como bateo, fildeo, corring de bases, la forma correcta de romper un doble play, etc.
Los juegos se realizaban contra otras organizaciones que también operaban un sistema parecido al de Peña, pero a diferencia de la temporada anterior, los otros equipos permitían que jugaran otros peloteros que no pertenecían a su organización, y me imagino que con el nombre que ostentaban, para todos era un honor dejar que jugaran. Fue así como conocí a Tony “el mosquito” Fernández, quien me preguntó por Joaquín Gutiérrez, a Dámaso García, a Juan Samuel y a Carmelo Martínez, grandes ligas todos. También tuve oportunidad de conocer, aunque no jugó contra nosotros, a Pascual Pérez.
En este grupo de la Liga Instruccional había tres short stop y el más novato de todos era yo; los otros dos eran Lilian Castro y Julio Rosas. Lilian había jugado Clase A Fuerte y Rosas Clase A Corta; ambos eran muy buenos, pero el que me preocupó tan pronto lo vi en acción fue Julio Rosas, de quien después me enteré, fue la causa de que devolvieran para la Republica Dominicana a Francisco Enríquez “el dreif”, ya que durante la competencia por la posición de short stop en el equipo Clase A, Julio se la ganó sobrado. Si Enríquez tenía una bazuca por brazo, Rosas decía “quítate que ahí voy yo”. Alguien mencionó que Rosas tenía mejor brazo que Enríquez, lo cual yo me permití dudar hasta cuando lo vi fildear una bola en el “hueco”, durante uno de estos juegos; después de eso, no me quedó duda, este hombre no tenia un cañón como yo, ni una bazuca como Enríquez, sino un misil; una cosa es contarlo y otra, muy diferente, haber visto aquel tiro. Rosas, a pesar de significar para mí un “peligro” mucho mayor que Enríquez, ya que además del medio bracito que se mandaba, tenía mejores manos que yo y corría como el diablo, me cayó mucho mejor que aquél, quizás porque no hablaba tanto y era bastante serio en su trabajo; era más profesional. Y lo que me hizo apreciarle más fue que no le importaba ofrecerme un consejo o sugerirme alguna idea en el momento oportuno. Sin embargo, no fue con Rosas con quien yo entable una verdadera amistad, sino con tres “caballos de carga”, dos de los cuales habían sido mis compañeros de equipo en la temporada de La Vega, Rudy Pemberton y Arturo Caines, ambos outfielders, y el otro, un primo de Arturo que había jugado con Rosas en Clase A, del que sólo recuerdo su primer nombre, Beny, también outfielder; muy buenos jugadores los tres y mejores personas aún. Recuerdo que este trío me causó mucha curiosidad porque siempre se quedaban después de las prácticas, bien fuera haciendo unos “sprint’ extra o bateando, pero siempre se andaban quedando. Para completar, cuando llegaban al hotel, después que todo el mundo, se bañaban, comían y arrancaban para el gym.
Empecé a quedarme de vez en cuando con ellos y a asistir al gym también, pero por Peña, quien dijo que quería a todo el “mundazo” (termino muy dominicano) en el gym. Recuerdo que a Padilla no le hizo mucha gracia, pues solía decirme “eche, que gym ni que gym marica, el bateo es natural, yo hago mis veinte lagartijas todas las noches y con eso tengo, le meto línea al que sea, no joda”
Entre prácticas y juegos transcurrió el tiempo. Una mañana, a unos cuatro días de terminar la Liga Instruccional Dominicana, nos anunció Peña que al final de la jornada nos leería la lista de la gente que viajaría a “spring training” en Marzo, los que se quedarían para Jugar La Liga de Verano y los que se les daría su “released” (botados). Esa práctica fue la más larga que yo tuve en mi vida de pelotero, y para colmo de males el muy degenerado del Peña, al final de la práctica, de una manera sádica, decidió que leería primero la lista de aquellos que habían sido dejados libres por Detroit, lista en la que obviamente nadie quería ser mencionado. Jamás olvidaré la cara de Fredy, que debía ser un espejo de la mía, cada vez que ese sádico mencionaba un nombre, así como tampoco olvidaré la cara de los que iban siendo nombrados. Cada vez que no decía ni Padilla ni Ibargüen, nos mirábamos como queriendo decir “¿y hasta cuándo va a seguir leyendo este torturador profesional?”, hasta dolor de estómago me dio en esos momentos, pero por fin dijo: “esa es fue la lista de los que están botados, ahora voy a leer la lista de los que viajaran en Marzo para Estados Unidos; los que no mencione, se quedarán a jugar la Liga de Verano” y empezó a leer... Rosas, Pinto, Padilla, quien esta vez se negó a intercambiar mirada alguna conmigo, tal vez temiendo lo peor y queriendo ser solidario, como unos meses atrás me había tocado a mí con Gaspar Palacios... Pemberton, Caines, Ibargüen: ahora sí me miró Padilla con una sonrisa que se escapaba de morderse las orejas, pero en realidad, aunque nunca se lo dije, siempre agradecí ese gesto mudo que tuvo conmigo, el de no celebrar su “triunfo” hasta saber que yo también podría celebrar con él, un gesto muy profesional el de mi compatriota.
Cuatro días después habría de volver a Cali, donde tenía que esperar el comunicado de Ramón Peña para ir a Bogotá a reclamar mi visa y así viajar a los Estados Unidos de América a mi primer Entrenamiento Primaveral; no creía en nadie yo, nada más ni nada menos que me iba para Estados Unidos a jugar pelota.
Habían transcurrido casi tres semanas desde la última vez que hablé con Peña allá en Santo Domingo y aún no tenía noticia alguna de él con respecto a mi viaje, cosa que me preocupaba porque yo sabía que el 13 de Marzo era el día en que todos los jugadores de posición debían reportarse, con excepción de los pitchers y catchers, quienes llegaban por lo menos una semana más temprano. Recuerdo que estaba yo en el diamante practicando con Reynaldo Méndez, a quien apodábamos “Chinola”, cuando llegó el mayor de mis hermanos, Édgar, (en ese tiempo tenía dos; ahora sólo me queda éste) a buscarme con una razón importantísima; me comunicó que Ramón Peña me había llamado a la casa y que en dos horas volvería a hacerlo. Aún en esta época yo pienso que Ramón Peña tenía algo de sádico, pues no llamó a las dos horas como anunció, llamó casi cinco horas después, pero eso era lo de menos, lo importante era que llamara y cuando finalmente lo hizo, ahí estaba yo, que no deje timbrar el teléfono una segunda vez. Después de preguntarme si estaba todo bien y si estaba trabajando fuerte, me informó que mi visa ya había sido tramitada, que debía ir lo más pronto posible a reclamarla, ya que no me quedaba mucho tiempo para preparar mi viaje. Lo que él no sabía era que yo tenía mi viaje preparado desde finales de 1987.
***
Me dijo también que ya la reservación había sido hecha en Avianca, pero que debía primero ir por la visa antes de reclamar el “ticket” y que lo llamara tan pronto como fuera posible para dejarle saber que todo andaba bien. Al siguiente día, en horas de la noche, salí para Bogotá en compañía de Adriana, mi novia en ese tiempo, hoy mi esposa y madre de mis dos hijas. No tuve ningún contratiempo, y regresamos a Cali dos días después con mi pasaporte ya visado; a la mañana siguiente, tan pronto amaneció, yo ya estaba alistándome para ir a reclamar mis pasajes, los cuales me entregaron sin ningún inconveniente. De vuelta en casa, llamé a Ramón Peña, como me pidió que hiciera; después de oír que todo anduvo sin problema alguno, me dijo “te veo en ‘spring training’; mete mano apenas llegues”.
Con visa y pasaje en mano, no quedaba sino esperar a que llegara el 13 de Marzo. Recuerdo que como a los dos días de haber hablado con Peña, llegó a la casa una carta con el logotipo de los Tigres de Detroit en la que me comunicaban exactamente lo mismo que me había dicho Ramón, pero además, me enviaban también lo que sería mi itinerario de viaje: “Cali-Miami, Miami-Tampa; Tampa-Lakeland, donde me recogería una limosina...” ahí me detuve para volver a leer: “limosina”, “limosina”, decía muy claro, y mi hermana, que es profesora de inglés, estaba traduciendo conmigo y me confirmó que esta limosina me llevaría de Tampa a Tigertown en Lakeland. Así que el negro, cuando bajara del avión, lo iban a recoger en limosina de las que uno sólo veía en televisión, o al menos eso era lo que yo me imaginaba; pero qué sorpresa me iba a llevar: “¡Limosina!”.
La noche antes de viajar, “el Mello” Benítez y su esposa “Chava” nos invitaron a Adriana y a mí a cenar en su casa para despedirme, con botella de vino y todo; un detalle muy chévere. Al día siguiente, acompañado de todos los Ibargüen, de Adriana y de “mi compadre” Álvaro Bueno, me dirigí al aeropuerto, donde, después de las despedidas, las lágrimas, los deseos de buena suerte, los “mucho cuidado con esa gringas” y los “nos vemos mi hermano”, abordé mi avión rumbo a los Estados Unidos de América.
Cuando llegué a Miami estaba medio perdido, por no decir perdido y medio; así que me dediqué a seguir, dentro del aeropuerto, a los que habían viajado conmigo, pero cuando llegamos a cierta parte, todo el mundo se detenía a leer un aviso y unos tomaban una dirección y otros otra; y mientras estaba tratando de decidir a qué grupo seguir, dos tipos enormes que estaban parados al otro lado del aviso, con placas colgadas del cuello, me pidieron que me acercara. Me preguntaron en inglés de dónde venía y para dónde iba; pidieron también ver mi pasaporte. Les expliqué que era pelotero y que iba para Tampa, pero que estaba “un poco embolatado”. Después que revisaron mi pasaporte, me indicaron, ahora sÍ en español, hacia dónde debía dirigirme para hacer el trasbordo.
El vuelo de Miami a Tampa se me hizo larguísimo, yo lo que quería era llegar pronto para subirme en la limosina que me iba a estar esperando para llevarme a Tigertown. Esta vez no me perdí dentro del aeropuerto, ya que no había caminado mucho cuando vi a varias personas, cada una con una especie de aviso. Noté que varios de los pasajeros se paraban a leer el nombre que figuraba en los avisos hasta que encontraban el de ellos. Pues yo me dediqué a leerlos también hasta que di con el mío, decía sencillamente “Ibargüen”. Le indique al señor, que imaginé que sería el conductor de “mi limosina”, que yo era el del aviso; me dijo unas cuantas cosas de las cuales solo entendí “¡Hi!” y empezó a caminar conmigo detrás suyo. Fuera del aeropuerto había, entre otros tipos de carros, dos limosinas como las que yo había visto en televisión, negras, con muchas ventanillas y larguísimas, pero noté que el hombre no se encaminaba hacia ninguna de las dos, sino hacia una especie de minibús o camioneta cerrada, que en Estados Unidos se llama “Van”, con avisos por todas partes que decían “Limousine Service”, que no es más que un servicio de taxis, que era exactamente lo que decía en la carta que me enviaron de Detroit: “limosina”, como diría mi hija: “yeah...right”, ¡oh sí, cómo no!
Era ya de noche cuando llegamos a Lakeland y entramos en Tigertown, así que no pude apreciar mayor cosa. El minibús paró enfrente de un edificio bastante grande, estilo hotel, pero sin ningún tipo de lujo. Bajé y caminé hacia lo que parecía ser la sala de recepción, frente a la cual había mucha gente, viendo televisión unos y jugando cartas otros; todos con facha de peloteros, pero ni una sola cara conocida. El tipo de la recepción me saludó, me preguntó mi nombre, que confirmó en una lista que tenía, me hizo firmar en un cuaderno frente a mi nombre y dándome una llave me dijo: “Welcome to Tigertown”. Cuando abrí la puerta de mi habitación, allí estaba Fredy Padilla, quien había llegado el día anterior y a quien me dio muchísimo gusto volver a ver. Noté sin embargo que habían tres camas y le pregunté a Fredy de quién era la otra; me dijo que de un pitcher nuevo, lo cual no me gustó mucho, ya que alguien me dijo en mi primer año de profesional en Cartagena, lo cual tuve oportunidad de comprobar luego, que me mantuviera alejado de los pitchers porque son gente que, como tienen tanto tiempo libre entre juego y juego, nunca nadie sabe lo que el ocio les ha de traer a la cabeza, son gente impredecible, y en el béisbol profesional tienen fama de locos. Resultó ser un buen muchacho, pero eso sí: loco.
Fredy me adelantó que había que levantarse temprano, el desayuno se servía entre 7:30 y 8:30, si mal no recuerdo; a las 8:45 debía estar fuera de los vestideros, en el punto de reunión de todos los días. Me dijo también que si quería ver lo que se iba a hacer al día siguiente, el programa estaba puesto en una cartelera, detallando paso por paso lo que se haría al día siguiente; todas las noches lo colocaban allí para que uno supiera a qué atenerse. Fui a leerlo, pero no fue mucho lo que entendí, así que no me preocupé y decidí esperar, hasta el próximo día, mi primer día de entrenamiento en las fincas de los Tigres de Detroit.
¡DP!: Ricky, te hago unas preguntas un poco al margen: ¿Qué tipo de visa te dieron? ¿Al llegar no te esculcaron por provenir de Colombia? ¿Acaso en 1989 la desconfianza no era tan extrema?
Ricky: No, la verdad es que no me esculcaron; de hecho, el maletín de mano que llevaba, lo pasaron por el sistema de rayos X, pero a mí en particular no me registraron. Al llegar a Aduanas me preguntaron, mientras me revisaban el pasaporte, cuál era el motivo de mi visita a USA, y contesté igual que cuando me encontré con aquellos gorilas. El tipo de visa que me otorgaron fue H-2 con entrada múltiple. Unos días después de haber empezado el “spring training”, nos pidieron los pasaportes, los cuales nos devolvieron una semana más tarde con visa canadiense. Me explicó uno de los veteranos que todos los años hacían lo mismo por si había que ir a jugar a Canadá, donde estaba el equipo doble A de Detroit.
La noche que llegué a Tigertown, en Lakeland, dormí bastante bien, tal vez por el cansancio y el stress del viaje, pero eso sí, desperté antes de que sonara la alarma, que yo había puesto a las 6:30 AM. Me levanté en pantaloneta y camiseta para ir al baño donde ya había unos cuantos bañándose (baños colectivos como los del estadio de béisbol en Cali), quienes me saludaron con un “good morning” aunque no los conocía. Cuando volví a mi habitación, ya tanto Fredy como el otro compañero de cuarto estaban despiertos; fueron a bañarse también, mientras que yo empecé a alistar las cosas que llevaría para mi “locker” y que según el veterano Padilla las iba a necesitar: un par de “spikes” (ya de los Adidas blancos que me había regalado “lucho” Díaz, no quedaba ni la muestra, además sólo se podía usar zapatos negros), un par de chancletas, artículos de uso personal, fondos de manga larga para usar debajo del uniforme para protegerme del frió, y también, claro, mi guante. Después que Fredy y el otro muchacho (aún no he logrado recordar su nombre) estuvieron listos, salimos para el comedor. A la salida de los dormitorios comencé a ver caras conocidas, entre las cuales reconocí a los inseparables Rudy Pemberton, Arturo Caines y Beny Castillo (¡recordé el apellido!), el primo de Arturo, a quien todos llamaban “sugar”. Ya en el comedor, que al igual que los dormitorios es compartido por todos los integrantes de las divisiones menores desde Rockie (novatos) hasta triple A, vi más caras conocidas, pero para que se tenga una idea de lo que sucede en el béisbol profesional, y de la rapidez con que ello ocurre, diré que de los veinticinco peloteros que integramos el equipo campeón de la Liga de Verano del Cibao seis meses atrás, sólo quedábamos diez; los otros quince ya eran historia.
La mayoría, excepto los pitchers, al igual que yo, habían llegado el día anterior, aunque más temprano. Nos saludamos unos a otros con efusión y, después del desayuno, nos dirigimos derecho hacia el “club house” donde cada pelotero tenia un “locker”, más bien una especie de casilla, a su nombre. El mío, me informó Rudy, que ya lo había visto, estaba diagonal al suyo, por lo que me fue fácil dar con él. En mi “locker” ya había un uniforme gris, el gris oficial de entrenamiento, y una gorra, no como la que usan los grandes ligas, pero sí tenia la “D” de Detroit. El número no me gustó y uno de los muchachos, que se dio cuenta, me dijo que si yo quería, podía pedir que me cambiaran el número. Yo no creo mucho en agüeros y “vainas”, pero tampoco iba a estar muy contento con ese número que me había tocado, el “13”, de ninguna manera. Hablé con uno de los encargados, el cual me dio otra camiseta, por si no terminaba a tiempo, pero sin mi apellido al respaldo mientras le cambiaba el número. Me preguntó si quería alguno en especial y le dije que sí, que quería el número 44, como cuando en Toro Negro, pero me dijo rotundamente que NO, que ese número era muy grande para mí; no sé qué me habrá querido decir con eso. Me enumeró los que tenía disponibles y me quedé con el 1, como “Tony” Fernández y Ozzie Smith. No sé con qué habrá pegado el número aquel, pero en cosa de treinta minutos fue y me llevó mi camiseta, en la cual se podía leer al frente “Tigers” y al respaldo Ibargüen, con el número 1; no creía en nadie el “grone”, como diría “el burro” (Jorge Romero). El mismo tipo de la camiseta, me indicó dónde estaban los bates, agregando que podía tomar dos a la vez y reemplazarlos cuando fuera necesario. Tomé mis dos bates, un P72 negro de 34” para batear a la derecha y un R161 para batear a la izquierda. Algo que me llamó la atención, aunque ya Fredy me lo había comentado, fue unas canastas llenas de medias higiénicas, de donde todo el mundo tomaba las que necesitaba para el día. Además de esto, ya estando vestido y esperando para salir a los campos con unos cuantos de los conocidos, uno de ellos me dijo que no saliera aún, que pronto vendría Steve, uno de los “trainer”, el cual les había ofrecido guantines (estos guantines los van dejando los grandes ligas a medida que transcurre la temporada, usados, pero en muy buenas condiciones); aparte de guantines, Steve también regalaba “spikes”, dejados por los “Big Leaguers”. Cuando llegó Steve, se dirigió hacia un cuarto pequeño en un extremo del “club house”, el cual abrió para que la gente entrara en grupos de cuatro a coger lo que necesitaran entre guantines , muñequeras y “spikes”. Noté también que no eran muchos los americanos que había en la fila, casi todos éramos latinos. A mi turno, aún un poco tímido, cogí un par de “spikes”, dos pares de guantines y dos pares de muñequeras, mientras que esos bárbaros que habían entrado primero, no llevaron más cosas porque no les cupo en las manos, pero cuando iba saliendo del cuarto, Steve me detuvo y señalándome una caja de cartón pequeña, me dijo que cogiera lo que fuera a necesitar para la temporada, que no olvidara que serían seis meses jugando a diario, y que si no me aperaba en ese momento, quizás al otro día no encontrara nada, lo cual me pareció increíble, pues en ese cuarto había tres canecas de 55 galones llenas de guantines, tres cajas enormes llenas de zapatos y dos llenas de muñequeras. Como no me moví muy rápido, Steve me quitó la caja y él mismo me la llenó de guantines y muñequeras; me dijo que por zapatos no me preocupara que de eso siempre había.
Por fin salí a los campos de entrenamiento; ya casi todo el mundo estaba afuera, aun cuando todavía faltaban unos veinte minutos para dar inicio al entrenamiento, que siempre se iniciaba allí, en el mismo sitio, con la lectura, por parte del Director de Ligas Menores, Mr. Tom Gamboa, de lo que se llevaría a cabo durante el día; este sitio de reunión era a la salida del “club house” y en medio de un pequeño campo de béisbol que constaba solamente del “infield”.
Yo calculé alrededor de 220 peloteros entre Rockie, Clase A Corta, Clase A Fuerte, Doble A y Triple A, mezclados unos con otros; era impresionante, pero a la vez emocionante, verse allí, en ese grupo. Todo el mundo tenía por lo menos un bate y un guante en las manos; otros como yo, cargábamos dos bates y los catchers andaban con su maleta llena de arreos.
Tom Gamboa salió del “club house”, donde también los managers tenían su oficina, seguido de cinco managers, uno por cada división, cinco coach asistentes y cinco coach de pitcheo. Cada uno de estos manager, al igual que los asistentes, tenían un bate de “fongo” en una mano y una bolsa llena de bolas, así como un cuaderno en la otra. Gamboa empezó diciendo “good morning; to the rockies, welcome to spring training and welcome to the Detroit Tigers Organization”. Dio una charla de unos diez minutos en la que anunció paso por paso lo que se haría durante el día y la hora en la cual se ejecutaría cada tarea, con qué coach, en qué campo y por cuánto tiempo, así como también la hora en que se tomaría “lunch break” (descanso de treinta minutos durante el cual se come y se bebe algo). Esta charla siempre terminaba con una demostración práctica de lo que se enfatizaría a lo largo del día si le incumbía a los infielders, para lo cual siempre utilizaban el mismo grupo: Rico Brogna (primer draft de Detroit en 1987) en primera, Howard en segunda, Travis Fryman (primer draft de Detroit en 1988) en el short y Galindo en tercera.
Terminada la parte teórica, el grupo se rompió en cuatro partes: outfilders, infielders, catchers y pitchers. Había cuatro campos de béisbol, más el que mencioné que sólo era un “infield”. Cada uno de los grupos fue asignado a un campo diferente; tan pronto se mencionaba un grupo y el campo asignado, éste se ponía en pie y salía todo el mundo al trote, jamás caminando de un sitio a otro durante las ocho horas que duraba la práctica. Cuando dijeron; “Infielders, field #3”, me paré y me puse al trote con los demás hacia el campo número 3. Allí corrimos en el outfield un par de veces desde la línea de “foul” hasta el “center field”; luego nos alineamos de a diez en fondo, como en Cartagena, y un pelotero, después supe que estaba en doble A, dirigió el estiramiento: “right arm across your chest”; Padilla y yo nos miramos también esta vez, pero como queriendo decir: ¿te acuerdas de Cartagena y de Heredia?
(Continúo, Marzo 10)
Después del estiramiento iniciamos calentamiento de brazo y así como exigió Peña y ya venía haciendo desde Cartagena, noté que desde la primera bola lanzada, ningún pelotero permitía que ésta hiciera arco alguno; iba en línea recta hasta llegar a su destino. Fredy calentó con uno de sus compañeros de equipo del año anterior y yo con mi “llave” de la segunda base, John Reyes. Al cabo de unos minutos escuché a uno de los tres “coaches” decir; “OK, leeeet’sss go”. Ninguno de ellos usaba pito, cada llamada era a punta de pulmones, menos Gamboa, que siempre andaba con un altoparlante en la mano.
Iniciamos con una demostración práctica llamada “fundamentales”, lo cual ya había visto en República Dominicana y que luego recordé que esto se usaba, según Peña, con las mismas señas desde “roockie hasta grandes ligas” dentro de la Organización. “Fundamentales” son situaciones de juego en la cuales hasta el espectador más ignorante en cuestión de béisbol sabe lo que va a suceder; por ejemplo, lo primero que se nos mostró fue, con uno de los coaches haciendo de pitcher: hombres en primera y segunda base y la seguridad de que habrá toque de sacrificio para poner esos corredores en posición anotadora, con Detroit a la defensiva; el tercera base recibe la seña del manager, que está en el “dogout”, y luego, dando unos cuantos pasos hacia delante, cerca de la almohadilla, se sitúa de forma que todos, hasta los outfielders, lo puedan ver y hace una serie de señas, estilo coach de tercera base, al cabo de las cuales, todos y cada uno de los miembros del equipo debe saber hacia donde debe dirigirse tan pronto el pitcher inicie su lanzamiento. Eran cuatro posibilidades, por ende cuatro señas diferentes, según la situación de juego. La seña valedera sería activada por un “switch” o indicador, del cual todo el mundo estaba pendiente ya que tan pronto el “switch” se activara, a continuación se daba la seña de la jugada a ejecutarse; la uno, la dos, la tres o la cuatro.
Obviamente, esta demostración práctica fue hecha utilizando a Brogna, Howard, Fryman y a Galindo; tan pronto se demostró cada una de las posibles jugadas/situaciones, preguntaron si teníamos alguna pregunta. Como nadie se manifestó, el coach dijo “OK, London and Toledo, field #1, Lakeland field #2, Fayettville stay here, and Bristol field #4”. No nos nombraban por la división en que estuviéramos, sino por el nombre de la ciudad a la que pertenecía cada equipo. Yo estaba asignado a Bristol, la división roockie de la Organización; Padilla a Fayettville, que era clase A corta, Lakeland clase A fuerte, Toledo doble A y London triple A.
Puestos al trote, mientras nos dirigíamos al campo #4, nos cruzábamos en el camino con otros grupos. Ya en el campo nos estaban esperando dos coaches, Rubén Amaro Sr., ex-grandes ligas, que sería mi manager en Bristol y José López, su asistente. Practicamos las mismas situaciones que nos acababan de demostrar, pero esta vez yo era uno de los que estaba en el campo corto, al lado de un boricua de nombre Carlos Maldonado, quien no era propiamente un short stop, sino más bien un “utility player”, pues jugaba todo el infield. Repetimos estas jugadas hasta el cansancio, lo que marcaría la pauta a seguir para cualquier cosa que fuera explicada y demostrada. La razón de tanta repetición es que un error físico es aceptable, pero uno mental es muy mal visto y cuando sucede, enseguida el coach te llama a un lado para oír tu explicación al respecto, como tendría oportunidad de comprobar personalmente unas cuantas semanas más tarde durante un juego en el que participé con Lakeland por no tener ellos un short stop disponible.
Parte de los “fundamentales” era también la defensa a emplearse, ante la posibilidad de robo de base con hombres en primera y tercera. Esta vez era el catcher quien después de recibir la seña del manager, nos la transmitía a nosotros, que debíamos saber a dónde sería el tiro si el corredor de primera salía al robo. La primera mitad de este día de entrenamiento transcurrió entre “fundamentales”, que como dije anteriormente, ya practicábamos en República Dominicana, pero en “spring training” se hacia con mayor énfasis. Estábamos en plena práctica cuando el coach gritó “Bristol, lunch time”, después del cual debíamos regresar al mismo campo. Al trote otra vez hacia el “club house”, donde en la parte de afuera, bajo un techo que sobresalía del edificio, sobre unas mesas había diferentes tipos de sándwiches, también manzanas, bananos , “ice tea” y limonada. Se podía ver a todos los grupos saliendo al trote de los diferentes campos para ir a “lonchar”. Allí me encontré de nuevo con Padilla, al que le pregunté qué había estado haciendo él; “fundamentales”, me contestó y añadió que el año anterior había sido igual el primer día.
El decir en el béisbol organizado es que si un equipo no puede realizar las jugadas de rutina y ejecutar las fundamentales, no puede ganar, así que a esto se le daba mucha importancia.
Padilla, como veterano ya de un “spring training”, me hizo seña que lo siguiera hacia donde estaban los sándwiches; pensé que se trataba de repetir, pero me dijo: “coge un par de sándwiches pa’ que lleves para el cuarto, que aquí se come a las 6:00 PM y después de eso no dan nada, y el hambre por la noche es seria, no joda”. Tímido aún, tomé sólo uno, que llevé para mi locker y al entrar al “dogout”, vi a muchos haciendo exactamente lo mismo.
Terminado el “lunch break”, si uno salía con tiempo, no tenia que ir al trote, pero a las 12:30 había que estar de vuelta en el campo. Esta vez fue práctica de bateo con uno de los coaches como lanzadores. En el campo sólo estábamos los jugadores de posición, los pitchers estaban en el campo pequeño practicando sus “fundamentales”. Mientras unos bateaban, otros recibíamos roletas o “fly balls” de acuerdo a la posición. Ya durante la práctica de bateo, y mientras se recibían roletas, uno podía ir identificando cuáles eran los caballos. Me llamó mucho la atención un primera base zurdo, primero, cuando lo vi en su posición, por lo grande, ya que ofrecía muy buen blanco con sus seis pies y tres pulgadas de estatura, y después, por el bateo, pues le daba a la bola durísimo; su nombre era Mike Rendina, a quien tendría oportunidad de ver en televisión cuatros años más tarde durante un juego del equipo doble A, pero nunca supe mas de él.
A todo el que iba a batear, el coach le iba diciendo lo que quería que hiciera; cuando me tocó mi turno, empezó: “toque por primera, toque por tercera, “hit and run”, avanza al hombre de segunda, lo cual significaba que había que batear entre segunda y primera o entre “center’ y “right”, pero nada para el lado izquierdo del campo; había que repetirlo hasta hacerlo bien. Hombre en tercera... ”squeeze play”; hombre en tercera... la bola en el “out field”. Después de estos ejercicios, me dijo: “ten swings”... diez “swings” fallara o conectara. Tome cinco a la derecha y cinco a la izquierda y aunque no le di mal a la bola, me hubiera gustado darle como en República Dominicana el día que llegó “el dreif”.
Después del bateo, más roletas, para la izquierda, para la derecha, para adelante, jugadas de doble play sin tirar a primera.
La práctica terminó a las 4:30 PM con corring de bases; tres de home a primera, tres de home a segunda, tres de home a tercera y tres de home a home, con un coach en tercera base simulando un juego y al que había que mirar antes de llegar a segunda para que le diera la orden de quedarse o de seguir para tercera. Al que se le olvidara mirar, tenía que repetirlos.
Al final de la práctica salí caminando con Rudy y con “sugar” Caines, quienes me dijeron que iban para las jaulas de bateo, donde se verían con Beny Castillo, así que me les “pegué”. Tengo que admitir que estas máquinas de lanzar que se usaban en “spring training” fueron al principio un verdadero dolor en el rabo para mí; no eran de las de brazo mecánico, como la que había en el estadio de béisbol en Cali y a la cual era fácil tomarle el tiempo, sino que eran dos poleas, en medio de las cuales entraba la bola y al mismo tiempo salía disparada. Bien, yo insistí en que entrara al menos uno de ellos primero, para ver cómo funcionaba la bendita máquina, ya que querían cederme el turno a mí. Este aparato, protegido por una red metálica, estaba situado más o menos a la misma distancia que hay del home al montículo, dentro de una malla de nylon
inmensa que cubria todo este espacio de forma rectangular. Además de la velocidad a que tiraba (se podía graduar hasta 88 millas por hora), tenía dos “home plate”, uno más cerca de la máquina que el otro por si se quería mayor velocidad aun. Beny, que como Padilla estaba asignado al equipo clase A corta de Fayettville, entró de primero a batear. Ya el la había usado con anterioridad por lo que la hizo lucir como la cosa más simple del mundo, aunque la bola llegaba. Así pues, yo entré de segundo después de recoger las bolas entre todos y me paré a la izquierda en el más alejado de los home plate; dejé pasar dos bolas para tomarle el tiempo al aparato ese, pero que va, pensé que necesitaría otro home plate, un poco mas atrás y no me atreví a sugerir que le mermaran la velocidad porque el bárbaro del Beny había dicho “vamos a empezarla suave pa’ cogerle el tiempo”. Ni modo, me tocaba meter mano; le hice swing a la tercera bola, pero “algo” tarde; con la siguiente logré hacer contacto y como resultado rompí mi bate. Para no hacer esto muy largo, diré que estuvimos allí alrededor de una hora en turnos de 25 swings cada uno y aunque hacia el final estaba haciendo mucho mejor contacto, no solamente rompí mis dos bates sino también el de Rudy; creo que por eso decidieron acortar la sesión de bateo, para no perder el resto de los bates.
Al regresar al “club house” devolví la leña en que se habían convertido mis bates después de mi primer día de entrenamiento y tomé esta vez tres bates nuevos, los cuales metí en mi locker para usar al día siguiente.
En el “club house”, había tres canastas enormes donde todo el mundo tiraba su uniforme y sus prendas personales como pantaletas, sweters, etc. Al día siguiente todo estaba limpio y colgado en su respectivo locker. Lo personal había que prenderlo de un gancho con el numero de la camiseta, el uniforme estaba marcado, el pantalón por dentro, y la camisa obviamente con el apellido.
A la hora de la cena la gente se acomodaba en la mesa que le provocara, excepto en las de los coaches, que era reservada para ellos, pero éstos, al igual que nosotros, hacían fila para recibir su comida. Padilla y yo casi siempre nos sentábamos a la misma mesa, pero yo buscaba a aquel trío inseparable, ya que además de gustarme su ética profesional, se la pasaban hablando en inglés y yo quería aprenderlo también.
Las 3:35...seguimos más tarde
¡DP!: Ricky, muy divertido. ¿Veías televisión? ¿Era cercano el pueblo? ¿Tenían tiempo libre para pasear y conocer o el béisbol no daba tregua? ¿Te sentías muy presionado o sentías alguna especie de vértigo por estar en esa situación? ¿Te parecía que el tiempo se te iba rápidamente? ¿Y qué hay del pitcher “loco”?
Marzo 12...
Ricky: Diego, antes de contestar estas preguntas, voy a añadir algo que se me pasó por alto y es que, aparte de los cuatro campos de tamaño regular y el que sólo era un “infield”, también estaba, aunque un poco separado (a unos cuatrocientos metros de donde practicábamos nosotros), el campo donde entrenaban los grandes ligas; este era una especie de estadio pequeño, con capacidad para unos cinco mil espectadores (mas o menos como el Estadio de Béisbol de Cali, sin graderías alrededor del campo entero, sino sólo de la parte que abarca de primera a tercera base), pero eso sí, el terreno era una belleza, no había forma de disculpar un error de fildeo; una belleza de terreno que, una vez iniciada la temporada regular, era el estadio donde jugaba Lakeland. Así que como ves, la organización entera de los Tigre de Detroit estaba en esta área preparándose para la temporada que se avecinaba.
¿Veía televisión? Sí, claro que sí veía televisión, sobre todo en los días antes de empezar los juegos de exhibición de los grandes ligas, a los cuales podía asistir sin pagar un centavo, ya que yo también era un Tigre, o mejor dicho, un tigrillo. Televisión veía después de la comida, entre las 7:30 y las 9:30 PM más o menos, o si me aburría de ver televisión me iba a leer algún libro que había llevado conmigo o a jugar billar o ping-pong con los muchachos en las sala de esparcimiento que teníamos. También jugaba dominó, pero sin dinero porque los latinos que había en entrenamiento eran unos profesionales también jugando dominó y eso que yo no jugaba mal.
¿Quedaba cerca el pueblo? Sí, como a unos veinte minutos caminado; nosotros nos íbamos a pie hasta donde estaba el supermercado para abastecernos de lo que necesitáramos, sobre todo artículos de uso personal, lo cual me hace recordar algo un poco jocoso. Aquí, por todas partes se ven “vending machines”, máquinas que, según lo que vendan, tú les metes unas monedas y al oprimir el botón de lo que quieres, lo dispensa. Una de estas máquinas era de gaseosas y estaba situada a la entrada de la sala de esparcimiento; yo noté que todo el mundo entraba tomándose una gaseosa de lata y pregunté donde podía obtener una; me dijeron que afuera estaba la máquina. Diego, cuando yo vi el precio de esas gaseosas, se me quitaron las ganas de beber: ¡sesenta centavos de dólar!, que según mis cuentas, después de convertirlos a pesos colombianos, alcanzaba casi para comparar la canasta entera de gaseosas en Cali. De ninguna manera yo iba a pagar toda esa cantidad de dinero por una gaseosa. Pasó mucho tiempo antes de poder hacerme a la idea, pero ni modo, al final (como tres semanas después) tuve que ceder.
¿Tenía tiempo para pasear y conocer? Sí, también tenía tiempo para pasear, sobre todo los domingos que, o lo tenia libre o sólo trabajaba medio día. Uno de eso días, José Rodríguez, un pitcher puertorriqueño que jugó conmigo en Dominicana, nacido y criado en New York, me invitó junto con un amigo de él para que fuéramos al “mall” (centro comercial) de Tampa en su carro, porque allá vendían muy barato. Me sugirió que llevara dinero. Yo llevé como cincuenta dólares que no tenía la menor intención de gastar. Tan pronto entramos al “mall”, según ellos, estaban boquiabiertos con los precios, precios que a mí no me hicieron ninguna gracia. “Blue jeans” de no se qué marca a US $35.00, camisetas no sé qué, a US $35.00. Me preguntaban si no iba a comprar nada, a lo que respondí que no había NADA que realmente me gustara, pero lo que en realidad no me dejaba comprar era el pensar que con lo que valía uno de esos pantalones, yo podía comprar quién sabe cuantos metros de tela en El Ley o en La 14 de Cali, y cualquiera de mis hermanas o mi vieja me sacaban por lo menos cinco de los benditos “blue jeans” aquellos. La madre de ellos iba a comprar esos pantalones a ese precio, decía para mis adentros. Algo que no le perdono a mi ignorancia, sin embargo, es el hecho de que Lakeland queda a escasos 40 minutos de la ciudad de Orlando, donde está Disney World, y nunca se me ocurrió pensar que ese parque de diversión que veía al pasar, cuando íbamos a jugar contra Boston, era la tan famosa Disneylandia, la cual vine a conocer nueve años después con mi esposa e hijas.
¿Me sentía presionado o sentía algo de vertigo? Yo no le llamaría vértigo ni presión a lo que sentí durante estos días; para mí era más bien como un estímulo, una fuerza interior que me impulsaba a competir, pues yo sabía que cada roleta, cada “swing”, cada tiro y todos los “fundamentales” en los que cada pelotero toma parte, estaban siendo monitoreados por al menos un “coach”, que al final del día tiene que presentar un reporte de la gente que tuvo a su cargo y, lo que es mas importante, su opinión sobre esa gente. De hecho, el haber viajado a República Dominicana primero que a USA, contribuyó mucho para que me sintiera más seguro de mí mismo.
¿Pasaba el tiempo rápidamente? Sí, durante las casi ocho horas de práctica no había chance de estar pensando mucho, por lo que el tiempo transcurría con bastante rapidez y también por lo ocupado que me mantenía, es decir, no había un solo momento del día, durante la práctica, en que yo pudiera siquiera pensar en que no tenia algo para hacer.
¿El pitcher “loco”? Doy por sentado que te refieres a José Lima, aunque decir pitcher loco es una redundancia (me acordé de ti Diego, que dijiste una vez, después que alguien me echó un madrazo, creo que fue el “mello”: “decir negro hp... es una redundancia”) no viajaría sino hasta 1989 a su primer “spring training”. La verdad, créeme, esta gente es loca, lo pude comprobar. Tú los puedes ver cogiendo roletas en el “infield” y haciendo “double plays” hasta que algún coach los ve y los hace salir; siempre andan con un bate en la mano jactándose de lo buenos que son como bateadores y de lo que podrían hacer si les dieran la oportunidad de batear.
Bien, los primeros días de entrenamiento fueron más o menos parecidos al primero con alguna que otra variante hasta mediados de la segunda semana en que, aparte de que ya íbamos a iniciar los juegos pretemporada, se nos anunció el día en que se harían las pruebas de corring y de brazo, que son un estándar en béisbol profesional para evaluar a los peloteros. Las pruebas se harían inmediatamente después de calentar tras terminado el meeting mañanero. Primero se realizaron las pruebas de corring de 60 yardas; a mí me tocó correr con dos bárbaros que hicieron 6.7 y 6.68 segundos respectivamente, y tengo que admitir que lucí mal con mis 6.99 segundos; casi siete segundos otra vez, no había mejorado nada. Terminadas las pruebas de corring, todo el mundo iba al trote hacía uno de los campos donde se haría la prueba de brazo. Iniciaron con los “outfielders”, que fueron todos enviados al “right field” desde donde debían fildear lo que uno de los “coaches” les “fongueara” y hacer dos tiros a tercera base y dos a “home”. Luego, seguimos los “infielders”, todos en el “short stop”, excepto los primera base, que no tenían que tirar y los catchers, que tendrían su prueba aparte tirando para las bases. Como “infielder’, debía fildear dos bola rápidas de frente, dos para el lado del guante, dos para el lado contrario (el hueco) y dos lentas de frente que había que atacar y tirar sobre la marcha. Había, lógicamente, “short stops” que estaban más arriba que Fryman, pero a éste era el que yo le tenía el ojo puesto porque ya sabía por Wallace que era el preferido de Detroit para remplazar a Allan Trammel, que pronto se retiraría, pero Wallace me decía para mantenerme motivado, que una vez que yo me fuera haciendo notar, a Fryman lo harían tercera base porque no tenía ni el alcance ni el brazo mío, lo cual me llenaba de orgullo. Todos los infielders fueron recibiendo sus roletas y fueron saliendo; primero los segunda bases, después los tercera y por último los “short stop”. El de triple A fue el primero, el cual no me impresionó mucho, pero cuando le tocó el turno a Fryman tuve que admitir que quizás Wallace había sido un poco parcial al juzgar el brazo de éste; la bola le llegaba con esa facilidad de la que ya hablé antes y que caracteriza a los beisbolistas profesionales. Las manos eran de envidiar también; lo único que me animó un poco fue que cuando le tocó tirar del hueco, la bola le llegó, pero no con la misma fortaleza que cuando recibió las roletas de frente. Después le tocó el turno a un muchacho de apellido Gómez que no hablaba Español (actual grandes ligas con los Chicago Cubs, si mal no estoy), quien mostró tremendas manos y un brazo promedio. Siguió Rosas, al que ya todos conocían del año anterior y del que estaban esperando su demostración. Aún hoy, dieciséis años después, estoy seguro de no haber visto en mi vida mejor brazo que ése. Este hombre en verdad que lo que tenía era un misil; desde donde cogía la bola, le llegaba sin problema alguno y con muy buen sonido en el guante del primera base. A continuación me tocaría el turno a mí, seguido de Maldonado. Me dio mucho gusto cuando después de soltar la primera bola con una roleta de frente, alguno de mis ex-compañeros de la Liga de Verano gritó, como haciéndome barra, “¡ahí coño, mátalo!” y algún “gringo” exclamó “¡dang!”. Cuando me tocaron las dos roletas en “el hueco”, yo sentí que la bola me había caminado, y lo corroboré cuando escuché unos cuantos “ahí coño, ahí” de mis “team-mates” y unos “atto boy Danny” de algunos de los “gringos” asignados a Bristol con los que ya “hablaba” de vez en cuando, y que claro, estaban pujando por su compañero de equipo.
Ésta fue, sin lugar a dudas, la primera vez que en verdad sentí que era parte de la organización de los Tigres de Detroit, que me sentí un prospecto en ciernes, pues terminadas las pruebas para los “infielders” y mientras esperábamos a que terminaran los catchers, Rubén Amaro, quien estaba al lado de Tom Gamboa, me llamó y me preguntó cómo se pronunciaba mi apellido, a lo que le respondí que Ibargüen con diéresis en la “u”, pero Gamboa dijo que era más fácil decir Ricky o Danny. Se dijeron un par de cosas en inglés que no pude entender y luego Gamboa, dándome la mano, dijo “nice arm, Danny”. No recuerdo si respondí “thank you” o no, pero si sé que me imaginaba ya remplazando a Allan Trammel en Detroit.
En otra ocasión, a mitad de la práctica, me llamó uno de los coaches y me pidió que le dejara ver mi guante; cuando se lo enseñé, no sólo me devolvió el mío, sino que me dio uno nuevo, y me dijo que era para mí y me deseó que tuviera suerte con él. Cuando le di las gracias, me contestó que había sido el señor Amaro el de la idea.
Recuerdo a Fredy diciéndome “ñerda, usted va pa grandes ligas que se las pela, no joda, aquí no le regalan guante a nadie”. Este guante debe estarlo usando, así espero, alguno de los “pelaos” en Cali, ya que hace como un año lo envié.
***
Los juegos pretemporada de la division “rookie” eran en su totalidad a la luz del día, nunca en la noche. No importaba si era dentro o fuera de Tigertown, nos teníamos que presentar en el campo a la misma hora para realizar nuestra rutina de entrenamiento, hacíamos “BP”, “batting practice” (practica de bateo), y más “fundamentales” para finalmente abordar el bus que nos llevaba a la ciudad donde íbamos a jugar, no más de una hora de camino la más alejada, o regresábamos al “club house” a “lonchar” si el juego era en nuestro complejo, para seguidamente dar inicio al juego.
Es curioso ver cómo ya durante estos juegos, que son supuestamente sólo de acondicionamiento, todo el mundo trata de lucir lo mejor que puede y de esforzarse al máximo; no hay quien batee un “fly” dentro del “infield” y salga al trote. Y si lo hace una vez, te aseguro que no lo repite; eso es inaceptable en el béisbol organizado, sobre todo en las categorías menores. A excepción del pitcher, jamás se ve un pelotero caminando del campo al “dogout”, o viceversa, al finalizar un inning.
Me comentó alguien en Cartagena que una de las cosas que caracterizaban a la categoría “rookie” era el pitcheo, pues como se trata de mostrarse de entrada, y los coaches quieren ver qué es lo que en verdad tienen los lanzadores, éstos tiran con el alma, las rectas llegan. Estaba muy en lo cierto, en realidad que la bola camina.
A este tiempo ya se han iniciado los juegos de los grandes ligas también, que eran en la noche y uno los podía presenciar. Una noche, mientras jugaba Detroit contra Cincinnati, vi que se acercaba un tipo con pinta de pelotero aunque no tenía nada que lo identificara como tal; cuando le pude ver la cara, me pareció conocido, pero no sabía quién era hasta que me lo presentó uno de los dominicanos con los que yo estaba; se trataba de José Rijo.
Al otro día, durante un juego en la ciudad de Orlando, me visitó Wallace y me llevó a regalar aquel “jacket” con el que Ramón Peña se presentó en Bogota, jacket que aparte de los grandes ligas, sólo se los daban a los pitchers.
Estos juegos, aunque en el papel no cuentan, son importantísimos, ya que es durante éstos que los managers de cada división empiezan a fichar a quienes serán sus titulares en cada posición. Durante un encuentro de éstos, tratando de romper un doble play y no de la forma como me habían enseñado, me lastimé el tobillo izquierdo, lo cual me tuvo sin jugar por una semana. Eso motivó al otro día dos horas extras dedicadas a deslizarse, a practicar de nuevo. Aun cuando no podía jugar, participaba de las prácticas y estaba presente en los juegos.
Pasado el tiempo de recuperación, y casi terminando la tercera semana de “spring training”, yo estaba de vuelta en el “line up” y muy contento, por cierto, porque así que dije sentirme bien, me pusieron a jugar. Incluso tres días antes, como ya apoyaba el pie un poco mejor, me pusieron en tercera base donde todo iba bien hasta que me dieron una roleta para el lado del guante y no le llegué; me sacaron al instante y me ordenaron ir donde el “trainer” que me chequera el tobillo.
En estas tres semanas de entrenamiento pude presenciar algo de lo que sólo había oído hablar y que, aunque uno nunca dice nada, siempre lo tiene presente. Una mañana como todas, llegamos al “club house” y estaban los muchachos comentando que había dos lockers sin uniforme, lo cual, según me habían explicado, quería decir que esas dos personas habían sido botadas. Efectivamente, tan pronto entraron los dos muchachos y no vieron su uniforme, la cara se les transformó de una forma que no podría describir; a mí personalmente me pareció algo inhumano dejarlos que llegaran hasta sus “lockers” para encontrarse con que estaban botados. ¿Por qué no habérselos comunicado el día anterior? Una cosa es escribir al respecto, pero otra muy diferente verle la cara a alguien que ha sido “released”. En los días que siguieron era casi a diario que alguien se “iba”. Ahí sí que me sentí presionado, a pesar de que estaba jugando todos los días y estaba luciendo bastante bien, no dejaba de mirar para mi “locker” todos las mañanas tan pronto entraba al “club house”.
Más o menos en la cuarta semana de entrenamiento empiezan a decirle a los peloteros si han quedado en el equipo de la división a la que fueron asignados o si tienen que devolverse. Los que estaban con los grandes ligas empezaron a bajar a triple “A”, los de triple “A” a doble “A” y así sucesivamente. Uno de esos días me sorprendí cuando vi llegar a Padilla al campo donde estaba yo, ya que él estaba asignado a clase “A” corta y faltaban unos tres días para que se fueran a Fayettville para el inicio de la temporada. Cuando tuvimos oportunidad de hablar me comentó que no había hecho el equipo y que lo habían bajado a la “rookie”, lo cual no es buena noticia, nadie quiere repertir “rookie”. Trate de darle ánimo de la mejor manera que se me ocurrió, pero yo sé que interiormente mi paisano estaba mal y se esforzaba por disimularlo.
Creo que debo señalar, para que esté claro, que la temporada “rookie” oficial empezaba a mediados de Junio y constaba de 72 juegos que se extendían hasta finales del mes de Agosto, pero si se hacen cuentas, nosotros también jugábamos alrededor de 150 juegos en cosa de poco más de cinco meses, sin contar los juegos de pretemporada; me explico: despues del mes de entrenamiento, cuando se iban todos los equipos desde clase A corta hasta grandes ligas para sus respectivas ciudades, la “rookie” se quedaba en Lakeland jugando una temporada corta que se llama “Extended Spring Training”, durante la cual se hacen juegos normales con todas las de la ley, a diario y con uno que otro día de descanso. Durante esta extensión del “spring training”, a diferencia del mes de entrenamiento en que ni nos pagan ni teníamos que pagar por alojamiento o comida , uno recibía un cheque quincenal de US $350.00, pero así que termina el “spring training” los dormitorios deben ser desocupados y cada quien debe buscar dónde alojarse y dónde comer. Claro, la gente que tenía más experiencia en estos asuntos le ayudaban a uno a buscar alojamiento. Fredy y yo seríamos “room-mates” de nuevo; nos tocaba pagar US $110.00 a cada uno por una especie de aparta-estudio en un hotel, lo cual a mí me parecía un escándalo... ¡110 dólares mensuales! Y a Padilla ni se diga: si yo era duro del codo, Fredy me ganaba y lejos. Creo no equivocarme al decir que esos días que Padilla pasó conmigo en ese estudio deben haber sido de los más difíciles de su vida. Cuando nos instalamos allí, yo propuse que nos alternáramos cocinando una semana cada uno para ahorrar un poco de dinero o todo se nos iba a quedar en los restaurantes, a lo que Fredy contestó “ñerda cachaco, yo no sé cocinar vale; eche, cocina tú que yo me encargo de los platos, no joda”. Al pobre Fredy le tocó comer pollo a medio cocinar, que ni yo, que soy tan buena cuchara, me atrevía a comer un pollo que apenas le metía el diente le salía sangre y el hombre para no desairarme me decía “eche, no quedó tan malo, coma, coma tranquilo”. Y para completar, un día dejamos, según yo, el arroz a fuego bajo mientras íbamos al supermercado a comprar algo, y cuando regresamos, el humo del arroz quemado salía por debajo de la puerta. Por poco y nos botan del hotel. A los juegos llegábamos oliendo a arroz quemado, pero Padilla jamás se quejó de mis dotes culinarios.
En estos juegos del “Extended Spring Training” se pueden ver peloteros de cualquier clasificación, ya que aquellos que por estar recuperándose de alguna lesión, no viajan con sus equipos, se quedan jugando hasta que les dan el visto bueno para reintegrarse a sus divisiones. Nosotros teníamos un pitcher del equipo grande, un venezolano de apellido Núñez, que lo que tiraba era una aspirina. A un juego que salimos vimos calentando un pitcher (no recuerdo su nombre) por el mismo estilo de Núñez, que como éste, era también grandes ligas y estaba en recuperación y de igual manera ponía la bola pequeñita. Yo estaba de segundo bate en el “lineup” detrás de Reyes que, como yo, era ambidiestro. Como sabia por experiencia que los pitchers tienden a repetir la secuencia de lanzamientos con bateadores similares, le presté mucha atención a la forma en que le tiró a Reyes, quien le dio una roleta por segunda. Me dije para mí, la primera es recta, voy por esa. ¡Dios mío!, sólo en televisión había yo visto una curva que viniendo poco más abajo del pecho, cayera a la altura de las rodillas... ”strike”, dijo el “umpire”. Yo me salí de la caja como para acabar de asimilar lo que acababa de ver y cuando miré al “coach” en tercera, pude ver de reojo que en el “dogout” unos cuantos se taparon la cara con la gorra para que nadie los viera reír. En el segundo lanzamiento me tiro la recta, pero como ya no sabia qué esperar de ese bárbaro, me sorprendió para el segundo “strike”. En el tercero me sacó con un cambio horrible que me tiró, es decir, nada de lo que le había tirado a Reyes. Cuando llegué al “dogout” me explicaron que lo que les produjo risa fue la cara de perplejidad que yo tenía cuando miré al “coach”. Después de tres “innings” en que ponchó a cuatro, lo relevaron.
Tendríamos unas tres semanas en esta Extensión del Entrenamiento Primaveral, cuando una tarde cualquiera, después del juego, Fredy entró al cuarto y me dijo que le habían dado “released”, que al otro día salía para Colombia.
Yo no tenía cara con qué mirarlo; él, aunque trataba de aparentar tranquilidad, no podía ocultar lo que le estaba pasando. Después de un rato de estar hablando y tratando de decidir si sería mejor irse para Cartagena o quedarse en Estados Unidos, me dijo que se iba, que el podía conseguir trabajo en Colpuertos y salir adelante. Nos despedimos a la mañana siguiente, deseándonos suerte mutuamente; cuando regresé del juego ya no estaba y hasta ahora no lo he vuelto a ver, aunque sé por Wallace que está trabajando en Puertos de Colombia, que está bien y que además juega en el Campeonato Profesional de Colombia.
Marzo 13
El “released” de Fredy, quizás porque compartí más con él, primero en Cartagena, después en República Dominicana y por ultimo en Estados Unidos, me afectó muchísimo más que el de Gaspar Palacios; me formulaba una serie de preguntas para las que no hallaba respuesta. Empecé a compararme, aun cuando sabía que no me conducía a nada, con muchos de los que habían botado incluyendo a Fredy, y para ser franco me preocupaba lo que veía en perspectiva, pues muchos de ellos eran mejores peloteros que yo, incluyendo a Fredy, que como dije anteriormente se inició desde muy chico en un béisbol mucho más competitivo que aquél en el que yo comencé. En la época en que ambos comenzamos a jugar béisbol no se podía comparar la calidad del béisbol del Valle con el de Bolívar. ¿Qué me espera a mí más adelante?, era una pregunta a la que no podía dar respuesta con seguridad, y como ésta, otras tantas que sólo contribuían a confundirme aún más.
Unos cuantos días antes del “released” de Fredy, yo había recibido una carta del señor Carlos Puente en la que, entre otras cosas, me anotó un escrito de no sé quién, pero que no pudo haber sido más oportuno; me lo aprendí de memoria y se lo leí a Fredy aquel desafortunado día. Decía:
Cuando vayan mal las cosas
Como a veces suelen ir
Cuando ofrezca tu camino sólo cuestas que subir,
Cuando tengas poco haber, pero mucho que pagar
Y precises sonreír aun teniendo que llorar
Descansar si acaso debes, pero nunca desistir.
Lucha pues por más que tengas en la brega que sufrir.
Cuando todo este peor, más debemos insistir.
Aquella tarde cuando regresé del juego y no encontré a Fredy, hasta el hambre que traía se me quitó; decidí salir a caminar, un caminar que al final no me aclaró ninguna de las dudas que tenía y mucho menos me ayudó a encontrar respuesta a alguna de mis preguntas. Ya en mi habitación me dediqué a leer para tratar de ocupar la mente en algo diferente y me acordé de la carta que había recibido unos cuantos días atrás. No sé cuántas veces la leí, pero cuando la deposité sobre la mesa de noche, ya había tomado la determinación de dar la pelea, ya había contestado incluso alguna de mis preguntas, quizás en forma algo egoísta, pero para mí en ese momento no era sino la pura realidad: ¿por qué los botaron a ellos siendo mejores que yo? No lo sé y no lo quiero saber, me contesté; lo que sé es que yo estoy aquí y debe ser por alguna razón, así que voy a dar la pelea, voy a meter mano.
Al día siguiente bateé de 3-2 con un doble e hice tremenda jugada desde el “hueco” que me hizo acreedor de “high fives” (saludo de peloteros que chocan las manos por encima de sus cabezas) cuando llegué al “dogout”. Esa carta, sin lugar a dudas, me ayudó mucho en un momento de debilidad que, claro, nunca admití ni mencioné cuando regresé a Cali; es tanto así que, aunque le di las gracias a Carlos Puente al responderle, jamás mencioné lo que aquella nota había significado para mí.
El “Extended Spring Training” continuó y yo seguí jugando a diario; no estaba quemando la Liga ni nada que se le parezca, pero me iba bien; trabajaba fuerte y había ido progresando; ahora me la pasaba con Rudy y “sugar” Caines, pues “Beny” Castillo había viajado con Fayettville. También “hablaba” mucho con algunos de los americanos del equipo en mi propósito de aprender inglés, que a fuerza de muchas repeticiones y muchos “what are you talking about”, “I’m sorry, say it again” que era lo que me contestaban al principio cuando ponía en práctica “mi inglés”, fui haciéndome entender poco a poco, hasta el punto de que cuando andaba con los que eran “mudos”, yo era el traductor, no me cabía el aire en el los pulmones cuando alguien me pedía que tradujera o le explicara algo que había sido dicho en inglés; le decía lo muy poco que había entendido y el resto me lo inventaba.
En uno de estos juegos, como mencioné anteriormente cuando el Campeonato Nacional de Medellín, me acordé de Jamir de Aguas, no por ser el mismo tipo de jugada, ya que ésta fue en segunda y aquella fue en home, sino por la protección que existe en el béisbol organizado y no pude dejar de pensar qué le hubiese pasado a Jamir si aquel juego en que me tumbo un diente hubiese sido a este nivel; había hombre en primera que salió en “hit and run”, el batazo fue una roleta rápida por segunda que nos daba tiempo de hacer doble play, pero había que andarse rápido; yo recibí el tiro del segunda base y me separé a una distancia considerable para esquivar al corredor que estaba muy cerca ya, pero el hombre fue a buscarme hasta donde yo había quedado y me levantó el pie de una forma no muy profesional mientras yo soltaba la bola para primera base. Salté tras el tiro, pero con el “spike” me alcanzó en la parte de adentro de la pierna derecha rasgándome el pantalón y cortándome a mí. Cuando me levante después del azotón que me di y además cortado, aunque habíamos hecho el doble play para cerrar el “inning”, Reyes, que compraba una pelea, ya estaba al lado mío esperando a ver si yo iba a iniciar algo para el poder meter mano también. El corredor que era puertoriqueño, antes de yo decir nada me preguntó “¿estás bien caballo?”; le contesté que sí y salí del campo; ahora sí se movieron Reyes y el resto del equipo. Cuando llegué al “dogout”, después de los “high fives”, me dijo el pitcher, un americano (no recuerdo el nombre) que tiraba por el lado del brazo y la bajaba a 92 millas por hora, “I will get him in his next at bat” (yo lo agarro en su próximo turno). Alguien se arrimó y le dijo al pitcher el número de la camiseta del puertoriqueño (me acorde de “mochuelo” el de Junin... “cogéle la placa, cogéle la placa”) mientras el trainer me chequeba la cortada. Se arrimó en esos momentos el “coach” y le dijo al pitcher en inglés “quiero que me lo tumbes en el proximo turno, para que aprenda a jugar pelota”
Sin embargo, quiso el destino que fuera yo mismo el encargado de cobrar la deuda dos “innings” después; él jugaba segunda base. Yo alcancé primera con un toque por primera después de un “out”; hubo una roleta al short stop que debía ser doble play de calle, pero éste cometió una pifia y aun así tiró a segunda; él, que no estaba detrás de la base para protegerse sino que la tenía en medio de las piernas, tuvo la mala idea de querer hacer todavía el doble play, pero cuando pensó en tirar yo ya estaba encima, así que decidió saltar para evitarme, pero ya era tarde; yo ya estaba por el piso barriéndolo y cuando él saltó, lo demás fue fácil, sólo tuve que levantar un poco el cuerpo con el impulso del “slide” y “ayudarlo” a saltar usando mi cuerpo como trampolín del suyo. Le di en las piernas y con el brazo y el cuerpo le di un poco más de impulso hacia arriba. Cayó de espalda con la cabeza hacia primera base; me levanté y no solamente lo ayudé a él a levantarse, sino que le pregunté “¿estás bien caballo?”; me hizo seña de que sí y salí del campo. Cuando llegué al “dogout”, me recibieron con “high fives” por todas partes como si acabara de anotar una carrera. No sé si se lastimó o fue que se olieron lo que le venía encima porque en el siguiente “inning” le tocaba batear, pero lo sacaron. Yo sé cómo se siente una bola a 89 millas por hora en una pierna, pero no quisiera saber de una a 92 millas por hora en la espalda.
El “Extended Spring Training” terminó en la segunda mitad de Junio un sábado, y el Lunes estaríamos viajando para Bristol, Virginia, ciudad sede de los Bristol Tigers; el día Viernes se daba inicio a la temporada oficial de la división “Roockie”, que correría desde mitad de Junio hasta el 28 de Agosto.
Recuerdo que antes de viajar, el manager nos reunió y nos adelantó parte de lo que serían sus reglas, empezando en el momento que abordáramos el avión. “Esto, empezó diciendo en inglés, es sobre todo para ustedes los americanos; no quiero a nadie en mi avión ni en mi bus con los pantalones rotos en las rodillas y mucho menos con rotos atrás mostrando el culo, ni tampoco quiero tenis sucios, ni a nadie sin medias, ni shorts (pantalones cortos) sin pasadores para correa o que no tengan bolsillos, y a ustedes los hispanos, continuó, los quiero en mi bus, en mi avión y en mi estadio, a tiempo, porque cuando yo suba al bus, seré el ultimo en entrar cinco minutos antes de la hora de salida, me voy a acomodar y sin mirar para atrás a ver quien hace falta, daré la orden de arrancar, ustedes verán cómo llegan a la ciudad en la que nos toca jugar; ya deben saber quiénes serán “room-mates”, así que tan pronto se instalen, quiero el número telefónico y la dirección de cada grupo. Cuando lleguemos a Bristol, terminamos este “meeting”.
Marzo 15...
Teníamos que estar a determinada hora en el complejo de Tigertown, donde el bus nos recogería para llevarnos al aeropuerto. Mi compañero de asiento fue un pitcher americano jovencito, del que no recuerdo ni su nombre (debía tener unos 18 años cuando mucho, aunque media 6 pies y 4 pulgadas y pesaba como 250 libras, un pollo de finca), pero no se me olvida la cara que hacía cada vez que yo decía algo en mi afán de practicar “mi inglés” y su respuesta de siempre era “excuse me”, por lo que tenía que repetir lo que había dicho, tantas veces como fuera necesario, hasta hacerme entender; eso no me dio pena nunca. Y para “dicha” del muchacho nos tocaba ser compañeros de cuarto por dos días cuando llegáramos a Bristol. Esos dos días debíamos emplearlo para buscar dónde hospedarnos y, claro, nos recomendaron determinadas zonas que no quedaban muy retiradas del Estadio.
De los veinticinco peloteros integrantes del equipo campeón de La Liga de Verano del Cibao, sólo ocho hicimos este viaje, cuatro pitchers, dos outfielders: Rudy y “sugar” Caines y dos infielders: Reyes y yo; los demás eran historia.
Casi la mayoría terminamos en el mismo sitio: Shelby Heights Apartments; mis “room-mates” eran Reyes, y tres pitchers; los cinco estábamos en un apartamento de dos cuartos. Marino Estefani y yo en un cuarto, Eddie Rodríguez y Reyes en el otro y un pitcher boricua de nombre Iván en la sala en un sofá-cama, el cual al igual que las camas, nos tocó rentar ya que el apartamento no era amoblado. Tan pronto nos instalamos, salimos para ir a comprar víveres y otras cosas que nos hacían falta en la cocina. Decidimos que cada uno daría US $20.00 y compraríamos con esa cantidad lo que nos alcanzara. Caminamos como treinta minutos hasta el supermercado y tomamos un carrito de compras al llegar, el cual fuimos llenando con lo que pensamos que nos duraría al menos una semana; nos quedamos cortos, de manera que a recoger de nuevo: esta vez de US $30.00 cada uno. De cocinar se encargarían Eddie y Reyes, pues parece que Fredy no me había recomendado muy bien, puesto que tan pronto dije que yo podía cocinar algún día, me dijeron que mejor me encargara de lavar los platos.
Para el día miércoles estábamos citados en la mañana a nuestra primera práctica y aunque cayeron rayos y centellas durante la madrugada, allí estuvimos todos puntuales. Del apartamento al estadio de béisbol nos tomábamos más o menos 30 minutos en carro, taxi para ser más exacto, que nos salía como de a US $2.00 por cabeza. En alguna ocasión, para que nos saliera un poco más barato, tratamos de meternos siete en el taxi, pero lógicamente el conductor se rehusó a llevarnos, pues no podía conducir porque tenía una pierna de alguno atravesada sobre las suyas; ni modo, de a US $2.00 otra vez. A los pocos días, los americanos, que tenían carro rentado casi todos, se compadecieron de nosotros, y empezaron a transportarnos.
Cuando entramos al que sería nuestro camerino esa mañana, ya los uniformes estaban en los “lockers”; busqué el mío, “Ibargüen” decía, con el número 1. La práctica era a las 10:00 AM, pero como ya sabíamos que lo que eso quería decir era que a esa hora debíamos estar listos para empezar, ya desde las 9:15 AM había comenzado a llegar la gente. Faltando veinte minutos para dar inicio, salió Rubén Amaro y nos ordenó que nos quedáramos en tenis porque el campo estaba demasiado mojado y sólo íbamos a correr. Más tarde nos guió hacia una especie de callejón, por donde llegaban los espectadores hasta las graderías. Nos separó en tres grupos más o menos iguales y mandó a uno de estos grupos que se separara a una distancia de cien metros aproximadamente. De donde estaban los dos grupos, uno salió corriendo, no en piques al 100 % de velocidad, pero si a un 80 % hasta donde estaba el otro grupo, que debía ponerse en movimiento hacia el sitio de donde había partido el primer grupo; al llegar allá, el tercero debía ponerse en movimiento hasta donde estaba el primero y así sucesivamente. Yo paré de contar cuando iba por el número quince y honestamente, no sé cuántos hicimos, pero alguien dijo que había contado treinta y que lo más seguro era que estábamos siendo castigados por algo, aunque Rubén dijo que solo se trataba de no perder la forma porque no habíamos hecho nada por cuatro días.
Esa noche cenamos con pizza, que pedimos por teléfono, porque ninguno de los cocineros se sentía con ánimos de cocinar.
Al otro día fuimos citados a la misma hora: 10:00 AM, pero a las 9:45 estábamos regados por el terreno de juego examinándolo, cada quien su posición; no era como aquel donde jugaba el equipo grande durante el entrenamiento, pero era bastante bueno; no podía quejarme.
La práctica empezó como cualquier otra práctica, corrimos de la línea de “foul” al “center field” un par de veces, ejercicios de estiramiento y calentamiento de brazo; ya tenía casi por norma calentar con mi segunda base.
La práctica de bateo la tiraron al principio los pitchers que estaban de últimos en la rotación y luego, con un menor número de lanzamientos cada uno, los pitchers relevo. Al igual que durante el entrenamiento, esto no varía, mientras unos batean, entre batazo y batazo, los “infielders” recibimos roletas. La variante aquí fue que a esta práctica asistieron unos cuantos espectadores que deseaban ver lo antes posible como luciría su equipo local ese año. Varias personas se quedaron hasta el final y algunos niños nos pidieron autógrafos.
Al siguiente día daría comienzo la temporada oficial “roockie” y los Bristol Tigers abrirían con dos juegos de visitantes contra los Mets en una ciudad (New Port, si mal no recuerdo) localizada a unos cuarenta minutos de Bristol, por lo que no sería necesario quedarnos a pasar la noche allá. El primer juego estaba programado para las 7:30 PM, pero nosotros debíamos estar en el bus, parqueado frente a nuestro estadio, a las 4:00, vestidos con el pantalón del uniforme y la camiseta de práctica. Pude comprobar que el “coach” no bromeaba cuando dijo aquella vez que no miraría para atrás a ver si estaba todo el mundo allí; Salió de su oficina a las 3:55, se acomodó en su asiento, que era siempre el primero a la derecha y nadie osaría jamás tocar, escribió un par de cosas en una libreta y a las 4:00 le dijo al conductor “driver, let’s go”, sin mirar hacia atrás una sola vez. Al llegar al estadio fue el primero en descender, esperó que cada uno recogiera su maleta y empezó a caminar hacia el camerino de los visitantes. A las 5:00 el equipo local, el cual pudimos ver al salir al “dogout’, nos cedió el terreno hasta las 6:30. En esa hora y treinta minutos debíamos calentar, hacer nuestra práctica de bateo y por último tomar “infield”. Durante la toma de “infield”, a medida que cada pelotero va terminando, va saliendo del campo y tan pronto salió el último, entró el equipo local solamente a tomar ”infield” y lo hicieron en cuestión de veinte minutos. Seguidamente entró la gente encargada de acondicionar el terreno de juego; unos remarcaron las líneas y cajas de bateo mientras otro, en un carrito, fue “cepillando” todo el infield. Entre tanto esto está teniendo lugar, algunos están en el camerino reacondicionándose para el juego, bien sea cambiándose la camisa de fondo, cambiándose los “spikes” (salí de Lakeland con seis pares) o simplemente relajándose. Éste era mi primer juego oficial “roockie”, así que yo no quería perderme detalle. Entré al camerino tan pronto tomamos infield, saqué el par de guantines (llegué a Bristol con 12 pares) que usaba sólo para correr las bases, me cambié la camiseta de fondo y me puse la del uniforme; me aseguré frente al espejo que todo estuviera en orden y salí de nuevo, o al menos intenté salir porque enseguida me llamaron. El “coach” quería refrescar las señas y tener una charla corta.
¡DP! : Ricky, tu relato es formidable, ya soy cansón repitiéndolo. Quería hacerle algunos comentarios marginales sobre las interesantes anécdotas que has narrado: El poema que te envió Carlos Puente es de Rudyard Kipling, escritor inglés. El pequeño larousse dice de él: “Escritor británico (Bombay 1865-Londres 1936). Sus poemas y novelas (El libro de las tierras vírgenes, 1894-1895; Kim, 1901) se inspiran en las cualidades viriles y en el imperialismo anglosajón. (Premio Nobel de literatura 1907)”. El poema dice exactamente así:
Cuando Vayan Mal Las cosas
Rudyard Kipling
Cuando vayan mal las cosas
como a veces suelen ir,
cuando ofrezca tu camino
sólo cuestas que subir,
cuando tengas poco haber
pero mucho que pagar,
y precises sonreír
aun teniendo que llorar.
Cuando vayan mal las cosas
como a veces suelen ir,
cuando ofrezca tu camino
sólo cuestas que subir,
cuando ya el dolor te agobie
y no puedas ya sufrir,
descansar acaso debes
pero nunca desistir.
Tras las sombras de la duda,
ya plateadas, ya sombrías,
puede bien surgir el triunfo,
no el fracaso que temías,
y no es dable a tu ignorancia
figurarse cuan cercano,
puede estar el bien que anhelas
y que juzgas tan lejano,
lucha, pues por más que tengas
en la brega que sufrir.
¡Cuando todo esté peor,
más debemos insistir!
El 11 de febrero de 2003 lo busqué en internet y se lo envié a Carlos Puente, quien lo había perdido y le hizo falta después de años, a raíz de su inclusión en la «Lista Clinton». Evidentemente, el que te lo haya enviado en 1989 demuestra que este poema le encanta. Tal vez no sea un buen poema, a mí no me gusta, sino que es más bien un exorcismo de superación ante situaciones muy difíciles. A ti te sirvió también. Creo que a mí me hubiera ayudado igual en una situación difícil si no tuviera tantos prejuicios contra ese tipo de ensalmos. Permíteme que te hable un poco de Kipling para que me comprendas. George Orwell, gran escritor inglés (1903-1950), escribió con mucho fundamento lo siguiente sobre Kipling: «Kipling es un imperialista jingoísta, moralmente insensible y estéticamente repugnante. Es mejor empezar por admitirlo, y luego averiguar la razón por la cual sobrevive...» (“Jingoísmo: denominación dada a la patriotería exaltada de los británicos”). Te preguntarás: “¿por qué lo juzga así Orwell?” «Inútil pretender que cualquier persona civilizada pueda aceptar, a aun perdonar, el concepto que tiene Kipling de la vida en su conjunto. Inútil afirmar, por ejemplo, que cuando Kipling describe al soldado británico que azota a un “negro” con el objeto de sacarle dinero actúa sólo como periodista, sin aprobar necesariamente lo que describe. En toda la obra de Kipling no se encuentra el menor indicio de que desapruebe aquel género de conducta; por el contrario, hay en él un neto acento de sadismo, que va más allá de la brutalidad inevitable en escritor de tal género.» El ensayo de Orwell es sumamente penetrante, pues como Kipling es famoso como escritor fascista, Orwell lo defiende de esta acusación, describiéndolo como imperialista anglosajón, como prefascista, es decir historizando sus motivaciones políticas y morales. El fascismo, es decir, el uso de la violencia para llevar adelante los intereses más fuertes, eso que se volvió política de estado con Mussolini, Hitler, Stalin y el Generalísimo Franco, todavía no era la mentalidad de Kipling: «se afirma meramente que el concepto del imperialista del siglo XIX y el concepto del gángster moderno son dos cosas diferentes. Kipling pertenece decididamente al período 1885-1902... Toda su confianza, toda su robusta y vulgar vitalidad dimanaban de limitaciones que ningún fascista o casi fascista comparte... Kipling pasó tristemente los últimos años de su vida, tristeza que sin duda respondía más a la desilusión política que a la vanidad literaria. De algún modo la historia no había marchado conforme al plan. Tras la victoria más grande que jamás conociera, Gran Bretaña era una potencia mundial más débil que antes, y Kipling tenía demasiada perspicacia para no advertirlo. La virtud había desaparecido de las clases que él idealizara, la juventud era hedonista o indiferente, el deseo de pintar de rojo el mapa se había evaporado. No podía comprender lo que ocurría, pues jamás había percibido las fuerzas económicas que soportaban la expansión imperial. Lo notable es que Kipling, tanto como el soldado corriente o el administrador colonial, no parece comprender que un imperio es en primer lugar una empresa lucrativa. Desde su punto de vista el imperialismo es una suerte de evangelización poderosa y eficaz. Se vuelve una ametralladora Gatling contra una multitud de “nativos” desarmados, y luego se establece “la ley”, que incluye caminos, ferrocarriles y un juzgado...” En fin, Kipling es de una época en la que no podía prever «el tanque, el avión de bombardeo, la radio y la policía secreta, ni sus resultados psicológicos...» por eso sus textos «no pueden impresionar mucho a una mentalidad ilustrada post-Hitler. Nadie, en nuestra época, cree en sanción mayor que la del poder militar; nadie cree en la posibilidad de sujetar a la fuerza, excepto con una fuerza más poderosa. No hay “ley”, sino tan sólo poder. No digo que tal creencia sea verdadera, digo meramente que es la creencia de todos los hombres modernos. Quienes pretenden otra cosa son, o intelectualmente cobardes, o adoradores de la fuerza ocultos bajo tenue disfraz, o simplemente no han sabido marchar con la época en que viven...” El modo como esto se vincula con el poema de superación que te sirvió a sobrellevar un momento difícil, y también a Carlos Puente, obedece a que Kipling es un idealista del siglo XIX que piensa que las virtudes del voluntarismo resuelven los problemas objetivos que pesan sobre todo los seres humanos, las determinaciones anónimas que los martirizan. Esta mentalidad corresponde a la época del auge del liberalismo económico. Hoy en día tal voluntarismo idealista es una simple vulgaridad que sirve a las masas para que soporten idealmente lo que materialmente es insufrible y en la que asombrosamente aún creen algunos aristócratas de la cultura. Yo conozco a varios. La realidad siniestra de los monopolios trasnacionales imposibilitan la libre competencia y determina secretamente la vida económica de la mayoría de los habitantes del mundo, a quienes se les hace creer ingenuamente en el poder de la voluntad para prosperar ante los mercados mundiales aplicando las virtudes del sujeto económico liberal. En tu caso, como en el de cualquier deportista, un texto así (como el de Kipling) es providencial, puesto que el mundo del deporte todavía cumple ciertas reglas del juego limpio, donde el ánimo es determinante para competir de la mejor manera posible, pero en el que necesariamente muchos se quedan en el camino, puesto que el éxito, la selección natural, la supervivencia de los más aptos, no favorece a todos, y muchísimos fracasan aunque lean fervientemente el poema de Kipling y entonen alabanzas al poder supremo de la voluntad personal. El Kipling de ese poema, en ese sentido, como todas las mercancías de superación, resulta ser una estafa, una ideología que permite a las masas de individuos alienados perseverar en una lucha de la que irremisiblemente la mayoría resultarán derrotados.
Leyendo el episodio que cuentas sobre la barrida malintencionada que te hicieron y que tú devolviste, me acordé que una vez cortaste al finado Roberto Londoño Córdoba (“la boleta”) en un juego tal vez de 1988. Llegaste a home plate con la piernas arriba y lo rompiste. ¿Recuerdas eso? No sé si sabías que tu víctima de aquel día murió en junio de 1994 atropellado en la autopista por una camioneta. “Mochuelo” creo que es Franklin Ocampo, que está pagando una larga condena en una cárcel de E.U.
Respecto a lo que dices del guante que te regalaron y hace como un año enviaste a Cali, casualmente hace unos días, cuando le conté a Carlos Puente de la entrevista, me dijo que al llegar los implementos que enviaste y al enseñárselos a Pablo Abreu, un cubano que trabaja aquí como entrenador, éste tomó el guante, que parecía encocado, y dijo: “éste es el guante de un gran infielder” y Carlos Puente le dijo que era tu guante.
(Marzo 17; 12:20 AM) Déjame decirte antes de nada, que no tenía la más mínima idea de la muerte de Córdoba a quien, claro, recuerdo mucho por la cortada tan bárbara que le hice, acto del cual siempre he estado avergonzado y estoy seguro que de no haberse tratado de mí, “Ricky” Ibargüen, hasta los muchachos de mi equipo me hubieran cogido a patadas; eso jamás podré olvidarlo. Es más, hace tan sólo un par de semanas estuve tomándome unas cervezas con Marco Chaquea y una de los temas que tocamos fue aquella jugada en la que yo corté a Córdoba. Sé que se lo dije a él y aunque no estoy muy seguro de que me haya creído, hoy te puedo repetir a ti que mi intención no era otra que tumbarle la bola; me conduje en ese momento dentro de lo que consideraba como agresividad deportiva, que no fue más que una gran estupidez porque así como lo corté con el roce de mis “spikes, si le doy de frente en la pierna, se la hubiera roto; eso jamás me lo habría perdonado, todo por querer mostrar que el béisbol se juega de una manera agresiva. Si ello hubiese sido Béisbol Profesional, yo hubiera salido muy mal librado; no es así como se juega con agresividad, eso no es béisbol, y te repito, eso fue una estupidez que no tiene justificación, no importa cuanto me esfuerce.
No sabía tampoco que el autor de aquel poema era Kipling, pero lo que sí te puedo asegurar es que, aun hoy, de vez en cuando lo recuerdo y si hay alguien a quien estimo y a quien creo que puede serle útil, no dudo en hacérselo llegar como hice con mi hermano hace unos seis meses. Quizás sólo sea, como tú dices, un exorcismo de superación, que desafortunadamente la ceguera de la desilusión y el desconsuelo no me dejó utilizar en el momento que más lo necesitaba; ya hablaremos de esto en su momento.
Volviendo a los primeros juegos de la temporada, te diré que la mayoría de los juegos como visitantes, a excepción de cuando jugábamos contra los Mets que estaban a poca distancia, eran en series de tres juegos contra dos equipos diferentes, pero si la memoria no me engaña, creo que llegamos a hacer viajes hasta de nueve días consecutivos. En los deportes se emplean mucho los términos “buena o mala racha”, de la que supuestamente nadie se escapa. Pues bien, yo tuve mis momentos de “buena racha” en los que las cosas me salieron bien, incluso hasta bateé mi segundo “homerun” como profesional (el primero lo había dado en República Dominicana bateando a la derecha) en un juego local, a la izquierda esta vez. Pero ni siquiera es este juego en que bateé mi segundo “homerun” el que yo personalmente calificaría como el mejor de mi carrera. No, este juego, a pesar de haber sido bueno porque además del cuadrangular también di un sencillo, no fue uno del que yo saliera pensando: ”así es como tengo que hacer las cosas, así se juega pelota”. El mejor juego en mi carrera de profesional fue como visitantes contra Pittsburg. Fue un juego, el segundo de la serie, en el que “hice el trabajo”, de una manera que cuando finalizamos, yo me preguntaba “¿por qué yo no puedo jugar así todos los días? Fue un sábado en la noche en la que yo era el primer bate (Amaro me había estado moviendo por todo el line-up: segundo, séptimo, primero, noveno, sexto, etc.), había llovido y el terreno estaba un poco húmedo. El pitcher abridor fue un zurdo al que le batee de 2-1 y me le robe segunda para anotar con hit al central. En el quinto “inning” trajeron un derecho “tirapiedra” al que le di un doble y volví a anotar. Esto no es nada espectacular según se mire, pero para mí fue muy especial porque cuando di mi primer hit, en mi segundo turno al bate, había hombre en segunda sin out, al cual yo tenía que mover para tercera. Si el hit hubiese sido entre segunda y tercera, eso no es hacer el trabajo a pesar de haber movido al corredor, pero el hit fue una línea por encima del segunda base que no solamente movió al corredor, sino que lo llevo a home. El segundo hit (el doble), entre dos, fue bateando a la izquierda con hombre en primera, el cual anotó sin problema. Defensivamente, no sólo hice un par de buenas jugadas por lo dificultosas, sino que, y era lo que me tenía más contento aunque parezca extraño, recibí alrededor de cinco roletas de frente, mongas, de las de rutina, de esas que un short stop está obligado a lidiar sin la menor dificultad, y así lo había hecho; no solamente había hecho la buena jugada, la que si se hace, uno es acreedor a una salva de aplausos, sino también las otras, la que todo el mundo esta esperando que hagas y para la que no hay excusa posible.
Al concluir el juego, Amaro me preguntó si yo sabía que Mr. Tom Gamboa, el director de ligas menores, había estado entre los espectadores, lo que me sorprendió ya que era la primera noticia que escuchaba al respecto. Lo vi cuando nos disponíamos a abordar el autobús con rumbo al hotel; me felicitó por el juego, pero lo que más me agrado fue cuando dijo “very good job, Danny” (muy buen trabajo), pues estoy seguro que se refería sobre todo al hombre que impulsé desde segunda base. Un “very good job” en béisbol profesional es un tremendo cumplido y eso fue lo que me hizo formularme aquellas preguntas; ¿Por qué no puedo hacer esto a diario, por qué no puedo hacer las jugadas de rutina si es lo mas fácil de todo?
Como dije anteriormente, también tuve mis momentos de “mala racha” en los que jugué un béisbol espantoso, juegos que al final, al llegar a mi apartamento, no me dejaban dormir por más que trataba el viejo “borrón y cuenta nueva”; me hacían levantar a las 2:00 AM para salir a caminar. El peor juego que yo recuerde en mi carrera fue en Bristol, de locales contra Minnesota si mal no recuerdo. Hombres en primera y tercera con dos out; yo sabia que el de primera era rápido, así que ya todo lo tenía pensado: si es rápida de frente, tiro a segunda; si hay que ir para adelante, tiro a primera, etc. La roleta, aunque venía dando botes, era bastante rápida y daba tiempo a sacar en segunda, pero como ya tenía un plan preconcebido para este tipo de situación, la ataqué con la intención de tirar a primera y en el momento que la fildeaba sobre la marcha el pitcher gritó “second base”. Yo miré a segunda, pero tire a primera, tiro malo. Minnesota arriba por dos, dos carreras impulsadas por mí. Aún con dos out y hombre en segunda, vino a batear uno de esos bárbaros que se “sentó” en el primer lanzamiento y la bola aún la están esperando a que caiga. Minnesota arriba por cuatro carreras mías. Todo esto fue como en el cuarto “inning”. Abajo por cuatro en el sexto, Bristol puso hombres en primera y segunda con sendos hits en lo que aparentaba ser un “rally”. El anunciador dijo “at bat, the short stop “Ricky” Ibargüen”; un niño, quizás alguno de los que le había dado un autógrafo, gritó desde la tribuna “let’s go Ricky”. El pitcher era un derecho con una recta promedio, nada del otro mundo, pero en los dos turnos anteriores me había ponchado en el primero, y en el segundo le di un machucón de frente. Sin embargo, yo tenía plena confianza en que esta vez lo iba a cazar porque la dos veces anteriores le había dado el primer “strike” y en ambos turnos no me tiró sino recta hasta lograr el primer “strike”; ya después empezaba a mover la bola. Me dije para mí: ”me le voy a sentar en la recta” (que no llegaba a más de 86 millas por hora, si acaso). El estudio que le había hecho no me falló, el hombre me tiro la recta y exactamente en mi zona, donde a mí me gustaba, adentro y bajita, que yo vi del grande de un melón; le hice “swing” como si la quisiera desaparecer, pero lo que di fue una roleta a primera base, quien pisó y tiró a segunda para doble play. Y lo más frustrante fue que ni siquiera le di duro a la bola con todo y lo que estudié, mi plan de ataque, de reivindicación. El juego lo perdimos por blanqueada seis a cero y todavía cometí un error más en el octavo con una roleta muerta, “monga, de frente, que faldeé y se la tiré por encima al primera base, que era alto como un poste de luz. Sabía que esa noche iba salir a caminar... ¡qué juego!
A pesar de todo, yo seguí jugando regularmente con el mismo tipo de balance, unos días malos, otros buenos y otros regulares, pero eso sí, no podía negar que estaba aprendiendo; algo así como asistir a la escuela todos los días.
(Marzo 19, 1:00AM) En otro juego cometí dos errores tirando, en una fecha en la que estaba Mr. Gamboa de visita. Mi primera base me comentó que la bola que yo tiraba curveaba al final. Este comentario llego a oídos del manager y a los de Mr. Gamboa también, quien me citó para el día siguiente, dos horas antes que el resto del grupo; a la 1:00 pm debía estar en el campo “ready to go”; llegar a esa hora era lo de menos, el problema era tener que pagar el condenado taxi yo solo: US $10.00 del alma. Cuando salí del “dogout”, como a las 12:45, ya me estaban esperando Gamboa y el instructor de lanzadores del equipo. Después de calentar y de aparar con Gamboa, nos fuimos hacia el “left field” con un balde lleno de bolas. El “pitching coach” se quedó conmigo y Gamboa se separó a la distancia que hay del “hueco” a primera base, más o menos. Yo recibía una roleta tirada con la mano por el instructor de pitcheo, debía fildearla y tirarle a Gamboa, quien hacia señas y gritaba desde donde estaba indicando si la bola había curveado o no. Después de las primeras cinco curvas que le tiré, Gamboa se acercó y le comentó al “pitching coach” la trayectoria de mi lanzamiento; éste decidió verlo por sí mismo, así que intercambiaron posiciones. Después de tirar otras cinco curvas más, se reunieron nuevamente en torno mío y discutieron el plan a seguir. Me explicaron que, por el ángulo desde el cual yo tiraba, era apenas lógico que la bola hiciera esa curva, lo cual sería grandioso si yo fuera pitcher, pero como ese no era el caso, íbamos a trabajar para eliminar ese problema. Me indicó el instructor que quería que soltara la bola con mi brazo formando un ángulo de noventa grados por encima del hombro. Cada vez que se vaciaba el balde, yo debía cogerlo e ir, al trote, hasta donde estaba Gamboa y recoger todas las bolas que le había tirado y que el muy flojo no se dignaba regresar, volver hasta donde estaba mi instructor, al trote, y empezar de nuevo. Francamente, no atino a recordar cuántas veces vaciamos el balde ni cuantas veces tuve que ir hasta donde estaba Gamboa (el muy flojo) a llenarlo de nuevo, pero sí recuerdo que ya hacía mucho rato que Gamboa había empezado a hacer señas de que la bola estaba viajando en línea recta, cuando el “pitching coach” me dijo que era suficiente. No sabía tampoco cuánto tiempo había transcurrido, pero cuando miré para el “dogout”, después de llenar el balde por enésima vez, ya estaban allí algunos compañeros del equipo, uniformados y “ready to go”. De regreso al “dogout”, al lado de Gamboa y el “pitching coach” vi que salía Amaro con su bate de “fongo” y su balde de bolas, por lo que deduje que eran las 3:00 PM; estuve casi dos horas tirando curvas. Ellos se pararon a hablar y yo seguí caminando, pues necesitaba tomar un poco de “gatorade”; jamás había tirado tanto en tan corto tiempo, pero lo curioso era que no sentía ninguna molestia en el brazo. Sin embargo, cuando iba por mi tercer vaso de “gatorade”, me llamó Amaro, ya solo, y me dijo: “te me vas al left field, me haces quince sprints y después te vas a bañar, te pones otro uniforme y no me tiras una sola bola más en todo el día” y salió refunfuñando no sé cuantas cosas en inglés de las que sólo le entendí cuando dijo en español: “hijos de la chingada”.
Al siguiente día al despertar sentí el brazo un poco pesado, pero pensé que se debía a que había dormido mal, aunque cuando trate de levantar el brazo para simular un lanzamiento no pude, el dolor en el hombro fue tremendamente intenso. Me dije, no obstante, que no diría nada ya que no quería estar en el banco sin jugar una noche más. Pensé que una vez que calentara, el dolor se haría un poco mas llevadero, pero cuando intenté peinarme (en ese tiempo tenía algo de pelo), no pude levantar el brazo por sí solo, tenía que ayudarlo con el izquierdo. Aun así, llegué al camerino como de costumbre, me uniformé y salí a correr y a estirar con el resto del “team”, pero cuando llegó el momento de calentar brazo, no pude levantarlo.. A este punto ya no tenía escapatoria, además de que Amaro nos estaba viendo; así pues, tuve que reportarme ante él y confesarle que no podía ni subir el brazo. Rubén Amaro es, sin lugar a dudas, una de las personas más decentes que yo he conocido en mi vida, un señor en toda la extensión de la palabra, pero las palabrotas que le escuché, tanto en inglés como en español, después que le confesé el problema que tenía, me dejaron de una pieza; y eso que yo también decía unas cuantas. El hombre estaba furioso,”que cómo se le ocurría, a gente que sabe tanto de pelota (a Gamboa y al instructor de pitcheo), poner a un muchacho, que ha estado jugando todos los días por más de cuatro meses, a tirar por casi dos horas sin descanso. Yo sabía que eso iba a pasar; vete a correr y luego te me vas a ver al “trainer” para que te ponga hielo en el hombro... hijos de la chingada”.
Tres días en total estuve sin jugar, y cuando le dije a Rubén que ya estaba bien, no me quería creer; pude ver que no me quitaba el ojo de encima cuando empezamos a aparar. No estaba mi hombro en optimas condiciones, pero si lo suficientemente bien como para poder jugar. Además no veía la hora de poner a prueba mi nueva forma de soltar la bola. Cuando vi la forma en que ésta caminaba, recordé a la gente en Cartagena mi primer día de práctica entre profesionales y me sentí, de verdad, un poco raro, pues aunque me estaba molestando aún el brazo, traté de tirar duro, pero no sentía el mismo esfuerzo de antes, sin embargo allí iba la bola, sin el esfuerzo que yo quería darle, y lo más importante, sin curva; me sentí extraño. Creo que sentí satisfacción por haber superado un obstáculo, o tal vez fue una mezcla de orgullo y alegría por saber que esto me acercaba aun un poco más a mi meta final: ser grandes ligas.
A partir de esa fecha, aunque aún cometí algunos errores, estos eran esporádicos, por lo menos en lo que a tirar se refiere; ya fue más cuestión de haberme apresurado o sencillamente haber tirado mal, pero nada de curvas.
Yo no quemé la Appalachian Roockie League ni mucho menos, ni siquiera terminé con un average de bateo decente, pero me sentí hacia el final contento porque sabía que, a pesar de todo, había progresado, había aprendido algo, y sentí que estaba en el camino correcto. Yo jugué un béisbol agresivo en esa temporada, la mayoría de las veces hice el trabajo y por lo tanto estaba orgulloso de mi primera temporada, a pesar de saber, muy dentro de mí, que lo hubiera podido hacer mucho mejor; y eso era lo que me dejaba contento, que no fue mal del todo y sin embargo yo podía superar esa actuación por mucho. Se los voy a demostrar el próximo año, me decía
Después del último juego de la temporada, Rubén Amaro dijo que hablaría con todos y cada uno de nosotros para explicarnos cuáles eran los planes que la Organización de los Tigres de Detroit tenían con cada pelotero. Nos explicó que algunos de nosotros no regresaríamos la próxima temporada y que otros recibiríamos un plan de trabajo que debíamos llevar a cabo en su totalidad o de lo contrario era muy probable que no regresáramos tampoco si algún miembro de la Organización nos visitaba y confirmaba que no estábamos trabajando de acuerdo a dicho plan. Por fortuna, Amaro no era un sádico como Peña y en vez de eso era un tipo muy condescendiente; llamó a uno por uno a su oficina y le fue indicando cuál era el plan de la Organización. Unos salían sonrientes y otros cabizbajos, pero todos sin excepción, salían con su integridad intacta como seres humanos; ése era Rubén Amaro.
Cuando me tocó mi turno, no tenía ni la más remota idea de cuál sería mi destino; ¿estaría entre los sonrientes o entre los cabizbajos? No sé porqué me acordé de Padilla en ese instante y me dije que si estaba entre los últimos, pues ni modo, qué le iba a hacer, pero que si estaba entre los que regresarían, no iba a mostrar ninguna alegría por respeto a los que se iban. Amaro inició diciendo que Detroit tenía planes conmigo (ya no me voy, pensé), pero que tenía que trabajar fuertemente durante los meses siguientes para demostrarles que yo tenía lugar dentro de dichos planes. Como primera medida, me dijo, “tú estás corriendo casi siete segundos en 60 yardas y eso es inaceptable para un “short stop”; tienes que mejorar ese tiempo; tienes que trabajar con pesas y ponerte fuerte y, claro, tienes que mejorar esas manos; están muy duras; ese es tu plan de trabajo”. Y cuando yo creia que habia terminado me dijo: “en Venezuela yo tengo un grupo de muchachos así como tú, que trabajan conmigo y otros “coaches” en la pretemporada para mantenerse activos y, sobre todo, para ayudarlos a desarrollar su talento; algo así como una Liga Instruccional, y me gustaría que tú pudieras asistir... te gustaría?” Claro que sí, le contesté. Y acordamos que yo trataría de conseguir la visa para viajar a Venezuela, y tan pronto la tuviera se lo informaría; entonces él me diría cuándo reportarme. En eso quedamos.
Cuando salí de la oficina, nadie pudo inferir absolutamente nada por la expresión de mi rostro; fueron Rudy y “sugar” Caines, así como mis “room-mates” y algunos de los “gringos” los que me preguntaron cómo me había ido, a lo que contesté lo más modestamente que pude, por consideración con aquellos que ya eran historia, aunque por dentro estaba lleno de felicidad. De ese modo supieron que sí, que regresaba, que me habían dado un plan de trabajo para realizar.
Otro de mis compañeros de apartamento y mi compañero de cuarto, Marino Estefani, salió furioso porque el plan de trabajo que le habían mandado era que tenía que adelgazar; este muchacho era más bien de baja estatura, 5 pies y 10 pulgadas quizás, pero pesaba como 250 libras; por eso era que no nos rendía la comida. Salió echando madres y diciendo que mejor lo botaran de una vez porque él no iba a dejar de comer para poder jugar béisbol.
Iván (no recuerdo su apellido), otro de mis compañeros de apartamento, que era pitcher, fue uno de los últimos en ser llamado, pero al salir venía con una cara tan feliz, que parecía que le hubieran dicho que se reportara a grandes ligas en la próxima temporada, por lo que todos pensamos que era una broma cuando nos dijo: “bueno coño, como hoy es el último día que los veo (al día siguiente todos emprenderíamos viaje de regreso a nuestras respectivas casas), vamos a beber, yo invito”. Supe que no era broma cuando vi una lágrima en su cara, sólo trataba de ser fuerte en un momento difícil. Fue entonces que alguien dijo: “pues a beber”, pero teníamos un gran problema: en este país, si no se es mayor de edad (21 años) no le venden alcohol a uno. Al final, un gringo con cara de viejo, o con licencia de persona mayor, se ofreció para ir a comprar la cerveza. Estuvimos como hasta las 3:00 AM alrededor de la piscina de los apartamentos; las “limousines” recogerían el primer grupo a las 6:00 AM para llevarlo al aeropuerto; yo estaba en ese grupo, por lo que me despedí de todos y me fui a organizar mis maletas. Yo llegué con una, pero regresaba con dos, además de un maletín de mano; una de ellas iba llena de bates y bolas, “prestadas” en su gran mayoría, y otras que me dio Amaro cuando le dije que en mi Liga del Valle no iba a tener muchas bolas disponibles para practicar. De Lakeland, yo tomé unos veinte pares de medias sanitarias porque ya durante la temporada no nos darían nada, y en una media de éstas cabía una docena de bolas; yo alcancé a llenar seis medias con bolas “prestadas” y después Amaro me regaló cuatro docenas más.
(Marzo 20, 1:30 AM) Emprendí mi regreso a Cali, Colombia, cargado, entre otras cosas, con un maletín lleno de bolas, bates, medias sanitarias, cuatro pares de “spikes”, de los seis que llevé, cuatro pares de guantines, tres guantes de infielder, dos de los cuales me los habían regalado Rubén Amaro y Édinson Rentería, uno cada uno; Édinson me lo regaló en una de esas ocasiones en que nos vimos durante el “spring training”,.
El viaje se me hizo una eternidad, y pensé mucho durante el mismo; pensé infinidad de cosas, entre las que me sometí a una especie de autocrítica, constructiva claro, al final de la cual concluí que yo tenía chance de ser grandes ligas, si mejoraba ciertas cosas. Si no fuera así, me dije, ¿por qué entonces me iban a traer para la siguiente temporada? Algo deben haber visto en mí para que pudiera regresar, además me mandaban a casa con un plan de trabajo concreto. Según me había dicho Wallace en alguna ocasión, en el béisbol organizado no se pierde tiempo, a uno como pelotero, lo mantienen activo hasta el momento en que los directivos llegan a la conclusión de que no hay potencial de grandes ligas. De tal manera que todo este autoexamen era estimulante, y al considerar que llevaba conmigo un plan de trabajo elaborado por la organización, me enorgullecía y me decía: “estoy en los planes de Detroit”. Este plan de trabajo me lo recordó Amaro nuevamente cuando fui a despedirme de él, así como que estaría pendiente de la gestión con miras a mi traslado a Venezuela, lo cual, según me dijo, me ayudaría muchísimo, ya que era con peloteros firmados, e incluso podía hallarme ante un nivel más fuerte que en el que acababa de tomar parte.
No debe haber pasado más de una semana desde mi llegada a Cali, cuando ya iba en un bus camino a Medellín, donde estaba el consulado venezolano, para hacer la solicitud de mi visa. Me atendieron sin cita previa y con mucha cordialidad y amabilidad me dijeron que lo lamentaban, pero que no me daban la visa. Llamé a Amaro desde Medellín para comunicarle el resultado de mi gestión, a lo que respondió que iba a ver que podía hacer desde allá y que seguíamos en contacto. Llamadas fueron y vinieron por unas cuantas semanas, pero al final nada se pudo hacer, ya que la gestión, realizada desde Venezuela, hubiera tomado más tiempo del que yo tenía disponible antes de tener que reportarme a entrenamiento nuevamente.
Mientras tanto, yo había hablado de mi plan de trabajo, entre otras personas, con Iván Tenorio, quien me dijo que él conocía a alguien que me podía ayudar con el problema de mi velocidad; se trataba del señor Pedro Grajales, el entrenador oficial de la Liga del Atletismo del Valle. Después que Iván le habló de mi problema, el cual tenía que resolver de una u otra manera, Pedro aceptó entrenarme, aunque para ello quería primero hablar conmigo. El día que conocí a Pedro Grajales me comunicó, de una forma que no daba lugar a equívocos: “vea morocho, me dijo, yo soy muy serio en mis cosas y me gusta ayudar a la gente, pero exijo que la gente trabaje con seriedad y con berraquera, y no que vengan a hacerme perder el tiempo”. En pocas palabras le contesté que eso no sería ningún problema, pues yo más que nadie era el interesado en mejorar mi velocidad, y mi dedicación no sería cuestionable.
Acordamos empezar en determinada fecha, dos semanas después de haber terminado la temporada, semanas que utilicé a modo de descanso y para tratar de gestionar lo de la visa a Venezuela. No recuerdo dónde o con quién conseguí unas zapatillas de atletismo, pero sí sé que a las 6:45 AM del primer día de entrenamiento con Pedro yo ya estaba dentro del Pascual Guerrero esperándolo, quince minutos antes de lo establecido “ready to go”; ya era cuestión de costumbre.
Le expliqué a Pedro cómo se hacían las pruebas de velocidad en béisbol, el tiempo que yo estaba empleando y cuál era, más o menos, el tiempo estimado como aceptable. Midió sesenta yardas y me hizo correrlas; 6.87 segundos me tomó esta vez, lo cual me hizo sacar pecho, pero de inmediato Pedro me bajó de las nubes al recordarme que estaba corriendo en una pista de atletismo (de tartan) y ese tiempo no era nada de lo que debiera vanagloriarme. “Me tiró después un balde de agua fría”, cuando me dijo a rajatabla: “Ricky, pero es que vos no sabés correr, un día de estos te vas a romper la cabeza con los talones; así corres vos...”, continuó, e inició una demostración caricaturizada de mi forma de correr. A pesar de lo ridículo que me estaba sintiendo, me dio inmensa alegría cuando me dijo que el problema mío era sobre todo de técnica y eso lo íbamos a mejorar, que nada más con mera técnica mi tiempo en las sesenta yardas iba a reducirse de una manera notable. Así que manos a la obra.
Tengo que anotar que este señor jamás me exigió un solo centavo por enseñarme a correr; sencillamente me incluyó en su horario de trabajo y me dedicaba tanto tiempo a mí (y quizás más) como al resto de sus atletas, y no estoy hablando de atletas cualquiera, estoy refiriéndome a atletas consumados de la talla de Norfalia Carabalí, Édinson Urrutia, Martha Dinas (prima de Jezer Possu Dinas), Pilar, Jair, Verónica, la lanzadora de jabalina y otros más que en este momento no alcanzo a recordar.
Empecé así mi preparación para la temporada de 1990, a la que ya me proponía reportarme en mejor forma, más fuerte, más rápido y más seguro, tanto con el bate como con el guante. Yo iba de Lunes a Viernes sin falta al Pascual Guerrero a las 6:30 AM, y los sábados, que eran de prueba, estaba allí a las 8:00 AM para competir contra los “caballitos”, no los caballos de Pedro, que siempre me ganaban. Las prácticas de atletismo, por lo regular duraban alrededor de dos horas y media, después de las cuales tomaba mi bicicleta (no era mía, era de uno de mis hermanos) y salía para el gimnasio del Estadio de Béisbol a trabajar con pesas; del gimnasio, después de una hora u hora y media dependiendo de la rutina de ejercicios, salía para la casa a almorzar, como a eso de las 12:00 PM, pero a la 1:00 PM estaba de vuelta en el Estadio de Beisbol, donde me veía todos los días con Reynaldo Méndez “chinola”, que se convirtió en mi compañero de practica; todos los dias, este hombre no fallaba. Algunas veces asistían también algunos de los muchachos, como Jaime Quiceno “Canseco” y Diego Adames. Usualmente Reynaldo me lanzaba para que yo bateara y también me fongueaba unas cuantas roletas hasta las 2:30 PM. A continuación, si el grupo que iba a practicar era el de los juveniles o el de mayores, me metía en la práctica con ellos hasta que terminaran, hasta que ya no se veia, es decir, hasta las 6:00 o 6:30 PM.
Esta rutina diaria se convirtió para mí en algo sagrado; atletismo, pesas y la práctica de béisbol. Si yo hacía cuenta de las horas empleadas desde el momento en que salía de la casa hasta cuando regresaba, me ocupaba entre nueve y doce horas diarias, más que justificadas para mí, desde mi punto de vista. Que más motivación que estar convencido de que algún día sería grandes ligas. Una sola persona se atrevió a preguntarme directamente un día cualquiera sobre mis posibilidades de alcanzar mi meta; fue Enrique García, con quien tomé parte en varias selecciones del Valle; él me dijo: “ ve, viejo Ricky, ¿vos si creés que se puede, que vas a llegar, vos creés que algún día vas a jugar en grandes ligas?”. Recuerdo que le contesté que sí, que sí se podía, que de hecho la competencia era tenacísima y que, por lo tanto, había que trabajar muy duro, pero que era posible y que yo creía que lo iba a lograr. Honestamente, yo creía que lo iba a lograr, yo estaba convencido que sería grandes ligas. Además, pensé yo, “el plan de trabajo que me dieron lo estoy cumpliendo cabalmente y cuando regrese al “spring training” se van a sorprender con mi progreso”. Ciertamente ya tenia unos dos meses trabajando con Pedro, mi técnica había mejorado mucho, y él quería ver los resultados por medio de algunas pruebas; comprobamos que de 6.87 segundos había bajado a 6.7; volví a sacar pecho. Pedro dijo que ya estábamos bajando el tiempo a punta de pura técnica y que íbamos a empezar a trabajar con ejercicios de fuerza dinámica para acelerar mi progreso. Me dijo que tratara de cronometrar las sesenta yardas en el terreno de béisbol a ver cuánto estaba haciendo. Lo hice con “chinola” y me tomó 6.9 segundos; mejor que nunca, pero no lo suficientemente bueno.
Por esta época iba a tener lugar el Campeonato Nacional Infantil de Béisbol en Cali. Wallace me comentó que había hablado con unos directivos del béisbol de Montería que tenían pensado realizar en esa ciudad una especie de certamen mixto en el que participaran peloteros profesionales (cuatro en el terreno por equipo, si recuerdo bien) y amateurs, y que había acordado con ellos en seguir las conversaciones durante el campeonato de Cali, al que ellos asistirían como acompañantes de la Selección Córdoba. Discutiendo el asunto con Wallace, me dijo que yo necesitaba mantenerme activo jugando béisbol a un nivel superior al que estaba jugando en Cali, y que lo mejor que podía hacer era tomar parte en este campeonato de Montería. Nos reunimos, Wallace y yo, con estos directivos en Cali y acordamos la fecha en la que me presentaría en Montería.
Fue un error por mi parte, no tanto el haber aceptado participar en este torneo, sino el no haber dejado claro bajo qué condiciones sería mi participación; me explico: yo viajé a Montería bajo la impresión de que éste sería un campeonato como cualquier otro campeonato de béisbol profesional en el que se jugaría diariamente, y lógicamente, eso me iba a beneficiar. Sin embargo, una vez allá (yo llegué un miércoles), me enteré de que sólo se jugaría de Jueves a Domingo; cuatro juegos y a veces sólo tres, lo que para muchos no tenía nada de particular, pero yo no podía pensar igual. Primero que todo, ¿qué pasaría con el programa de atletismo que venia realizando con Pedro Grajales? y segundo, después del juego del Domingo todos los peloteros, que en su mayoría vivían en los alrededores, en Cartagena los más alejados, se iban para sus casas y yo me quedaba en el hotel a esperar hasta el próximo Jueves para jugar de nuevo. Decidí entonces hablar con los directivos del equipo; lo hice el día lunes, cuatro días después de llegar. Ya había jugado los tres o cuatro juegos de esa semana en los que pude poner en práctica algo de lo que había aprendido en Estados Unidos con los “fundamentales”. Había hombres en primera y segunda, sin out, como en el séptimo “inning”, con el juego apretado; todo el mundo sabía que el bateador iba a tocar para avanzar los corredores. Yo, no el “coach” que era el “chino” Herrera, llamé tiempo y reuní los infielders alrededor del montículo, entre estos Pablo Pérez, que había estado el año anterior con Kansas City, creo, y les expliqué las dos jugadas que haríamos para librarnos de por lo menos el corredor de segunda. El pitcher presentó la bola, y cuando miró para segunda, yo partí para tercera base, el segunda para primera, mientras que el primera y tercera base corrieron hacia “home”. El lanzamiento, después de mirar a home, fue a la altura de la cabeza (de acuerdo al plan), para que el bateador no la tocara y mostrarle a los corredores que de haberlo hecho hubiese sido puesto out el de segunda para tercera, que se quedó algo confundido a mitad de camino mirando todo el espacio que tenía para abrirse de la base. El pitcher presentó la bola de nuevo, miró al corredor de segunda que estaba pendiente de mí para ganarse unos cuantos pasos tan pronto yo corriera para tercera; efectivamente corrí para tercera, el pitcher miró para home, pero en vez de hacer el lanzamiento, se viró y tiró al segunda base, que en vez de correr para primera, salió para segunda, y pusimos al corredor out después de un “corring-corring”. Sacamos el “inning” sin permitir carreras. Cuando hablé con los directivos del equipo, les expliqué lo del plan de trabajo que yo venía realizando en Cali, sugerido por Detroit, y que me iba a ser casi imposible continuar en Montería, sobre todo el programa de atletismo, en el que ya estaba bastante adelantado. Les sugerí, que me permitieran viajar a Cali el día domingo en la tarde después del último juego y regresar el jueves en la tarde para así poder continuar con el plan de trabajo al menos durante cuatro días de la semana, ya que de lo contrario tan pronto hicieran las pruebas de corring en Lakeland, me iban a botar si no mostraba ninguna mejoría. Como el dinero que ellos me pagaban (no recuerdo a cuánto ascendía) no me alcanzaba para costear por mi cuenta el monto de los pasajes, les pedí que ellos pagaran la mitad y yo el resto, con lo que no estuvieron de acuerdo. Dentro de las respuestas negativas que me dieron, me dijeron que yo muy bien podía continuar con mi programa de atletismo en la pista de Montería y con el de pesas en el gimnasio de allá. No logramos un acuerdo y ese mismo día regresé a Cali, donde escuche días más tarde por intermedio de Wallace que el comentario en Montería era que yo quería trato especial de grandes ligas. Estoy seguro que tomé la decisión acertada; lo único que me pesó, al haber salido de Montería, fue que no tuve oportunidad de volver a comer el arroz con coco y el pescado frito con plátano maduro que me invito a comer en su casa, preparado por su mamá, Éder Garcés, el costeño que jugaba tercera base con Toro Negro.
Volví pues a Cali a continuar con mi preparación para lo que se avecinaba y que para mí, en ese tiempo, era la prioridad número uno en mi vida: mi segunda temporada en el béisbol organizado. Continué yendo al Pascual Guerrero todas las mañanas, y de allí al gimnasio, a la casa y de vuelta al campo de béisbol con “chinola”. Después de una de las pruebas que realizó Pedro, me comentó que estaba corriendo muy bien y que si algún día lo de béisbol no funcionaba, que considerara la posibilidad de correr, que el me ponía al tiro corriendo los 400 metros planos; casi nada, 400 metros planos, según el, mi mejor opción para aprovechar mi zancada. Lo que yo realmente quería saber era cuánto estaba corriendo en las sesenta yardas. A comienzos de marzo, en la misma semana, recibí tres noticias supremamente importantes; la primera, había corrido 6.58 en sesenta yardas, eso sí en tartán, pero allí mismo había corrido 6.87; esta vez no saqué pecho, pero sentí una satisfacción inmensa, pues el duro trabajo realizado estaba dando fruto. La segunda noticia, recibí carta de Detroit en la que se me decía que había sido asignado a Fayettville, la división clase A corta de los Tigres de Detroit, y la tercera, la más trascendental de todas, Adriana, mi novia en ese tiempo, estaba embarazada con nuestra primera hija, a la que llamamos Merlyn Lizeth. Ahora tenía un motivo más por el cual luchar, ya no se trataba simplemente de mi futuro, sino también del de mi hija.
Así pues, el 12 de Marzo de 1990 partí para Lakeland a mi segundo “spring training”, cargado de ilusiones y con planes para el futuro, planes dentro de lo cuales estaba el casarme con Adriana en Septiembre, después de finalizada la temporada, pero el destino me tenía deparado algo totalmente diferente.
¡DP!: ¡Qué magnífica historia, Ricky! Es excelente para los muchachos que tenemos aquí con algunas posibilidades de jugar béisbol profesional. Pero también es excelente por sí misma. Tengo un recuerdo muy vívido: Tú jugaste aquí por esos días con Piratas, y yo seguía con Toro Negro, en el campeonato de nuestra Liga del Valle. Lo recuerdo mucho porque siendo tú muy importante para nuestro béisbol, jugando como profesional en Estados Unidos, era algo muy estimulante jugar contigo o contra ti, además parecías muy orgulloso, como lo era yo sin tanto motivo, y una tarde te enfrenté y te propiné tres ponches en tres turnos. Creo que te miraba con cierta sonrisa, cuando te sentabas en el dogout; casi recuerdo minuciosamente los tres turnos, pero lo que más recuerdo es que en el último turno te llevé a 3 y 2 y te ponché parado con una recta en la esquina de afuera, y cuando volviste al dogout y te sentaste, ciertamente atormentado, me miraste y me deletreaste, sin decirlo, un madrazo, muy bien vocalizado, lentamente, para que no hubiera equívoco, y tomaste tu bate de madera y me apuntaste con él como si fuera un fusil y me diste un tiro imaginario. Fue muy divertido. ¡Qué pena recordártelo!
(Marzo 21 de 2005...6:00PM)
Esta vez ya no me perdí dentro del aeropuerto de Miami (mi inglés había mejorado bastante), me dediqué a leer y a seguir las indicaciones de los avisos hasta llegar al sitio donde me encontré los dos gorilas aquellos; ahora había tres. Leí el aviso y me dirigí hacia la parte correcta donde recogí mi maleta. Ya en Tampa, al salir, vi nuevamente la gente portando pequeños letreros con un nombre diferente cada uno, busqué el mío y cuando vi el que decía “Ibargüen”, me le acerqué al tipo y le dije “I’m Danny Ibargüen”; “good”, me contestó “I didn’t have to wait that long”. Nos dirigimos hacia el “van”, ya que sabía que las limosinas parqueadas allí no tenían absolutamente nada que ver conmigo, así que las ignoré totalmente. Llegamos a Tigertown, en Lakeland, como a eso de las 8:00 PM, por lo que había mucha gente en la sala de espera del complejo; algunos eran conocidos a los que saludaba con un gesto de la mano y ellos respondían de la misma forma o con un “heyyy Ricky, what’s up!”, los americanos. Vi al trío inseparable que se arrimó a saludarme mientras me registraba. Me dio mucho gusto cuando escuché a Benny Castillo decir “coño Ricky, estás fuerte”, a lo que los otros dos asintieron y agregó Rudy “yeah man, estuviste dándole a las pesas ah”; “that’s the way to do it brother” agregó “sugar” Caines dándome “cinco”. Intercambiamos saludos, “gusto en verte nuevamente”, y subí a mi habitación, donde esperaba encontrarme con algún otro conocido, quizás Reyes. No había nadie adentro y tampoco esa habitación tenía aspecto de estar ocupada, lo que pude confirmar al instante, tan pronto como abrí el closet. Estaba acomodando mi ropa y no sé porqué me llegó a la cabeza Padilla, mi ”room-mate” del año anterior. Al finalizar de organizar mis cosas, me coloqué unos pantalones cortos y una camiseta, y salí al cuarto de esparcimiento a ver a quién más encontraba. Vi a varios de los conocidos, con los que entablamos conversación enseguida. Entre estos había varios del equipo de Bristol, americanos e hispanos mezclados entre sí, así que la conversación giró en torno a los “ausentes”, que nos eran familiares a todos. A parte de Reyes, faltaban unos diez más de los que tomamos parte en la Appalachian League. También faltaba Rosas, el “short stop” que tenía un misil por brazo. Me interesé de inmediato en escuchar la razón de su “released”. Alguien explicó que no había sido en realidad botado, sino más bien suspendido indefinidamente, pues lo que se pretendía era darle un escarmiento para toda la vida, y si lo botaban cualquier otro equipo podía firmarlo, pero estando suspendido, era intocable por otras organizaciones. Sucedió con Rosas lo mismo que con William Díaz, el cartagenero que estaba con Seattle, según escuché cuando jugué en Cartagena. Rosas tuvo una fuerte discusión con su manager durante un juego y en el transcurso de la misma, parece que perdió la calma y agredió al “coach” físicamente, lo cual le valió una suspensión inmediata indefinida. Eso me tranquilizó un poco, porque lo primero que pensé fue que si botaban a este por no tener condiciones suficientes, ¿qué era en realidad lo que esta organización esperaba de un short stop? Rosas Coria bien, tenía buenas manos y era buen chocador de bola, con un brazo que ni hablar.
Al día siguiente, después del desayuno, me dirigí al “club house” para colocar mis artículos de uso personal en mi “locker”, donde ya estaba mi uniforme; Ibargüen con el número 1. Vi más gente conocida del año anterior, con los que intercambiaba saludos, deseos de buena suerte, etcétera. Salí del “club house” para recibir, al lado de todos los demás, la información sobre lo que sería la práctica del día: en cuántas sesiones estaría dividida y todo lo demás. Corrimos y estiramos todos juntos. Nunca pregunté ni me detuve a contar, pero yo diría que durante el “spring training” se juntaban allí alrededor de 250 peloteros. Cuando empezaron a llamar los grupos, me puse en pie al escuchar “Fayettville, field #3”, y acudí allí al trote.
El manager de la división clase A corta, si mal no recuerdo, era un americano blanco de apellido Roulf, que jugó béisbol profesional aun cuando nunca llegó a grandes ligas. Era un tipo estricto y rígido, pero no un déspota. Me decían los muchachos, como referencia, que no aceptaba errores mentales; para él, los físicos era cuestión de trabajar para eliminarlos, mientras que los mentales eran producto de la falta de concentración y de interés por el juego, es decir, inadmisibles.
En una ocasión en que me tocó ir a recibir clases de bateo con Tom Gamboa en compañía de tres peloteros más, éste me llamó a un lado después de terminada la sesión y me dijo que se alegraba de verme, que lucía más fuerte. Me preguntó si había trabajado en mi corring, a lo que contesté que eso fue en lo que más fuertemente había trabajado. Quiso saber qué tiempo estaba haciendo en sesenta yardas, pero le contesté que no sabía exactamente, por cuanto el programa de campo y pista lo había realizado en una pista de atletismo, pero que de lo que sí estaba seguro era de estar corriendo mucho mejor. Me dijo “that’s good, tomorrow we’ll be running” (eso está bien, mañana vamos a correr).
Al día siguiente, al igual que el año anterior después de la primera semana, se pudo leer en la cartelera que ese día serían las pruebas de corring de las sesenta yardas y las de brazo también. A pesar de saber que, sobre todo en la prueba de atletismo, me estaba jugando mi futuro, para mi sorpresa no me sentí nervioso; pienso que estaba tranquilo por saber que había trabajado duramente y si corrí mejor en Cali, aunque no sabia en realidad cuánto tiempo estaba empleando, no tenía porqué ser diferente acá. Así pues, empezaron a llamar los grupos, de a tres. A mí me tocó con Chris Hall, un infielder americano que jugó en Bristol conmigo y otro muchacho nuevo del que no recuerdo el nombre. Antes de que dieran la señal de salida, ya sabía lo que iba a hacer, haría exactamente lo que había aprendido con Pedro Grajales: salir bajito, pasos cortos, pero fuertes y rápidos, movimiento rápido de brazos, cara relajada y a correr. El muchacho nuevo estaba en el medio. Arranqué pues, dada la señal. Me los gané a ambos, pero honestamente no me importaba haber ganado, lo que quería saber era cuánto había demorado; por eso no podía creer cuando Gamboa grito 6.7 segundos, y parece que él tampoco daba crédito a lo que acababa de marcar el cronómetro porque empezó a preguntarle a los otros “coaches”: “what you got on Danny?” (¿cuánto tienes en Danny?) a lo que dos “coaches” respondieron lo mismo, 6.7 segundos. No empecé a dar brincos ni nada de eso, claro que ganas no me faltaron, pero si sentía una gran satisfacción. Sin embargo, no había acabado de festejar (internamente) mi carrera, cuando escuché que Gamboa gritó “Danny, you’re running one more time; in five minutes”. Bien, tenía que correr de nuevo en cinco minutos. Esta vez me pusieron solamente con uno, que también había hecho 6.7 segundos unos minutos antes. Había tres “coaches” con cronómetro para cada uno. Dieron la señal y arrancamos; creo que me lo gané por el labio hinchado que me dejó Jamir de Aguas desde Medellín, pero otra vez, eso me tenía sin cuidado. El tiempo empleado era lo que importaba; Gamboa grito 6.7 y fue corroborado por los otros... 6.7... 6.7. Era pues oficial, había corrido 6.7 segundos en sesenta yardas. Me miró Gamboa y me hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, que me hizo sentir grandísimo. Después me mencionó Chris que yo parecía no estar haciendo mayor esfuerzo mientras corría, según había observado durante la segunda carrera. Como en los resultados de las pruebas de brazo, tirando con los otros infielders desde el “short stop”, lucí bien, no podía sino imaginarme ya iniciando la temporada oficial como para-cortos regular del equipo clase A de Fayettville. Esto está andando bien, me decía para mí, pues no solamente había demostrado que seguí el plan de trabajo que me dieron, sino que por lo menos en lo que a mi corring hacía referencia, lo había superado por mucho. Además de eso, me había reportado en mejor forma física, producto del trabajo en el gimnasio. Estaba y me veía más fuerte.
No obstante mi buen desempeño hasta ese momento, había algo que me preocupaba y era el hecho de que el progreso en cuanto a la seguridad de mis manos no era acorde con el trabajo realizado ni con el cambio que había mostrado en las otras facetas de mi desarrollo como pelotero, es decir, no solo había mejorado mi corring y fortalecido mi cuerpo, sino que también me sentía más maduro dentro del terreno de juego, pero mis manos no eran seguras y de ello estaba muy conciente, lo cual crea esa desconfianza natural dentro de uno, y eso me preocupaba sobre manera. Tanto así, que en vez de irme a las jaulas de bateo, después de las prácticas, empecé a quedarme en el campo recibiendo roletas en mi afán por corregir este problema. Durante unos juegos dentro de la organización, es decir, clase A contra versus clase A fuerte y doble A contra triple A, puse de manifiesto mi problema cuando, después de haber hecho una buena jugada con una roleta por encima de la segunda base, inmediatamente después me dieron otra de frente, la cual pifié.
Esto sucedió en varias ocasiones también ya en los juegos pretemporada contra otras organizaciones y, aunque yo salía jugando casi en todos, la verdad era que no sentía que la posición me pertenecía y mucho menos cuando empezaron a alternarme con otro short stop (Maldonado), que como dije antes, era más un “utility” que un short stop, pero hacía el trabajo como tal y a diferencia mía, tenía buenas manos. Para mí estaba muy claro que tenía que quedarme en el equipo clase A corta; regresar a Bristol no era una opción viable; y por eso empecé a trabajar más fuerte aun. Después de las prácticas, me quedaba a recibir roletas y de allí, para las jaulas de bateo; tenía que dar la pelea, no podía cederle mi posición a Maldonado tan fácilmente.
Llego así la última semana del “spring training” y, al igual que el año anterior, comenzaron a bajar a aquellos peloteros que no habían logrado hacer el equipo al que habían sido asignados inicialmente. Yo seguía trabajando fuertemente y aun albergaba la esperanza de hacer el equipo, más aún cuando ya habían mandado unos cuantos para “roockie” y tan sólo a tres días de viajar para Fayettville, yo todavía estaba allí. Pero ya mi suerte estaba echada, en lo que a viajar con el equipo clase A se refería; como a eso de las 11:00 AM, se me acercó Roulf y me dijo que ya tenía la lista de la gente que viajaría con él en tres días y que yo, desafortunadamente, no estaba en ella. Que continuara trabajando fuertemente durante el “Extended Spring Training” con la “roockie”, ya que tan pronto escuchara que mis manos habían mejorado, me mandaría a llamar. Esto último creo que me lo dijo más bien a modo de consuelo.
Ese mismo día fui devuelto a la “roockie”, donde me encontré con Dany Bautista, outfielder y actual grandes ligas, lo mismo que con José Lima, el pitcher loco que mencioné anteriormente y que está aún activo en las ligas mayores. También estaba Carlos Fermín, un short stop jovencito de 17 años, hermano menor de Felix Fermín, exgrandes ligas.
Bien, pensé, cuando me vi en este grupo, que a veces en la vida era necesario dar un paso atrás para poder dar dos hacia delante, y lo que me estaba pasando se trataba exactamente de eso: un paso atrás, dos para adelante. Pero cuando llegó la hora del juego, ese mismo día, y no salí jugando, estaba seguro que mis días con Detroit estaban contados. Al día siguiente, después del juego, en el que tampoco participé, salí a caminar. Ni siquiera tuve deseos de quedarme a recibir roletas. Debo haber caminado unas dos horas, ya que cuando regresé era casi hora de cenar. Cuando iba entrando en el edificio de los dormitorios, escuché que me llamó el encargado, y cuando me le acerqué me preguntó si yo era Danny Ibargüen; después de contestarle afirmativamente, me dijo que debía estar listo al día siguiente a las 5:30 AM porque a esa hora me recogería la limosina para llevarme al aeropuerto. Por un momento, muy fugaz, pensé que tal vez me mandaban a llamar de Fayettville, pero como las cosas no iban nada bien, de inmediato deseché esta idea y le pregunté al tipo que para dónde se suponía que era mi viaje. Lo noté contrariado y entonces se dio cuenta que había cometido un error, ya que se percató de que no me habían comunicado absolutamente nada al respecto. Sin embargo, me dijo que al día siguiente yo viajaría para Colombia, aunque no se atrevió a mencionar la palabra “released”. Me pidió que lo disculpara un minuto mientras hacía una llamada, al cabo de la cual me informó que Mr. Gamboa estaba en una reunión y que, tan pronto saliera de ella, quería hablar conmigo en su oficina.
Honestamente, no tengo la menor idea de cuanto tiempo transcurrió hasta el momento en que fui llamado, solo sé que me fui a mi cuarto a esperar a que Gamboa me llamara. Experimenté entonces en carne propia, mientras miraba el techo de mi habitación, sin verlo, lo que deben haber sentido aquellos muchachos que conocí a través de mi paso por el Béisbol Profesional. Ahora sí sabia qué había sentido Fredy Padilla aquella tarde, o Gaspar Palacios aquella noche, y como estos, tantos más. Es un sentimiento de desolación, devastador; es como si de repente, en vez de haber estado jugando béisbol, hubiese estado en una pelea y me acabaran de sacar el aire de un solo golpe. Me sentí derrotado, un sentimiento de derrota como nunca antes había experimentado en mi vida; me sentí fracasado, y esta sensación de fracaso, unida a la desilusión y a la decepción, era demasiada carga para mí, ya que no sólo me sentí decepcionado de mi mismo, sino que también había decepcionado a todas aquellas personas que de una u otra manera me habían brindado su apoyo. Es uno de esos momentos en la vida en que es vital hablar con alguien, pero con quien iba yo a hablar si la mayoría de mis conocidos ya habían viajado o eran historia como yo, y mi familia, mi novia, mis amigos y mi mentor estaban a muchas millas de distancia. Mas lágrimas a causa del béisbol mientras trataba de responderme mis propias preguntas; ¿cómo era posible que si tan solo dos semanas atrás me habían felicitado por el trabajo realizado en la pretemporada, porque se notaba que había estado en el gym y había mejorado muchísimo mi corring, me botaran?. A esta pregunta no le encontré respuesta posible y me dije que tan pronto hablara con Gamboa, se la haría a él, quizás entonces podría yo entenderlo y hasta aceptarlo.
“Danny, please come to the front desk” escuché que dijo alguien por el altavoz. Me levanté de la cama y entré al baño a tratar de componerme un poco antes de hablar con Gamboa. La imagen que se reflejó en el espejo era difícil de distinguir por lo borrosa, así que estuve allí unos cinco minutos tratando de calmarme hasta que me pude ver en el espejo; ya no había lágrimas que me nublaran la vista.“Danny, please come to the front desk”, escuché otra vez. Bajé y cuando el tipo me vio, me dijo que Gamboa me estaba esperando; me indicó cómo llegar hasta allá y me puse en camino. Al llegar toque a la puerta, Gamboa salió, me dio un apretón de manos y me pidió que siguiera y me sentara. “Danny”, empezó diciendo, “siento mucho que te hayas enterado de tu “released” de esa forma; fue un error del encargado de los dormitorios. Yo debía hablar contigo primero, pero de todas maneras es así, desafortunadamente tenemos que dejarte libre. El béisbol organizado es sumamente competitivo, un negocio en el que todos debemos mantenernos en un constante desarrollo y, en el momento en que un pelotero se queda rezagado, hay que dejarlo libre; ése es tu caso”. A este punto en el monólogo, yo ya me sentía un poco más tranquilo, por lo que me atreví a preguntar cuándo habían cambiado los planes con respecto a mí, ya que tan sólo dos semanas antes él mismo me había dicho que se alegraba de ver que había trabajado duro en el gym y sobre todo que había venido corriendo muy bien. No sé de dónde recordé algo que leí alguna vez y le mencioné, como mejor pude, que la mayoría de las personas en la vida merecen una segunda oportunidad. “Danny, continuó, el día de las pruebas de corring, nos diste a todos una gran alegría, porque lo que menos esperábamos de ti era que hicieras 6.7 segundos en sesenta yardas, lo cual me dice que tienes que haber trabajado muy duro y eso me alegra; a mí me gustaría darte esa segunda oportunidad, pero no puedo hacerlo con Detroit, no puedo enviarte a la “roockie” otra vez porque tenemos allí a Carlos Fermín y queremos verlo jugando. Lo que voy a hacer es un par de llamadas y luego hablo contigo otra vez”. Me quitó los papeles del “released” que me había entregado y me pidió que esperara en mi cuarto.
De vuelta en mi habitación, no sabía cómo sentirme, pues por un lado, aún no estaba botado, ya que Gamboa estaba en el teléfono intentando quién sabe qué para darme una segunda oportunidad, pero por el otro, él me había dicho claramente que no sería con Detroit. Estando en este estado de ambivalencia, escuché de nuevo, como treinta minutos después de haber hablado con Gamboa, que me llamaban por el altoparlante. Dentro de las cosas que pasaron por mi cabeza en esos treinta minutos de espera, recuerdo con claridad ese sentimiento de culpabilidad y de inutilidad que me embargó al imaginarme llegando a casa de mis viejos a decirles: “ya no soy pelotero ni lo seré nunca, ahora quiero estudiar, voy a entrar a la universidad y mientras transcurren los próximos cinco años hasta que pueda independizarme, mi esposa y mi hija van a vivir aquí en esta casa”. Recuerdo que sentí una tremenda vergüenza de tan sólo imaginármelo, y no porque me fueran a cerrar las puertas en casa a mí o a mi familia, eso no me lo hubiera hecho nunca mi familia, lo digo sin la menor duda; la vergüenza era por cuestión de principios, pues siempre tuve la certeza de que yo, desde el momento en que firmé ese contrato, sería un apoyo para mi familia y no una carga, como me iba a convertir si regresaba con el propósito de estudiar, y además con mi novia en embarazo.
Regresé pues a hablar con Gamboa, quien me dijo muy entusiasmado que había conseguido hacerme parte de un “trade” (cambio) con los Milwaukee Brewers (Cerveceros de Milwaukee), en el cual Detroit me enviaría a mí para Phoenix, Arizona, donde eran los campos de entrenamiento de esa organización, y Milwaukee, en retorno, enviaría un pitcher para Lakeland. Gamboa inició otro monólogo en el que me dijo, entre otras cosas, que él pensaba que yo era merecedor de esa segunda oportunidad. Al finalizar de hablar, rompió los papeles de mi “released”, me dijo que mi vuelo saldría al día siguiente en horas de la tarde, me tendió la mano y agregó “Danny, I wish you good luck; keep on working hard” (te deseo buena suerte; sigue trabajando duro). Atiné a contestar “thank you Mr. Gamboa”, y me dirigí a mi habitación nuevamente. Lo lógico era que estuviera saltando en un solo pie de la felicidad, pues no a muchos se les da una segunda oportunidad, sin embargo, aunque pasó mucho tiempo antes de tratar de explicarme el porqué, en ese momento, para mí no significó gran cosa. No sé porqué, de repente sentí la necesidad de contarle alguien lo que me estaba sucediendo y decidí escribir; tomé una libreta de direcciones que tenía y empecé a leer los nombres allí escritos: Adriana, Alvaro, La casa, Wallace, Peña, C. Puente, Possú, etcétera. Me decidí por escribirle a Curtis Wallace, a quien le decía en esa carta lo que había acontecido, y recuerdo sobre todo que anoté que si no era con Detroit, sería con Milwaukee, pero que yo iba a ser pelotero, que algún día iba a jugar en las grandes ligas. Sé que escribí por un buen rato, que cerré el sobre y le coloqué la estampilla, pero no recuerdo haber puesto aquella carta en el buzón. Algún día, cuando hable con Wallace, sabré si lo hice o no.
Estoy seguro que lo que traté de lograr con aquella carta, aunque diciéndoselo a Wallace, fue de convencerme a mí mismo de que había que seguir luchando, de meterme en la cabeza que era así como debía sentirme: agradecido por esta segunda oportunidad y deseoso de sacarle el máximo provecho, demostrándole a Detroit que se habían equivocado conmigo, que habían dejado ir a un futuro grandes ligas. Esa noche, como es lógico suponer, no pude dormir y ni siquiera podía salir a caminar, ya que los dormitorios los cerraban a las 12:00 PM. Debo haberme quedado dormido cuando ya era de día y desperté como a eso de las 9:00 AM. Como a esa hora ya habían cerrado el comedor, no podía desayunar, así que me di un baño, me vestí y salí al campo de entrenamiento para despedirme de algunos de los “rookies” que aún estaban en la pelea y desearles mejor suerte a ellos; me despedí también de los “coaches” y me encerré de nuevo en mi habitación para tratar de ordenar un poco mis ideas y mis pensamientos. No podía entender porqué diantres no estaba contento con esta nueva oportunidad y eso me molestaba sobre manera.
Abordé el avión con destino a Phoenix, Arizona, un sábado en la tarde. No tengo la menor idea de cuánto demoró el viaje, mi mente no estaba pendiente de esos detalles; yo estaba aún tratando de encontrar una razón por la cual seguir jugando pelota. Me encontraba en camino hacia lo que debía ver como mi futuro y, sin embargo, no llevaba conmigo la más mínima ilusión, el más mínimo deseo de luchar... ¿por qué?. Era como si todo ese fervor que me acompañó por tantos años, desde que tenía 13 años y luchaba por meterme en “la rosca”, esa fiebre incontrolable de jugar pelota, de súbito me hubiera abandonado. No lograba entenderlo. Como dije anteriormente, creo que me cegué física y mentalmente, pues ni siquiera me acordé del poema que me envió Carlos Puente y que ya en otra ocasión me había servido de trampolín y, lo que es peor, ni siquiera pensé en usar a mi hija, que venía en camino, como estímulo para seguir dando la pelea. Pensaba en todo sin detenerme a razonar en nada. No me fue de mucha ayuda tampoco el hecho de que mi compañera de viaje fue una cotorra parlanchina disfrazada de mujer, que no cerró el pico durante todo el viaje. En algún momento, durante este viaje, tomé la decisión: no voy a jugar más; esto fue todo.
Llegué ya entrada la noche y, como cuando llegué a Tampa, allí estaban los conductores con sus avisos, pero esta vez ni siquiera tuve que buscar mi nombre, ya que vi a un tipo con un “jacket” de los Cerveceros de Milwaukee que se encaminaba hacia mí, que también llevaba encima un “jacket” de béisbol, pero el de Detroit. “¿Danny Ibargüen?”, me preguntó. Le dije que sí y se identificó con no sé qué nombre pidiéndome que lo siguiera. Abordamos un carro y emprendimos el viaje; enseguida empezó a hablar y a hacer todo tipo de preguntas, pero lo cierto era que yo no estaba de muy buenas pulgas, así que le pregunté a mi vez cuánto demoraríamos en llegar a donde íbamos, y cuando me dijo que unos treinta y cinco minutos, le dije que iba a dormir porque no había dormido la noche anterior... otra cotorra, esta vez con disfraz de hombre; lo único que me faltaba, pensé. Me despertó cuando llegamos al hotel, donde me tocó un cuarto para mí solo, pues ya todo el mundo tenia su “room-mate”. Descargué mi maletín en el piso tan pronto entré en la habitación y salí a ver dónde encontraba algo de comer; no había comido nada en todo el día y mi estómago empezó a protestar de una manera que no podía ignorar. A la salida del hotel había un grupo de muchachos con pinta de peloteros, pero como no tenía muchas ganas de hablar y sí mucha hambre, me hice el que no los había visto y me encaminé en la dirección contraria a donde estaban ellos. Al regresar, como una hora después, ya no estaban allí, pero sí estaban en el pasillo del hotel, por donde tenía que pasar. Había americanos e hispanos, siete en total; me preguntaron si yo era el que había enviado Detroit y se presentaron todos, me dieron la bienvenida y hablamos por unos quince o veinte minutos hasta que me despedí para irme a dormir. El día siguiente, domingo, era de descanso y lo aproveché para salir a conocer los alrededores. Comí en la calle y vi unas cuantas películas hasta tarde en la noche, pues no quería ver nada, ni a nadie que tuviera que ver con béisbol. Quizás lo que necesitaba era un descanso. Quizás así, cuando volviera al terreno de juego, me volvería la fiebre.
El día lunes, ya me habían dicho, vendría a recogernos un autobús, temprano en la mañana, para llevarnos al campo de entrenamiento. Allí conocí al resto del equipo; estos eran “rockies” todos en el “Extended Spring Training”. Al entrar en el “club house” me llamó el “trainer” y me dijo el número de mi “locker” y dónde podía encontrarlo; me preguntó si quería algún número en particular y le respondí que cualquiera estaba bien. En realidad, por lo que yo estaba ansioso, era por salir al terreno de juego a ver cómo me iba a sentir; quería experimentar otra vez ese deseo de lucha, de querer sobresalir que no sentía desde aquella conversación con el encargado de los dormitorios. Empezamos a correr y me sorprendió verme entre los últimos del grupo. Aparé con un mexicano que después me dijo haber jugado con el cartagenero Alcalá; no recuerdo su nombre. Después de calentar hicimos práctica de bateo y recibimos roletas entre batazo y batazo. Seguramente que por el estado de ánimo en que me encontraba no recuerdo ni cómo bateé durante esta práctica; lo único que recuerdo fue cuando vi llegar al equipo contra el que íbamos a enfrentarnos. Me llamó la atención porque nunca antes había visto a ningún equipo ni en Lakeland ni en Bristol con uniforme verde con amarillo; eran los Atléticos de Oakland. Sé que salí jugando en ese juego, pero no sería sincero si dijera qué hice o de cuanto-cuanto bateé; ni siquiera recuerdo qué número de bate era en el line-up. Tampoco recuerdo lo mas mínimo de este juego; mi único juego con los Cerveceros de Milwaukee. Lo que sí no puedo olvidar es que tan pronto terminamos, fui a la oficina del manager y le pregunté si podía hablar con él unos minutos; me dijo que sí y me invitó a sentarme. Su nombre era Tony, un puertoriqueño, que según me enteré después, había jugado béisbol con Wallace en la misma organización. Le dije escuetamente que yo no quería jugar más pelota, que era una decisión que había tomado en el vuelo hacia Phoenix, pero que yo mismo me rehusaba a aceptarla, pensando que era quizás algo pasajero, que desaparecería tan pronto me viera en el terreno de juego, pero que no fue así; es más, agregué, no siento el más mínimo deseo de continuar; quiero que me den mi “released” e irme a casa. “¿Tú estás loco muchacho?”, fue lo primero que me contestó. “Tú acabas de llegar y después de un juego ¿ya quieres irte? ¿tú sabes cuántos muchachos darían hasta lo que no tienen por tener esta oportunidad? Mira muchacho, vete a tu cuarto, llama y habla con alguien allá en tu casa o donde sea, y seguro que después vas a pensar diferente”. Le contesté que no, que la decisión ya la había tomado y que quería irme cuanto antes. Me dijo entonces: “mira, yo no puedo obligarte a jugar, si tú no quieres hacerlo, pero te repito: piénsalo bien y si mañana has cambiado de idea, me lo dejas saber y no ha pasado nada. Ahora, si insistes en lo mismo, yo no puedo botarte cuando apenas tienes un día de haber llegado; yo tengo que hacer un reporte de unos cuantos días y entonces decir que tu no reúnes las condiciones necesarias”. Le contesté que escribiera cualquier cosa que agilizara el asunto... eso estaba bien conmigo.
Esa tarde llamé a la casa de Fabio Gómez “camión”, en New Jersey, a un número que me había dado “el flaco” Rubén Yarce, por si acaso; Fabio estaba en Colombia, pero hablé con la hermana de él, Janeth, a quien le expliqué quién era y que el motivo de llamar era que no pensaba regresar a Colombia, que quería quedarme a buscar un porvenir en EU para mí y para mi familia, pero necesitaba un sitio a dónde llegar. Me contestó que la llamara en la noche, que necesitaba consultarlo con sus padres, quienes llamaron a Fabio a Colombia a preguntarle quién era el tal Enrique Ibargüen que había llamado pidiendo posada. Fabio les dio buenas referencias mías y ellos aceptaron que llegara a su casa. Mientras todo esto tenía lugar, yo estaba haciendo cuentas de a cuánto ascendía mi capital... US $117.00.
Para el día Martes, cuando llegué al “club house”, el manager me preguntó si había cambiado de idea y le respondí que no; me dijo entonces que iba a empezar a enviar los reportes. Le pedí que si podía, en vez de ordenar el ticket para Colombia, que lo hiciera para New Jersey. Me contestó que haría lo posible. A los dos días, Jueves, me dijo “te tengo tu released, sales en la mañana, pero no lo pude conseguir para New Jersey, la organización esta obligada a devolverte al mismo sitio del cual te trajeron: a Colombia”.
Diego, esta es la historia de mi paso por el béisbol organizado, donde aprendí muchas cosas y solidifiqué valores que me han servido y me servirán para toda la vida, pero irónicamente, de lo que más aprendí, es de la parte que llegué a odiar, aquel día en que dije: “no juego más”.
¡DP!: Ricky, antes que nada te felicito por habernos narrado todas estas experiencias; en principio me pregunto lo que significará para ti haber hecho este gran esfuerzo durante tres semanas. ¿Es posible que te haya servido especialmente hacer claridad sobre todas estas experiencias?
Otra cosa que quiero decirte, o en realidad repetirte, se refiere a celebrar la calidad de tu relato, la precisión y la fuerza de las imágenes que has elaborado para comunicar cosas que son difíciles de comunicar incluso para los escritores profesionales. Me parece que comprendo bien la dificultad de las situaciones que describes, la opacidad y confusión respecto a la realidad y uno mismo. El desenlace de tu carrera profesional me hace pensar demasiadas cosas. A primera vista se presenta contradictorio que pidas una segunda oportunidad, que la consigas, y que luego renuncies a ella. Lo que te dijo el boricua Tony es muy razonable. No te acordaste del poema de Kipling, que te hubiera dado ánimo. Te diste por vencido y, hoy en día, quince años exactos después de aquella decisión, como anunciaste en un par de oportunidades durante el relato, la lamentas profundamente. No quedan claras tus motivaciones tal vez porque no las recuerdas o porque tampoco fueron claras en ese momento. Creo que aunque no se te presentara con claridad, después de obtener la segunda oportunidad reflexionaste en que las razones por las cuales Detroit prescindía de ti tenían fundamento, pues tus manos no eran lo suficientemente buenas y no veías cómo cambiaría eso radicalmente para aprovechar la nueva oportunidad. Es altamente asombroso el modo como mejoraste la velocidad. Creo que fue un trabajo muy arduo de unos cinco meses. Pero ahora me parece que aunque era muy importante, lo era más mejorar la defensiva, y en ese sentido creo que tuviste mala suerte cuando no te dieron la visa venezolana. Por otro lado, sabemos que el béisbol es un deporte muy estadístico, en el que se dicen tantas cantidades acerca de un jugador, que su cualidad queda descrita con mucha precisión, y en el béisbol organizado esto es una ciencia impresionante, pues hay mucho dinero moviendo este deporte, y como casi todas las cosas en estos tiempos, son ante todo un negocio. Si hay actividades humanas en las que resulten útiles los ordenadores, una de ellas es con seguridad el béisbol profesional. La decisión de Detroit debió basarse en una serie de estadísticas contundentes. Puedes listar todos los short stops roocky de veinte años de todas las organizaciones y de acuerdo con sus promedios defensivos y ofensivos estimar su probabilidad de llegar a grandes ligas y durar allá, y debe haber una línea roja por debajo de la cual es sumamente evidente la calidad comparativa del jugador. Tú mencionaste algo de tu número de errores comparado con los que, por ejemplo, cometió Tony Fernández en grandes ligas en toda la temporada. Más o menos así es como funciona la ciencia positiva, que encuentra en el béisbol profesional un objeto de conocimiento ideal. Pero bien, con esto especulo que Detroit sabía lo que hacía y que tú comprendías el asunto no muy claramente, pues no contabas con todos esos datos y análisis que estas organizaciones deben llevar a cabo minuciosamente en virtud del dinero que invierten en eso. Entonces, viene la dimensión psicológica, que describes magníficamente: desolación, devastación, etcétera. Creo que no cualquiera está dispuesto a padecer un tipo de experiencia psicológica así, y probablemente si uno llega a cierto límite preferiría no repetirla. Es verdad que tenías otra oportunidad, pero tengo la impresión de que tuviste temor al fracaso, y tal vez tuviste la certeza de que un fracaso en esa segunda oportunidad podría hacerte mucho daño, o que simplemente preferías cualquier cosa a tener que llegar a ese límite peligroso psicológicamente. En este punto, creo que probablemente estabas muy solo, y que quizá un buen amigo o asesor te hubiera ayudado a superar el temor al fracaso e intentarlo otra vez con renovadas energías. Ahora piensas que debiste haber perseverado, pero en aquel momento estuviste muy seguro de abandonar el béisbol profesional. Ciertamente rechazaste una oportunidad dorada y no pensaste en que cuando firmaste aquel contrato en un restaurante de Bogotá, la lucha en la que te inscribías era tan atípicamente difícil e imprevisible, en una competencia tan dura. Me refiero a que parece mucho más difícil mejorar la velocidad varias décimas de segundo y fortalecerse muscularmente durante un trabajo de cinco meses, que superar psicológicamente una decepción tremenda e imprevisible y enfrentarse a la posibilidad de una segunda; pero puede que no sea así para muchas personas, entre ellas tú a los 22 años. Sabemos que el premio por la victoria es asombrosamente grande. Rentería firmó contrato por US $ 40 millones y Orlando Cabrera por US $ 32 millones. Es casi increíble. Aunque no llegaste, el béisbol te dio un destino especial. Creo que tu situación es mejor que si nunca te hubieran firmado, además de todo lo que aprendiste.
Me parecen excesivos los castigos a William Díaz y Rosas, al estilo de los gringos, que suelen condenar a los delincuentes a varias cadenas perpetuas.
Después de eso ¿no volviste a jugar? ¿Le perdiste todo gusto a jugar béisbol? Me imagino que los últimos quince años tampoco tienen que haber sido fáciles. Es una lástima que el profesionalismo destruya la pasión por el deporte en sí. Corrompe lo lúdico y gratificante, incluso para muchos de los que llegan a grandes ligas. El uso de substancias prohibidas es un ejemplo de eso. La presión psicológica a veces no es llevadera y no son pocos los peloteros que han fallecido por el afán de ser más fuertes, más veloces y más optimistas ante la durísima competencia.
Hoy a mediodía dieron la noticia de un pelotero caleño que falleció en la Escuela de los Astros que está cerca de Cartagena. Tenía 17 o 18 años, se llamaba Carlos Julián Williams y llevaba alrededor de dos años allá.
Quiero decirte de un modo muy personal que intuyo que hiciste lo correcto, pues en otros escenarios me he visto ante decisiones psicológicamente similares. Tal vez me equivoque y no sea ese tu caso, pero creo que uno tiene razón cuando elude la posibilidad de un sufrimiento que sabe que no puede soportar, porque se ve ante un abismo sin fondo. Cuando uno reconoce lo forzoso de ciertas decisiones ya no se mortifica con una teórica libertad. La vida puede ser otra cosa enteramente distinta que el béisbol profesional y la vida de millonario, y no por ello mala; por mi parte celebro que olvidaras a Kipling: es lo que llamaría un olvido freudiano, por lo significativo y conveniente. Es difícil conocer incluso la realidad que nos concierne. Nuestros dramas interiores suelen ser también inescrutables. El yo se halla a veces indefensamente asediado por esas dos instancias. Esto me hizo recordar una anotación de Kafka: “Lo que quiera que sea que me saque de entre estas dos piedras de molino que me están destrozando, me producirá alivio, con tal de que no implique un dolor físico excesivo”.
Ricky: Diego, voy a hacer lo posible por responder, una a una, todas tus preguntas:
Durante las tres semanas que duré escribiendo este relato, creo que lo dije ya antes, me sentí algo raro, pues te repito, jamás había entrado en detalles como lo he hecho ahora, pero eso me alegra; creo que era algo que necesitaba hacer y algo que la gente del Valle tenía derecho de conocer.
¿Tuve temor a un segundo fracaso? Francamente yo creo que temor no sería la palabra idónea para describir lo que sentí. Desde muy joven, a mí se me metió en la cabeza que yo conseguiría cualquier cosa en la que me empeñara y hasta hoy, excepto por lo de béisbol, la mayoría de las veces me ha resultado. Por eso no podía aceptar que me habían botado ¡cómo así! Recuerdo haberle dado mucha vuelta al hecho de ser un tipo que trabajo muy duro; nunca me jacté de ello y no voy a hacerlo ahora, pero casi daba por sentado que mi duro trabajo realizado daría como fruto el ver mi nombre en la lista del equipo clase A. No solo no lo vi, sino que poco después me botaron, pero como odio perder, me rehusé a aceptar ese “released” y fue cuando pedí esa segunda oportunidad, que una vez lograda y sopesada, no me atreví a explotar... temor no... yo diría que terror sería más adecuado, aunque por muchos años me negué a aceptar esto como una posibilidad. Sin embargo, lo que más me atormentó, después de todo, fue que no lo intenté nuevamente, que no tuve la entereza, así fuera con un razonamiento cínico, pero de mucho sentido: “¿qué es lo peor que puede pasar, que me boten de nuevo?” o mejor aun, como diría mi vieja, debí haberme vuelto un sinvergüenza. ¿Qué hubiese pasado de haberlo intentado? No lo sabré nunca; lo más probable es que me hubieran botado también los Cerveceros, pero en algún rincón de mi mente, siempre tendré, martillándome de vez en cuando, que a José Uribe lo botaron los Yankis y llegó a grandes ligas con Pitsburgh o San Francisco.
Debo decirte algo, para que quede claro; yo no tenía 22 años, solo contaba con 19, de acuerdo a los papeles que firme con Peña. La gran mayoría de los peloteros latinos, al momento de firmar su contrato, es estremecida por un súbito estado de rejuvenecimiento, y yo no podía ser la excepción. En 1990 tenia 19 años, aunque ahora voy a cumplir 39; cosas de las matemáticas.
El béisbol me trajo a este país y, de hecho, no sería justo quejarme de mi situación actual, pero lo que resulta más curioso de todo es que, tanto el trabajo que conseguí a los pocos días de haber llegado a New Jersey en Mayo de 1990, y en el que estuve hasta Marzo del 2004, como el que ahora tengo, fueron, estoy completamente seguro, en gran parte favorecidos por el hecho de haber jugado béisbol profesional. Pero de esto, lo mismo que del rejuvenecimiento súbito de los peloteros, tenemos que hablar en otra ocasión: ¡Ojalá personalmente! Enfrente de un par de cervezas.
Nunca volví a jugar béisbol; o como yo prefiero decirlo: “no tiré una más”. Marco Chaquea me ha invitado en varias ocasiones a jugar en New York, donde me dice que juegan muchos peloteros que estuvieron en las fincas, lo cual es cierto porque allí jugó Édinson Rentería después que Houston lo dejó libre, pero a mí ya no me atrae la idea de jugar, ni lo más mínimo. A veces me digo a modo de broma, que es el castigo que me merezco por no haber hecho las cosas como era debido. Sin embargo he jugado softball en algunas ocasiones. La única ocasión en que tiro una bola de béisbol es cuando salgo al parque con la menor de mis hijas y aparo con ella o le tiro un par de bolas para que ella batee, pero jamás he vuelto a tratar de fildear una bola de béisbol.
No te voy a decir que estos últimos quince años han sido fáciles, pero yo he tenido suerte porque afortunadamente nunca me ha faltado el trabajo; aparte de eso, a mi llegada a New Jersey, como te dije hace poco, me recibieron en la casa de los padres de “camión”, y desde ese tiempo hasta ahora, casi quince años, me han tratado como a uno más de los Gómez y eso fue vital para la buena suerte que hasta hoy me acompaña.
A modo de anécdota, como algo curioso, cuando llegué a New Jersey y a los pocos días, por intermedio de Hernán, el cuñado de Fabio Gómez “camión”, conseguí trabajo en la compañía donde estuve por casi catorce años, yo iba a trabajar al principio con camisetas y gorras que decían “tigres” o “Detroit”, pero una vez que me hice miembro de la unión (sindicato de trabajadores), me dieron el uniforme que debía usar; el primer día que me estaba poniendo ese uniforme, no pude evitar unas cuantas lágrimas al recordar que tan solo un par de meses atrás me vestía de pelotero para ir a trabajar; me golpeó la realidad, y a partir de ese momento empecé un proceso de curación que ha terminado hoy, gracias a tu entrevista. No sabía que necesitaba contar mi experiencia con detalles. Yo te doy las gracias a ti, Diego Tascón.